Está demostrado que dos personas con opiniones políticas diferentes que ven el mismo debate entre dos líderes políticos lo procesan de maneras completamente distintas. Lo estamos comprobando en esta precampaña para las elecciones generales del 23-J de posturas enfrentadas en permanente crispación. La polarización ideológica no hace sino aumentar -en España ha crecido un 35% en los últimos cinco años, según un estudio de la consultora Llorente y Cuenca-, pero lo más curioso es que el efecto de los posicionamientos extremos sobre nuestro cerebro es similar al de las drogas: nos hacemos adictos a la confrontación y esta termina teniendo en nosotros consecuencias negativas, tanto físicas como mentales.
La polarización política afecta a nuestros niveles de atención, a nuestra memoria y remueve nuestras emociones generando una espiral que nubla la razón. Al mismo tiempo funciona como una adicción que demanda ser alimentada constantemente con mensajes de refuerzo y confrontación. Y luego están los efectos físicos: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias, según explica 'El diario.es'.
Neurocientíficos de todo el mundo investigan en busca de una explicación a esta espiral irracional que afecta a muchas democracias occidentales, incluida España, donde las formaciones políticas cada vez se atrincheran más en sus reductos ideológicos. Tratando de entender las bases neurobiológicas de la polarización, un estudio de investigadores de la Universidad Brown apunta a que la divergencia política entre individuos comienza desde el momento que el cerebro recibe información nueva que debe procesar.
Según esa investigación, las personas que compartían una ideología reaccionaron de manera muy similar a palabras con una fuerte carga política. Incluso tuvieron una sincronía neurológica cuando fueron expuestos a contenidos políticos y sus cerebros comenzaron a segmentar la información de la misma manera. Esto ocurre porque cada palabra, sonido, imagen y concepto es representada de manera distinta en el cerebro de cada persona, sin embargo conserva similitudes entre sujetos que comparten la misma ideología.
Mariano Sigman, uno de los neurocientíficos más importantes del país, indaga en la idea de que cuanto más polarizado es el contexto, más importante es para lo individuos posicionarse, extremo del que muchos políticos se están aprovechando para conseguir adeptos. “Esa exacerbación emocional se vuelve adictiva, se convierte en algo que se alimenta a sí mismo”.
El doctor Lluis Miller, autor del libro 'Polarizados', abunda en la misma idea: “Lo que ocurre es que todas estas tendencias populistas y polarizadoras explotan nuestra cognición, con posiciones egoístas y cortoplacistas (...) El objetivo último es movilizar a los tuyos y en la medida de lo posible desmoralizar a los otros”. En ese sentido, moderar la postura o mostrar un rastro de empatía con quien piensa diferente cada vez es más infrecuente.
A esta explotación de nuestra tendencia natural al tribalismo se le suma otro elemento, lo que Étienne de La Boétie llamó en el siglo XVI la 'servidumbre voluntaria'. No hay tanta diferencia entre el tipo de reacción que suscita Keith Richards cuando acomete el riff de 'Satisfaction' en un concierto y la que provoca una arenga de Donald Trump a sus fieles en un mitin. Los dos usurpan el mismo sistema y te convierten en una marioneta emocional.
Algunos especialistas ya están alertando del problema que suponen para el funcionamiento de las democracias estas dinámicas, pues generan un caldo de cultivo en el que la lealtad a unas ideas queda por encima de la verdad. Entonces ¿cómo se puede reducir la polarización? "Presentar los hechos y más información no es necesariamente la estrategia más eficiente para cerrar la brecha. si le muestras lo mismo a dos personas, no lo procesarán de la misma manera, así que piensa sobre cómo llegar a ambos lados", explica el investigador de la Universidad de Berkeley Yuan Chang Leong.
Por su parte, Lluis Miller es más optimista. Cree que a la larga la sociedad se cansa de estos movimientos políticos que dividen, y en algún momento surge una nueva oportunidad para los liderazgos moderados que promueven el diálogo más allá del enfrentamiento. Solo el tiempo dirá si hay margen para ese necesario reencuadre moral que anteponga el consenso a la animosidad.