La Real Academia de la Lengua describe el perfeccionismo como una "tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado". Es decir, en la propia definición ya se admite que se trata tanto de una cualidad como de un defecto. Asociamos al perfeccionista con el éxito, las cosas impecablemente hechas y el prestigio, pero también con el estrés constante, el descontento perpetuo y una serie de emociones negativas.
El mantener unas altas expectativas sobre uno mismo y sobre los demás está muy en boga en estos tiempos modernos, y es positivo hasta cierto punto. "Hablar de perfeccionismo es hablar de detalle. Es hablar del gusto por defender un alto estándar. De sensibilidad por el trabajo bien hecho y de compromiso con el resultado. Las personas perfeccionistas crean realidades, ambientes, trabajos y relaciones de gran calidad", nos explica la ingeniera especialista en neurociencia Ana Ibáñez.
Pero hablar de perfeccionismo es "hablar también de mucho esfuerzo, de exigencia constante, de autocrítica alta y de insatisfacción". Porque siempre todo puede mejorarse. Siempre se puede hacer un poco mejor, piensa el perfeccionista que se resiste a concluir su obra. "Es como un pintor que sigue dando pinceladas a su cuadro mientras lo están colgando en la pared del museo. Cuesta mucho dar algo por terminado", explica la neurocientífica. Y ocurre que, en realidad, la perfección absoluta no existe.
Así que llega un momento en el que ser incapaz de dar por finalizada una tarea implica no poder pasar a la siguiente. Es decir, el perfeccionismo bloquea y estanca a la persona. "Durante mucho tiempo, ser perfeccionista se ha visto como un don. Como algo de lo que estar orgulloso. Y ciertamente lo es, pero yo le pondría una coletilla. Es algo de lo que sentirse orgulloso si no te engulle y si no devora tu capacidad de estar en calma y ser feliz", subraya la autora de 'Sorprende a tu mente' (Planeta).
Un estándar demasiado elevado de perfeccionismo no garantiza el éxito y, al mismo tiempo, hace que las personas sean vulnerables a problemas psicológicos y físicos como ansiedad, depresión o baja autoestima. El éxito termina teniendo un coste emocional enorme. "Lamentablemente el perfeccionismo se lleva mucha salud física y mental por delante. Se vuelve cruel cuando se lo alimenta sin ponerle límites. Y termina agotando y exprimiendo a la persona. El perfeccionismo necesita límites. Si no se los pones, te limita", añade Ibáñez.
"Emplea el perfeccionismo como un aliado y no como un enemigo que te limite: el secreto está en educar tu mente para que considere como 'perfecto' el disfrute de los talentos personajes, de desarrollarse sacando lo mejor de uno y de aceptar que no todo es controlable", concluye la experta.