Tacañería, envidia, ira, egocentrismo… ¿Por qué en las reuniones de vecinos se concentran todos los males del universo?

  • Nuestro comportamiento en comunidad se ajusta muchas veces a esa idea de que el lobo es un lobo para el hombre

  • Con sus desternillantes situaciones, la serie 'La que se avecina' acaba siendo un retrato exacto de lo que ocurre en el rellano de los edificios

  • Marian Campra y Javier Ronda, autores de 'Vecino de guardia', nos describen los tipos humanos que podemos encontrar y el mejor consejo para sobrevivir a una junta vecinal

Martín, el del primero izquierda, protesta porque se le cuelan los olores del bar que tiene debajo. A Angelines, psicóloga del segundo derecha, le preguntan a quién pidió permiso para abrir consulta, y a Delfín, del quinto izquierda, por qué usa la plaza de garaje como trastero. El gato de Rebeca, treintañera del bajo que canta cada tarde en el alféizar creyéndose Audrey Hepburn, ocupa el último asunto del día en una junta de vecinos que, en principio, solo había sido convocada para tratar una derrama. Hora y media de reunión da para mucho: gresca, puyas, envidias, racanería, comadreo, chismorreo y burlas. ¿Cómo es posible que todos los males del universo puedan citarse en una reunión de vecinos?

Cambia el diseño, no los comportamientos

El espectáculo descrito es real y tuvo lugar recientemente en la sala social de una urbanización madrileña construida hace 50 años que empieza a tener goterones por todas partes. Pero podría también formar parte de la famosa '13. Rue del Percebe' que creó el dibujante Francisco Ibáñez en los sesenta. Su arquetípica galería de personajes no ha envejecido tanto y vemos cómo se reproduce en cualquier lugar.

Cambia el diseño de nuestras viviendas y evoluciona el estilo de vida, pero las relaciones humanas en esencia siguen igual. Hoy el sumidero no es una solución habitacional, como en las viñetas de Ibáñez, pero el mercado inmobiliario tendría otras opciones, igualmente infames, para don Hurón, el inquilino trajeado de la alcantarilla de la Rue del Percebe.

Todo un país puede caber en el rellano de una escalera

La serie 'La que se avecina', que emite Telecinco desde 2007, es la parodia actual más vívida de lo que puede ocurrir en las juntas de la comunidad. Sus situaciones dan para comedia, tragedia, novela negra o sátira. Como la vida misma. Pero uno puede pensar que no hay comunidad más descacharrante que la del Mirador de Montepinar hasta que habla con Marian Campra y Javier Ronda. Estos dos periodistas son autores de 'Vecino de guardia', un libro oportunamente ilustrado por Jesús Zulet que recoge las anécdotas más descabelladas que se pueden dar en lo que ellos definen como un "ecosistema en miniatura". Con su vecino cotilla, el protestón, el justiciero, el ahorrativo o el que nunca se entera de nada. Nos suena, ¿verdad?

Tal vez la peor parte se la lleva quien tiene como misión poner el punto de sensatez, casi siempre los administradores. Salvador Díez, presidente del Consejo General de Colegios de Administradores de Fincas de España, dice que lo mejor es "tomarse las cosas con humor". En el capítulo introductorio de 'Vecino de guardia', reconoce que alguna vez le habría gustado equivocarse de puerta al llegar al trabajo. "Aunque fuera por un día, vivir la jornada de alguna otra oficina".

Los administradores, parachoques humanos

En sus años de servicio, Díez ha visto de todo: la pareja de recién casados que se encuentra con que el vecino colindante ha empezado a construir en su parcela, conexiones de tuberías que son un auténtico desastre o la rotura de una tubería que provoca que se caiga el techo encima de la mesa justo en la cena de Nochevieja. "Con el paso del tiempo el administrador de fincas comprende que su trabajo tiene que ver, más que con los edificios, con las personas, con sus ilusiones y sus problemas". El vecino del tercero no tiene una avería en la televisión, "se ha quedado sin ver el partido que ha estado esperando disfrutar toda la semana".

Esto de los administradores de fincas viene de lejos. En el siglo XIX ya había profesionales que se dedicaban a la gestión y mantenimiento de fincas, a formalizar los contratos de alquiler y a cobrar las rentas, aunque aún no se llamaban administradores. Aunque la figura nació en Barcelona en 1936, hubo que esperar a la postguerra para asistir a las primeras asociaciones de administradores de fincas, en Madrid. En 1968 se fundó el Colegio Nacional Sindical de Administradores de Fincas de España. Actualmente existen unos 16.000 profesionales en España. Sin ellos, las comunidades podrían ser el despropósito más absoluto, en cuanto a aspectos financieros y legales, pero también humanos. Para hacernos una idea de con qué tienen que lidiar, según el Consejo General de Colegios de Administradores de Fincas, el 40% de las comunidades de propietarios de nuestro país tienen al menos un moroso.

El cotilla, el tacaño y el protestón

¿Cómo nos comportamos en una junta de vecinos? ¿Se cumple el principio de 'El Leviatán', de Hobbes, que dice que el hombre es un lobo para el hombre? Y si es así, ¿cómo podemos sobrevivir a estas reuniones? Sin perder ese sentido del humor que aconseja Díez, Ronda y Campra nos dan una primera pista con un divertido catálogo de tipos de vecinos o subespecies con los que ellos han topado. En el primer puesto del ranking vecinal sitúan al vecino cotilla. "Por alguna razón -dicen-, sus paredes son más finas, tan finas que incluso son capaces de ver a través de ellas. Son editores de su propio boletín, Radiopatio Informa, y se las ingenian para enterarse de todo. Y es mejor que cualquier acontecimiento discurra a la vista antes de que pongan en marcha su imaginación".

Luego está el vecino protestón. "En el imaginario colectivo el retrato robot es un hombre de avanzada edad que cree saberlo todo y con abundante tiempo libre para atender a su querida comunidad. Nunca está de acuerdo con nada y todo lo protesta". Y lo peor son los fuertes dolores de cabeza que sus quejas pueden provocar al presidente de la comunidad, a quien tendrá pisándole los talones continuamente". Un auténtico azote en cualquier reunión. El colmo, según Ronda y Campra, es que a veces deriva en vecino justiciero que se toma la justicia por su mano, poniendo en juego, si hace falta, la vida y la hacienda de los demás. Mencionan el caso de un propietario de Córdoba que, cansado de que una vecina utilizara sus tendederos en la azotea, los impregnó de carbón.

Solo el 20% responde a las convocatorias

En este pequeño hábitat del vestíbulo donde se concentran los males humanos, a pesar de que apenas un 20% -siempre los mismos- responde a la convocatoria, no podía faltar el vecino ahorrativo. "Aunque no da tanta guerra, por ahorrarse unos centimillos es capaz de ver todo en perfecto estado. Ni que la fachada se caiga a pedazos ni que la grotesca humedad se coma el vestíbulo serán motivos suficientes para pagar una derrama".

En toda junta hay también el vecino que no se entera. "Nunca sabremos si no se enteran porque no son demasiado listos o que son tan listos que se hacen los tontos. El caso es que le costará entender que debe pagar las cuotas extraordinarias, el horario fijado para sacar la basura o que su plaza de garaje corresponde solo al número 201", cuentan los autores de 'Vecino de guardia'. Pero si para algo sirven los tipos cotillas y protestones es para hacerse cargo de que ningún miembro de la comunidad quede sin enterarse de sus obligaciones.

El presidente, el más sufridor

Capítulo aparte merece el presidente de la comunidad. "Salvo el caso del señor Recio, de la conocida comunidad El Mirador de Montepinar, suele caracterizarse porque el elegido no quiere serlo. No resulta muy deseable llegar a casa y tener aún más problemas, antes incluso de cruzar el umbral de tu propia puerta", advierte esta pareja de periodistas. Le toca y punto. Tendrá que aprender a vivir con ello mientras dure su mandato. Y aquí vuelven a encontrar algunas subespecies. Desde el presidente conciliador, que de un modo cordial ruega a los vecinos que cumplan las normas, al que se extralimita y utiliza modales más bruscos. Recuerdan el caso de un presidente que, obsesionado con los ruidos de los aspersores, a pesar de haber instalado los más silenciosos del mercado, acabó golpeando con un martillo cada uno de los difusores.

Como dice Rafael de Olmo Garrudo, presidente territorial del Colegio de Administradores de Fincas de Sevilla, en el prólogo del libro de Ronda y Campra, no hay más razón que nuestra efervescente pluralidad como grupo y como sujeto. "Y eso a veces, muchas veces, es divertido e incluso ridículo".