Desde que nacemos, nos enseñan que tenemos que sonreír, ser fuertes, sentirnos felices y poder con todo. Nos dicen que no tengamos miedo, no estemos tristes y no nos mostremos vulnerables. No es sorprendente que de adultos no sepamos relacionarnos de una manera sana con nuestras emociones. El miedo ante la incertidumbre, los duelos o cualquier situación de estrés asoma.
Para sanar las heridas internas y superar procesos como la ansiedad o la depresión, necesitamos entender que la vida no siempre es alegre, pero forma parte de su naturaleza. Desde la nuestra, necesitamos aprender a mirar adentro y a curar aquello que se ha roto. Ese es el objetivo de María Ros, psicóloga especializada en ansiedad, autoestima, gestión emocional y traumas. El resultado de su experiencia es 'Abraza tus partes rotas' (Grijalbo), una mirada comprensiva a nuestro interior para, sin juicios y con compasión, empezar a sanar.
¿Por qué estamos rotos?
Cuando hablo de “partes rotas” me refiero a esas tendencias, esos automatismos, esas partes de nosotros que no nos gustan, que nos duelen y nos gustaría quitarnos de en medio. El perfeccionismo, el control, el miedo, la necesidad de complacer a todo el mundo… estamos “rotos” porque todos hemos vivido experiencias complejas que nos han hecho ponernos “caretas” para salir lo más ilesos posibles de ahí.
¿Qué situaciones o momentos de la vida nos pueden romper?
Hay tantas como personas en el mundo… desde una educación muy exigente que nos hace sentir que nada es suficiente; hasta la traición de unos amigos que cuando los necesitas no están ahí; una infidelidad; un abuso emocional o físico… Son este tipo de experiencias que, cuando las vivimos, dejan huella. Una huella que, en ocasiones, es difícil de borrar.
¿Cuánto daño nos hacen los estereotipos, especialmente los femeninos a las mujeres?
El problema que tienen los estereotipos es que nos encasillan y nos es muy difícil salir de ahí. Parece que te definas a raíz de un estereotipo y eso puede causar mucho daño. Uno de los más dañinos, considero, para las mujeres es este concepto de 'fragilidad'. Desde que somos pequeñas nos educan con la mirada de 'princesa', de qué somos más delicadas y sensibles que los hombres. Esto, muchas veces, nos hace caer en la creencia de que no somos suficientemente buenas, fuertes, capaces o independientes. Nos hace tener miedo y sentirnos inseguras por el mero hecho de ser mujeres.
¿Cómo sentimos que estamos rotos?
Siempre explico en consulta a mis pacientes que, todas esas partes rotas hubo un momento en que nos sirvieron para protegernos. Si yo, por ejemplo, tiendo a ser perfeccionista, esto de pequeña seguramente me salvó de sentirme incapaz o insuficiente. Si de pequeña no reconocían mi esfuerzo, no me hacían sentir válida y no reforzaban todo lo que trataba de hacer, surgirá en mí un perfeccionismo que me aleja de sentirme insuficiente. Por tanto, ¡bendito perfeccionismo que me salvó siendo pequeña! Ahora bien… como adulta, seguramente esto empieza a chirriarme porque me exijo demasiado, no descanso, no me cuido, no me doy tiempo… aquí es cuando empiezo a sentirme “rota”. Cuando mis automatismos, mi “forma de ser” empieza a dolerme, a interferirme y mi cuerpo me dice “basta, no puedes seguir así".
¿Por qué no sabemos relacionarnos de una forma sana con nuestras emociones?
Porque desde que somos pequeñitos nos educan muy regular en este sentido. Nos dicen que hay muchas emociones que no debemos sentir, ¿quién no ha escuchado un “no llores si tú eres mayor”, “qué miedo ni qué miedo si tú eres muy valiente”, “cambia la cara que estás más guapa”? Nos dicen que sentir miedo o enfado no es bueno. Que tenemos que sentirnos felices y contentos constantemente. Esto lo que genera es que, como adultos, no nos sentimos cómodos sintiendo todas esas emociones que rechazaron en nuestra infancia. Las evitamos, intentamos eliminarlas porque no sabemos cómo regularlas. Y eso es un problema grande porque las emociones que no expresamos, que dejamos guardaditas en un cajón y hacemos como que no existen, acaban saliendo por algún lado. Y, normalmente, ese lado es el cuerpo.
¿Podemos renacer después de un momento de crisis? ¿Qué manera o maneras nos pueden ayudar?
Por supuesto que si. Todos tenemos la capacidad de salir de los momentos complejos, todos podemos trabajar la resiliencia, el amor propio, la capacidad de pedir ayuda y muchísimas herramientas que nos permitan encajar los golpes y salir, poquito a poco, de ahí. Quizá no sea fácil ni rápido, pero eso no quiere decir que sea imposible. Ayuda mucho el saber mirar adentro, el entender esa crisis, ese dolor, de dónde viene, qué me lo ha producido. Cuando entiendo la raíz, ya sé el camino de resolución. Y si a eso le sumamos la práctica del autocuidado, de hablarnos de forma bonita (y no ser tan duros con nosotros), de pedir ayuda si lo necesitamos y de darnos el tiempo que nos haga falta… saldremos seguro de la crisis.