En la casa de Pablo D'Ors (Madrid, 1963) se respira sosiego y cultura. También cierto aire selvático proporcionado por las decenas de plantas que crecen a lo largo y ancho de este acogedor tríplex donde cuesta creer que estemos en pleno centro de Madrid. No en vano es el hogar de un escritor, pero también de un sacerdote, un maestro de meditadores y un monje. La naturaleza domesticada ofrece así el entorno perfecto para que el autor pueda retirarse de eso que los clásicos llamaron "el mundanal ruido". Tras el descomunal éxito de sus ensayos 'Biografía del silencio' y 'Biografía de la luz', D'Ors acaba de publicar 'Los contemplativos' (Galaxia Gutenberg), un compendio de siete historias ejemplares con un objetivo claro: demostrar que podemos mejorar desde el interior para ser quienes estamos llamados a ser.
¿Por qué has vuelto a las historias?
En realidad, siempre me he sentido más narrador que ensayista, si bien es cierto que son mis ensayos, sobre todo 'Biografía del silencio', los que han tenido mayor acogida en el público. No es que haya vuelto, realmente nunca me he marchado, aunque 'Biografía de la luz' me ocupó cinco años largos, casi seis, en mantenerme muy centrado. Tenía una cierta nostalgia de volver a la ficción. En mi caso, y creo que en el caso de la mayoría de los escritores contemporáneos, no deja de ser auto-ficción porque yo lo que hago es una reflexión sobre la identidad a partir de egos imaginarios.
¿Cuando escribes qué es más importante: las ideas o las historias?
Mi narrativa tiene una dimensión más existencial de la vida. Bebo, sobre todo, de la literatura germánica o germanista, una literatura casi siempre de ideas y de pensamiento, aunque yo, a la hora de escribir, procuro que el poder de la historia y el poder de los personajes sea lo primero, pero siempre hay un mundo de pensamiento detrás de mis ficciones. Vuelvo quizá por esa nostalgia, esa alegría, que solo la ficción da. En el fondo, creo que el relato es mucho más poderoso que el ensayo. El relato pide del lector una colaboración que el ensayo no da. El ensayo es un género dictatorial, en el sentido de que el escritor dice lo que piensa y ahí está, mientras que la novela es un género mucho más democrático, donde el autor no se identifica con lo que dicen los personajes. Eso te permite concebir el libro como una casa común donde entra mucha gente y cada uno dice lo suyo.
¿Te interesa más que haya distintas voces?
Me interesa, más que las ideas, las imágenes. Mi literatura quiere alimentar el alma y el alma se alimenta con imágenes. Soñamos con imágenes, no con conceptos.
El libro está estructurado en siete conceptos: cuerpo, vacío, sombra, contemplación, identidad, perdón y vida cotidiana. ¿Por qué los has elegido?
En 2003 tuve el privilegio de conocer a mi maestro espiritual, mi maestro de vida: Franz Jalics, un jesuita húngaro que murió hace un par de años. Escribió un libro maravilloso que se llama 'Ejercicios de contemplación'. Yo no he visto un manual más poderoso y práctico para hacer la aventura interior. 'Los contemplativos' es un homenaje al libro de mi maestro. 'Ejercicios de contemplación' es un libro realizado en diez tiempos donde, de alguna manera, se recoge el itinerario de la persona que, desde la vida más superficial o desestructurada posible, hace un viaje hacia su centro. En ese libro, que he leído y enseñado muchas veces -es mi libro fundamental-, hay una categoría en cada uno de los tiempos. Empieza en la naturaleza, a la que yo no le dedico un relato, pero sigue con el vacío, el cuerpo o la sombra, que sí están en mi libro. He hecho una síntesis de lo que considero los siete conceptos fundamentales. Desde que leí 'Ejercicios de contemplación' hace diez años, pensé que sería bueno contar esto, no tanto a nivel estilístico, sino a nivel narrativo. ¿Qué significa el descubrimiento de la identidad o la práctica del perdón? Quise contarlo en pequeñas historias. Mi libro nace también de esa intuición.
El libro tiene un objetivo formativo, incluso hay un pequeño manual de uso al principio. Y también contiene algunos guiños cervantianos, como la autorreferencia. ¿Has querido hacer unas 'Novelas ejemplares' del viaje interior?
Me he planteado mucho esta voluntad didáctica porque podría parecer que hay una pretensión formativa, en vez de estrictamente literaria. Es didáctico porque yo soy una persona muy didáctica, sabiendo que la transmisión del arte es distinta a la transmisión de una idea. Evidentemente, hay una pretensión parabólica porque creo que el crecimiento personal o espiritual funciona mucho más con el relato, que te abre, que no te cierra, que te permite llegar hasta donde uno pueda. Eso es mucho más útil que la simple enseñanza doctrinal.
Frente a la literatura de lo oscuro, tu libro quiere arrojar luz...
Sí. En mi tarea como escritor siempre me ha ayudado diferenciar entre escritores que deslumbran y escritores que alumbran. Los que deslumbran apuntan a sí mismos y entonces tú acabas el libro diciendo "¡Qué bien escribe este tipo!". En los que alumbran, puedes olvidar al autor, pero te quedas con la imagen, la atmósfera o el interrogante. Eso me interesa mucho más. No solo pretendo una literatura de la luz, sino que haya coherencia entre fondo y forma. Que sea muy clara. La claridad y la simplicidad para mí son fundamentales porque creo que es lo que nuestra alma necesita. La complejidad es fruto de lo mental y la simplicidad, del alma o del corazón, del yo profundo.
Contemplar es lo contrario a intervenir. ¿Crees que es necesario parar y no hacer tanto?
Por supuesto. Estamos entrando en un nuevo paradigma de la realidad. Ese nuevo paradigma es la interioridad y eso no lo digo yo, sino muchísimas personas desde distintos contextos. La física cuántica hizo el descubrimiento de que el observador interviene en lo observado. Hemos tenido la pretensión un poco ingenua de que el mundo era objetivo y que los problemas están ahí fuera y a ver cómo los arreglamos. El nuevo paradigma dice que las cosas están dentro. Por tanto, si tú te trabajas dentro, se van a producir cambios fuera.
¿Tu propuesta es dejar de explorar fuera y mirar hacia dentro?
Este libro se inserta en este nuevo paradigma de interioridad. Y la propuesta es que el mejor modo, más directo y rotundo de cultivo y trabajo de la interioridad es la contemplación. En primera instancia, la contemplación es no hacer, contener el afán de intervencionismo que tenemos, para, segundo paso, hacer dentro. El tercer paso es mirar hacia dentro amorosamente. Los personajes de 'Los Contemplativos' son personajes a los que miro amorosamente y cuya vida empieza a abrirse en la medida en la que ellos también se miran amorosamente en ese trabajo interior.
¿Ese es el objetivo final del libro: mostrar lo que puede hacer el trabajo interior?
Mi literatura, al menos este libro, es propositiva. La propuesta es: podemos crecer como personas. Podemos mejorar.
Contemplar también es observar en silencio, algo muy parecido a la meditación. Algunas personas dicen que "no saben" meditar, pero en 'Biografía del silencio' dices que lo difícil, realmente, es querer meditar. ¿Qué quieres expresar con eso?
La meditación, en sí misma, no es complicada. Se puede reducir a 'siéntate, mantén la columna erguida, sigue el ritmo de tu respiración y si hay distracciones, vuelve'. Una cosa que se puede explicar en un minuto no es complicada. Lo complicado es que, como tenemos tanta zozobra interior, este ejercicio, aparentemente tan sencillo, se convierte en algo difícil porque sale todo eso con lo que no nos hemos reconciliado. Y eso es lo que hay que transitar.
¿Qué piensas del boom del mindfulness?
Es una buena noticia, aunque se puede pervertir como producto de consumo. El capitalismo devora las cosas y las somete a su lógica. Pero esto pone de manifiesto que hay una búsqueda espiritual en nuestro tiempo que no es casual. Se debe a la decadencia de la religión. Esto ha hecho que la psicología y ahora el mindfulness tengan un gran auge porque todos necesitamos fuentes de sentido, crecimiento y mejora. En general, creo que este auge es bueno, primero porque hace bien a las personas y, segundo, porque a muchas les abre a otras cosas. Muchas personas empiezan en el camino del mindfulness y llegan a la meditación. El mindfulness no es más que una psicología budista secularizada y orientada hacia la higiene psíquica. Y la fuente no deja de ser espiritual. También tiene algo bueno que es al diálogo entre tradiciones de sabiduría. Caminamos hacia un mundo en el que las grandes sabidurías han de compartir su legado.
¿Crees que puede haber un encuentro entre grandes religiones o grandes corrientes espirituales?
Sin caer en sincretimos, pero por concretar, podemos resumir el cristianismo como "Dios existe. ¿Qué quiere de mí?" y el budismo como "El ser humano sufre. ¿Cómo puedo liberarme?". Entre esos planteamiento cabe perfectamente un abrazo, un encuentro. Yo creo que el ser humano futuro será interreligioso o no será. Estamos en una sociedad cada vez más pluricultural, pero también nuestra alma es poliédrica. Es bueno tener una tradición fundamental, pero aprendiendo de otros.
Un estudio de la universidad de Michigan explica que el mundo es ahora un 40% menos empático respecto a 2005, coincidiendo con el lanzamiento de Facebook y del primer iPhone. ¿Crees que cada vez hay menos empatía?
Cuando el hombre pisó la luna, se hicieron profecías de que en el 2000 tendríamos colonias en Marte o en la Luna. Eso no se ha producido. Y, sin embargo, nadie soñaba con internet y eso sí se ha producido. Internet ha cambiado las costumbres y uno de esos cambios es que nos ha hecho tomar consciencia del problema de la soledad del ser humano. Cuantas más personas saben de ti , mayor es tu experiencia de soledad; es algo proporcional. Por eso, la gente que más éxito tiene es la que se siente más sola. Esta sociedad refleja el aislamiento en el que vivimos, cada vez mayor. En el mundo hoy se suicida más gente que la que muere en guerras o por violencia. Eso tiene que ver con la falta de empatía. Es posible que esté aumentando, pero también es posible, y hay que decirlo correlativamente, que al mismo tiempo haya minorías cuyo nivel de consciencia vaya creciendo y que, por tanto, sean un augurio de esperanza. Hemos ganado conciencia personal y hemos perdido conciencia comunitaria.
¿La pandemia puso una semilla a favor de esa conciencia comunitaria?
La pandemia mandó un mensaje ético de no poder seguir viviendo como lo hacemos, consumiendo como locos, etcétera. El mensaje místico fue que somos uno. Esa conciencia unitaria, ese sentimiento holístico de imperio global ha crecido mucho. Por ejemplo, mi asociación Amigos del desierto, una escuela de meditación, creció de manera exponencial en la pandemia.
¿Ves motivos para la esperanza?
Muchísimos. Pero me gustaría personalizar la pregunta: ¿tengo motivos para esperar? Cada uno tiene que responderse mirando la propia vida. Si tu vida es una historia de decadencia y de declive, tienes pocos motivos para esperar. Si tu vida es una vida de crecimiento y plenitud, tienes motivos para esperar. De alguna manera, lo que quiero contar en 'Los Contemplativos' es que la historia no tiene que ser irse apagando, podemos ir hacia más plenitud.
En un cuento del libro hablas de los "tambores de la sociedad" y los "violines del alma". Los tambores suelen imponerse a los violines. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?
¡Mantener las clases de violín! El tambor hace más ruido que el violín; eso hace que parezca que es más importante que el violín. Llama más la atención el tren que descarrila que los 99 que llegan a tiempo. El poder de lo oscuro y la negatividad tiene eso: hace mucho ruido y captura la atención. Pero el poder de la luz es más discreto, no se impone, se propone y requiere una mayor capacidad de discernimiento y de acogida. ¿Qué podemos hacer? Creo que entender la vida en clave de cultivo, culto, cultura. La cultura la hemos entendido como la adquisición de una serie de conocimientos teóricos de cara a la habilidad práctica, con idea de inmediatez y pragmatismo. Y, sin embargo, hemos perdido mucho la dimensión de desarrollo personal. Todo lo que sea ir creando consciencia de la importancia del desarrollo personal es lo que va a hacer que podamos oír los violines. Tenemos un violín dentro. En la medida en la que ejercitemos ese instrumento, descubriremos quiénes somos.
¿El autoconocimiento es lo más importante para ti?
Esa es la cuestión. Somos hijos de la modernidad, lo cual significa que somos hombres y mujeres de pensamiento y de acción. Ahora estamos en una época de exaltación de lo subjetivo y desconfiamos de lo externo. Empezamos a mirar lo interno, pero nos quedamos en los sentimientos; por eso, hay esa obsesión con la educación emocional.
¿Nos hemos dejado atrapar por lo emocional?
Sí, pero hemos de dar un paso de más. Igual que no hay que lanzarse hacia lo externo, tampoco hay que poner la confianza en lo interno sentimental o emocional. También hay que trascender eso. Aplicado a la literatura, se ha quedado enamorada de la sombra, se ha quedado en el trabajo emocional. Resulta difícil hablar de libros luminosos, que hagan justicia narrativa, que cuenten lo sombrío y lo luminoso. Ese trabajo no lo han hecho los narradores del pasado, quizá porque es más difícil de hacer, quizá porque su tiempo no estaba tan evolucionado a nivel de conciencia y quizá porque es lo que nos toca hacer a nosotros.
Hablabas antes de tu asociación Amigos del desierto. ¿Qué nos puedes contar?
Amigos del desierto es una respuesta desde la tradición cristiana al nuevo paradigma de la interioridad. Lo que ofrecemos es una práctica de silenciamiento interior. Modestamente, también quiere ser una relectura en clave contemporánea del cristianismo para que personas que se han alejado de la fe puedan comprender y amar la tradición religiosa occidental, sin que eso signifique que tengan que adherirse a ella. Más del 80% de las personas que están con nosotros no son practicantes, lo cual significa que muchas personas que no están en el target de la iglesia oficial sí están interesadas en el cristianismo y en lo que les puede aportar.
También has creado un proyecto de monacato secular. ¿En qué consiste?
El monacato secular es el proyecto de mi vida. La propuesta es hacer posible un monacato, personas cuyo objetivo fundamental es la integración, la unificación en el mundo. Hasta ahora, el monacato se leía en clave de separación: el monje entraba en el monasterio. Y ahora la propuesta no es de separación, sino de integración. Podemos vivir la experiencia más radical en el mundo, pero eso tiene sus exigencias. Lo que propongo es una huida intermitente, marcharnos del mundo y volver. Se trata de ver luz en la realidad, en las cosas. Debemos ser capaces de aislarnos; por ejemplo, durante siete minutos al día desconectamos el teléfono, además de otras prácticas diarias, como la meditación, la lectura, el ejercicio... Tengo la convicción de que esta propuesta tiene mucho futuro porque hoy lo verdaderamente heroico es desconectar. Cuando en los retiros a la gente le quitamos el teléfono móvil, la gente se queda como si le quitaras el pantalón.
Acabas de cumplir 60 años. Has ganado experiencia y sabiduría. ¿Sigues necesitando a tus maestros?
Siempre necesitamos maestros. Siempre digo que mi principal virtud es la capacidad discipular, de aprender, de introducir en mi propia cosmovisión lo que otros han introducido de manera más brillante. No hay nada más emocionante que un anciano que se enamora o que empieza una carrera.
¿Qué te ha enseñado la edad?
Quizás lo que me ha enseñado es que la edad cronológica no es lo más importante, sino la actitud que uno tiene. Hoy me siento, te lo digo de corazón, mucho más joven que hace 20 años, sin comparación. También me siento mucho más guapo que hace 20 años. Miro las fotos de cuando tenía 40 y creo que he mejorado (Risas).
¿Has cambiado de hábitos?
¡Claro! En estos 20 años he hecho un cultivo sistemático y riguroso de la interioridad, sobre todo de la meditación, pero también de otras prácticas espirituales. Cuando tu vida está más centrada, se mejora. El camino tiene sus frutos. Cuando vas al gimnasio y tienes un entrenador, se ve. Con el alma igual, cuando tienes un buen entrenador del alma, necesariamente estás más contenta. Tienes más amor, más paz y más alegría. Esos son los frutos principales. Y el cuerpo también es importante: es la puerta a la interioridad. No podemos ir a lo que somos sin lo que somos.
¿Para qué escribes y para qué meditas?
Las dos preguntas las puedo contestar en una sola: para ser quien estoy llamado a ser.