¿Qué pasa en nuestra mente cuando tenemos muchas expectativas?

  • Tener expectativas nos permite anticiparnos al futuro de manera razonada, ¿pero son siempre buenas?

  • Las expectativas se dan en la mente anticipatoria y, si no se gestionan correctamente, pueden ser una fuente de frustración

  • Para que las expectativas se cumplan, es vital embarcarse en proyectos que tengan sentido para nosotros

Las expectativas son consustanciales a nuestros sueños. Incluso en las circunstancias más adversas, tenemos la esperanza de que eso que nos incomoda pueda resolverse a nuestro favor. Las expectativas son también la 'gasolina' que nos hace comprometernos con aquello que nos proponemos. Paradójicamente, ese compromiso también puede atemorizarnos. En la mente conviven las dos caras de la moneda: el impulso para lograr algo y el sesgo negativo que nos puede hacer, incluso, dar marcha atrás, sobre todo si las expectativas son demasiado grandes.

En contra de la serenidad

Si lo que buscamos es la paz mental, las expectativas no son buenas aliadas. El neurocientífico Alan Wallace explica en su libro 'El entrenamiento de la mente en siete puntos' que debemos ser selectivos con lo que esperamos. "Podemos empezar desprendiéndonos de expectativas muy mundanas que no vale la pena alimentar para nada: por ejemplo, la expectativa de que lo que hacemos conduzca a que nos tengan más aprecio, sean generosos con nosotros o nos veneren. Hay otras expectativas que no deben alimentarse: la expectativa de ser inmunes al daño, la expectativa egocéntrica de lograr ser los mejores en algo. Lo más importante: no debemos alimentar la expectativa de obtener grandes beneficios de aquello que hacemos".

El experto reformula a su manera la conocida frase de 'Cuidado con lo que sueñas'. La razón es que tener expectativas muy altas de algo puede ponernos en un plano superior en el que olvidemos la empatía o la compasión y hacernos olvidar lo más importante: hacer lo que debamos hacer al margen de los beneficios que nos reporte. ¿Dejaremos de cuidar a un hijo si no nos da algo a cambio? Si las expectativas son interesadas, cumplen su peor función. Sin embargo, hay distintas maneras de estar expectante.

Expectativas merecidas y ajenas

Las expectativas predictivas son buenas porque nos permiten planificar y tomar el control de algo. Son las que se dan, por ejemplo, ante una entrevista de trabajo: nos imaginamos en un rol concreto, obteniendo el puesto que deseamos. Nos hacen sentir mejor.

Las normativas también son de gran ayuda: hace que podamos predecir cómo va a ser una situación. Comprenden la mayoría de las normas sociales y tienen la gran ventaja de ser asumidas por casi todos.

Las expectativas merecidas se basan en lo que creemos merecer. Son expectativas que presentan aristas porque no solemos juzgarnos a nosotros mismos de manera objetiva. Por tanto, si tengo la expectativa de que algo que me corresponde por derecho y eso no se cumple, habrá una discrepancia difícil de digerir, y, por tanto, una fuente de conflicto.

El último tipo de expectativas corresponden a las de los otros. Son esas que los demás tienen sobre nosotros mismos, ya sean positivas o negativas. Hay que ser cuidadoso con asumirlas. Al fin y al cabo, son de otros, no nuestras.

La mente expectante

¿Qué ocurre en nuestra mente cuando tenemos expectativas? La neurocientífica Nazareth Castellanos explica que la principal actividad del cerebro es predecir lo que va a suceder. En su opición, el presente absoluto no existe. Tenemos en cuenta el pasado para anticiparnos al futuro y esa ha sido, precisamente, una de las grandes fortalezas de la especie. Pero tiene una desventaja: "Con las expectativas, nos preocupamos, el proceso anterior a ocuparnos", señala experta.

La preocupación es un estresor habitual, aunque, paradójicamente, los estudios que se han hecho sobre la percepción de la expectativa señalan que tendemos a valorar las cosas mejor de como realmente terminan manifestándose. El peor efecto de vivir con muchas expectativas es que dejamos de prestar atención al presente y a dejarnos dominar por la 'mente-mono', la responsable de los más de 60.000 pensamientos diarios. La frustración cuando nuestra expectativa no se cumple sería la segunda derivada.

¿Cómo gestionar las expectativas?

El mundo avanza gracias a las expectativas de todos. Más que buenas o malas, cumplidas o no, lo importante es cómo las gestionamos. ¿Qué hacer para crear propuestas que no generen una frustración patológica? Los expertos apuntan las siguientes recomendaciones:

  • Embarcarse en proyectos que tengan sentido para cada uno de nosotros. También deben ser coherentes con la vida que tengamos. Si las expectativas son ajenas a nosotros no llegarán a cumplirse.
  • Plantearse objetivos realistas y pautados en el tiempo. Si es desproporcionado o exige grandes recursos, seguramente no lo conseguiremos. También hay que darse un plazo de tiempo razonable. Tener expectativas eternas no es operativo: se quedarán en el campo de los sueños.
  • Comprometidos. Si nos sentimos vinculados con nuestras expectativas, comprometidos y dispuestos a la acción, será más fácil que se cumplan. Hacer es el paso más importante para conseguir lo que queremos pese a los miedos, la inacción o los pensamientos limitantes.