Lo más probable es que a pocas personas se les ocurra relacionar a Marilyn Monroe, uno de los grandes iconos del cine de la década de los 50, y a Albert Einstein, el físico considerado el científico más importante del siglo XX. Cada uno fue el mejor en lo suyo, pero parece que poco tienen que ver, hasta que un día de 1949 artista y científico se encontraron y tuvieron una conversación corta que podría parecer intrascendente, pero que esconde mucho más de lo que creemos.
El día en el que Monroe y Einstein se conocieron la actriz le hizo una pregunta. “¿Qué dice, profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos? ¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia?”, bromeó entonces la intérprete. El físico no dudó en contestar: “desafortunadamente, me temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y con su inteligencia”.
Todo podría haber quedado en una anécdota si no fuera porque diferentes fuentes señalan que el coeficiente intelectual de Marilyn Monroe era de 165, es decir, estaba cinco puntos por encima que el de Einstein, que en su respuesta se quedó en los simples estereotipos en los que habían encasillado a Monroe y la imagen que la propia actriz proyectaba con su trabajo como símbolo sexual.
Lo cierto es que la inteligencia de Marilyn Monroe nunca fue objeto de conversación como sí lo fueron sus relaciones sentimentales y personales o sus adicciones, que terminaron desviando la atención sobre una persona que tenía altas capacidades intelectuales hacia el prototipo de rubia tonta y chica simpática que triunfó en Hollywood.
Sarah Churchwell, profesora en la Universidad de Londres y autora del libro ‘The many lives of Marilyn Monroe’ expuso en su momento que el mayor mito entorno a la figura de la actriz y cantante “es que ella era tonta. El segundo es que era frágil. Y el tercero es que no sabía actuar. Ella estaba lejos de ser tonta, aunque no tenía una educación formal, y era muy sensible al respecto”.
“Pero en verdad era muy inteligente y muy dura. Tenía que ser ambas cosas para vences al sistema hollywoodiense en la década de 1950”, apuntó, a la vez que señalaba que eso de rubia tonta “era un papel. Era actriz. Una actriz tan buena que ahora nadie cree que ella fuera otra cosa que lo que retrató en la pantalla”.
Algo que pocos conocen es que la actriz era una gran amante de la lectura y siempre que podía tenía un libro en sus manos que devoraba rápidamente página a página. Así fue como forjó una impresionante biblioteca en la que contaba con más de 400 libros entre los que destacaban obras de los mejores autores, entre ellos Federico García Lorca.
La intérprete se los llevaba a los rodajes y aprovechaba los descansos o las secuencias que no le tocaban para sumergirse entre las páginas del libro que se estaba leyendo en ese momento, un momento que le aportaba tranquilidad y que rompía con la imagen de rubia tonta, quizá por eso nunca interesó que se supiera de su mayor afición.
Así se forjan los estereotipos, y en eso parece que falló Einstein, que se quedó simplemente con la fachada, con lo que el mundo había conocido de Monroe, que tenía una profesión totalmente opuesta a la suya, pero en la que la inteligencia también juega un papel fundamental, aunque no se reconozca.