La solastalgia o volver al pueblo en verano y darte cuenta de que has perdido el entorno al que pertenecías

"Más adelante, un cortijo / junto al cortijo, una huerta / junto a la huerta, una casa / junto a la casa, la iglesia. / Lleno de encinas está el monte, / rica de frutas la vega, / el río con muchos árboles, ¿no lo sabéis?, es mi aldea". Como ocurre en la poesía popular que recitaba Chus Lampreave en 'La flor de mi secreto', la idealización de 'la aldea', 'el pueblo', 'la tierra', es deporte nacional entre los españoles y españolas hijos de generaciones de inmigrantes forzados a dejar el terruño para buscarse la vida en las grandes capitales. Volver es un ejercicio de nostalgia pero, a veces, también, de 'solastalgia': el desasosiego que nos aqueja cuando esos parajes mutan, especialmente debido al cambio climático o la 'modernización'.

Solastalgia viene de la conjunción de dos términos, 'solacium' (comodidad) y la raíz griega –'algia' (dolor), es pues, básicamente una incomodidad, aunque como le decía esta misma semana la bióloga Teresa Franquesa Codinach a El País, fue el filósofo Glenn Albrecht el que dibujó el significado más empleado hoy en día: "Albrecht estudió unos valles australianos repletos de minas y destacó la profunda angustia que sufría la población local ante la erosión del relieve y el paisaje. Estos vecinos, desde la realización de las excavaciones, ya no tenían el mismo sentido de pertenencia, sentían que no eran de ningún sitio. Albrecht llamó a esta sensación con la palabra solastalgia, que ahora en verano también puede ser la tristeza de volver al pueblo en vacaciones y ver que has perdido el entorno al que sientes que pertenecías después de una brutal sequía o tras la desaparición del glaciar de la montaña que siempre visitabas".

Retornos forzados

Como nos explicaba en su columna Javier Ruiz, ocurre además que el encarecimiento, en general, del precio de las vacaciones, hace que 'el pueblo' haya repuntado como destino de verano...  lo que favorece el choque de aquella antigua querencia con la realidad. Así, a lo que Franquesa Codinach llama 'ecoansiedad', es decir las emociones negativas que nos producen el cambio climático y sus consecuencias, se suma también esta 'solastalgia' que se dice que es equivalente, en el polo opuesto, a la sensación de desarraigo que se tiene al migrar. En cierto sentido, nos convierte en extranjeros en una tierra que ya no reconocemos como nuestra. Un paraíso perdido.

¿Cómo afrontarla? Sin duda hay un necesario proceso de aceptación de todo aquello que 'evoluciona'... pero eso no quiere decir que hay que resignarse a lo que 'involuciona'. Hay que enfrentar las aberraciones cometidas contra el medio ambiente que se han hecho (y se hacen) en este país desde la industria del ladrillo. Tomar consciencia ecológica, proteger el patrimonio, defender oficios y tradiciones. Ponerle coto, en suma, a un futuro sin memoria y sin pueblo.