Las trampas de querer ser siempre amable: cómo aprender a decir que no

Hay personas extremadamente complacientes. Su lema es mostrarse amables con los demás a toda costa. Creen que apoyar a los demás o prestarles ayuda es lo que corresponde cuando se es una buena persona, pero si la amabilidad no es para agradar, sino para evitar un conflicto, no es una amabilidad sincera. Querer ser buena persona nos puede hacer caer en la trampa de la complacencia extrema.

Cuatro tipos de complacencia

La coach Aurora Michavila era una de esas personas volcadas en agradar a los demás. No es fácil identificarse a uno mismo como persona complaciente porque solemos creer que corresponde a personas tímidas y poco decididas. Sin embargo, detrás de muchos comportamientos proactivos se esconden personalidades que no saben decir que no y que están asfixiadas emocionalmente. Como explica Michavila en la revista Telva, existen cuatro tipos de personas complacientes:

  • Los cuidadores. Una cosa es tener personas dependientes a nuestro cargo y otra muy distinta entrar en la dinámica de querer 'arreglar' la vida de los demás. Normalmente, estos perfiles sienten culpa cuando se dedican tiempo a ellos mismos. Pero hay que hacerlo por nuestro bienestar y el de los demás: ¿cómo vamos a ayudar a los otros cuando no estamos bien?
  • Los pacificadores. A muchas personas les aterra el conflicto, entendido como una discrepancia frente a una opinión. Son los típicos que prefieren callarse por no encender una posible polémica. La realidad es que la vida es llegar a acuerdos y eso implica mostrar las asimetrías y expresar las necesidades propias. La cuestión es hacerlo de manera asertiva y respetuosa. En caso contrario, el resentimiento empezará a anidar.
  • Los adaptativos. "Lo que digáis" o "Yo me adapto" son sus mantras. Estas personas ven la capacidad de adaptación como una virtud. Puede serlo, pero si enmascara la necesidad de aprobación, en realidad no lo hacemos por facilitar nada, sino por el miedo a ser rechazados. En su versión más extrema, estas personas pueden hacer suyos los deseos de los demás, olvidándose de sí mismos.
  • Los perfeccionistas. Son personas que buscan que todo esté impecable, ya sea su familia, su casa o su carrera profesional. Este perfil suele ser controlador, pero lo que busca, en realidad, es la aprobación de los demás. Detrás de estas personas puede haber una infancia en la que ha faltado cariño o no han recibido las suficientes validaciones. El miedo a ser rechazados suele regir su vida.

Cómo dejar de agradar a toda costa

Si miramos bien cada perfil, el rasgo común en todos ellos es la aversión a ser rechazados. Darse cuenta de que no podemos agradar a todo el mundo es lo primero que tenemos que asumir. Por tanto, es probable que no siempre resultemos agradables en nuestro entorno. Y eso es absolutamente normal. Después de eso, hay otras herramientas de las que podemos echar mano. La psicóloga Aurora Michavila establece tres fundamentales:

  • Poner límites. Aprender a definir qué estamos o no estamos dispuestos a hacer es clave. Decir no cuando es necesario es la primera regla para no convertirse en el 'mayordomo' emocional de los demás. Cuesta porque nuestra imagen puede resentirse, pero ponerse en valor es bueno para nosotros y también para la percepción de los demás, que empezarán a darse cuenta de que no pueden exigir de manera ilimitada.
  • Ser asertivo. La asertividad pone coto a ciertas actitudes invasivas. Decir lo que uno piensa y necesita de manera respetuosa es complejo y no se consigue a la primera. Por esa razón, cuanto antes se empiece a practicar la asertividad, mejor. Cuando en el horizonte haya una situación incómoda, un recurso útil es pensar en las cuestiones que pueden plantearse y ensayar los argumentos: qué decir, qué tono usar y cómo manejar en la conversación los temas más espinosos.
  • Tolerar las emociones más incómodas. Volvemos al principio: no es posible gustarle a todo el mundo. Esto significa que algunas personas van a vernos de una manera menos amable y quizá les decepcionemos. Sentir cierto vértigo ante eso es normal y no implica que no se sea buena persona. Como vemos, querer serlo siempre, a todas horas y para todo el mundo, tiende algunas trampas emocionales que pueden conducirnos al resentimiento y a depender de la, a veces, caprichosa validación de los demás.