La productividad es la capacidad de hacer más con lo mismo. El problema es que en nuestra búsqueda constante por conseguir un rendimiento superior nos empeñamos en hacer más con más. Es decir, en vez de optimizar al máximo el tiempo que le dedicamos al trabajo, lo que hacemos es extender ese tiempo y recortárselo a la familia, al ocio o al descanso. Forzamos la máquina sin darnos cuenta. La psicoterapeuta Israa Nasir, autora del libro 'Toxic Productivity', llama a este fenómeno precisamente así, productividad tóxica, y es más frecuente de lo que sería deseable.
“Una de las razones más poderosas por las que las personas están tan enfocadas en la productividad es porque nos hace sentir bien con nosotros mismos”, explica Nasir. Pero también se corre el riesgo de pasarse de vueltas y de que pase a dominar demasiados aspectos de nuestro día a día: "La productividad puede crear un desequilibrio en tu vida cuando es lo único que importa. Es la manera más rápida de quemarte".
Si la productividad se convierte en nuestra única fuente de validación puede terminar volviéndose muy dañina. "Los logros externos dependen mucho de las circunstancias de la vida, y puede ser emocionalmente peligroso poner todo tu sentido de valor personal en la cesta de la productividad”, agrega la psicoterapeuta.
Convertir la productividad en el centro de nuestra existencia puede terminar provocando ansiedad, depresión y sentimientos de culpabilidad. En este sentido, Nasir señala tres hábitos comunes que son síntoma de que nos estamos dejando dominar por la productividad tóxica.
Muchas veces cometemos el error de percibir la negativa a asumir nuevas tareas como un rasgo de falta de compromiso. El segundo error es comprometerse en exceso. Dejarse llevar por la 'cultura del ajetreo' y llegar nuestra agenda de reuniones, llamadas y compromisos. Creemos que estamos siendo proactivos y eficientes, pero en realidad esa mentalidad de hámster en la rueda rápidamente se vuelve poco saludable. Poner límites a nuestras tareas nos permitirá dedicar más tiempo a las que ya hemos asumido y dejar más margen para nuestra vida personal.
Otro síntoma habitual de la productividad mal entendida es la incapacidad para regular nuestras emociones. Percibir el el descanso o el ocio como una pérdida de tiempo e incluso sentir culpa por disfrutarlo es un hábito excesivamente tóxico. "No debería ver tanta televisión" o "debería dormir menos" son el tipo de frases que nos decimos, asociando esas actividades con la pereza, lo que tiende a generar vergüenza. "No queremos ser la persona que no hace nada. Por lo general, recurrimos a la evasión para procesar la vergüenza. ¿Qué mejor manera de evitar una emoción que estando ocupados? Nos motiva a saltarnos el descanso u otras actividades de ocio", explica Nasir.
Solemos caer en el error de pensar que hacer más de una cosa a la vez es hacer más cosas. Pero la multitarea es uno de los mayores enemigos de la productividad. En primer lugar, porque rápidamente lleva a la sobrecarga. El multitasking requiere que el cerebro gaste una gran cantidad de energía procesando información. "Creemos que estamos haciendo varias cosas al mismo tiempo, pero solo es nuestro cerebro cambiando rápidamente de una tarea a otra y eso supone una tarea muy exigente", asegura Nasir. Según una investigación de la Universidad de Stanford, intentar realizar varias tareas simultáneamente es hasta un 40% menos productivo que hacerlas una tras otra.