"Mi madre siempre decía que yo era una niña difícil", recuerda Marta, de 46 años, sentada a la mesa de una ruidosa cafetería de un centro comercial al norte de Madrid. Su discurso discurre deslavazado, y desemboca varias veces en un: "¿Qué me habías preguntado?". Es una mujer inteligente y con una mente bien dotada para la fantasía, lo que le lleva en su tiempo libre a pintar cuadros, diseñar estampados para cojines y camisetas o escribir relatos. Su vida laboral, sin embargo, la ha llevado por prosaicos derroteros: asesora financiera de éxito, dejó su profesión cuando percibió que lo suyo era tratar con la gente. Ahora trabaja en un call center de atención al cliente de una compañía de seguros. Ese zigzag vital se debe a una sola causa: tiene TDAH, algo que no supo que padecía hasta hace tres años.
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad es una patología psiquiátrica que afecta a entre un 2% y un 5% de la población infantil. Se manifiesta antes de los 7 años, y es crónico. "Se estima que más del 80% de los niños continuarán presentando problemas en la adolescencia, y entre el 30-65%, en la edad adulta", exponen desde FEAADAH, la Federación de Asociaciones de Ayuda al TDAH. Aunque se conoce desde 1968, la OMS no lo reconoció como trastorno psiquiátrico hasta 1992, por lo que actualmente muchas personas mayores de 45 lo han sufrido (y lo sufren) sin que nadie les informara de qué les pasaba. Ha sido en 2018 cuando el TDAH en adultos se incorporó como alteración psiquiátrica a la clasificación internacional de enfermedades.
Marta llevaba años sospechando que lo padecía, pero fue a raíz de la práctica de la reflexología a niños —otra de sus múltiples facetas—, cuando empezó a acariciar la certeza. "Estaban diagnosticados de TDAH. Cuando me ponía a hablar con ellos, con su madre delante, toda la sintomatología que me transmitían era la sintomatología que yo había tenido de pequeña y seguía teniendo".
En el colegio, Marta era una niña muy estudiosa, "pero no conseguía pasar del cinco; a veces suspendía", revela. Le sucedían cosas para las que no encontraba explicación. Una vez, con 12 años, su madre le pidió que recogiera a su hermana pequeña y la llevara a casa; se le olvidó esta última parte del encargo y, ya de noche, seguían dando vueltas sin rumbo por Madrid. Usaba gafas; siempre se le olvidaban en casa. "En clase, me levantaba a sacar punta al lápiz en la papelera, que estaba al lado de la puerta; oía voces fuera, entonces abría la puerta y me iba. Me llevaba unas broncas horribles, y yo no entendía por qué hacía eso. La atención me había llevado a otro sitio". En cambio, los colores y los números le encantaban; era un lenguaje con el que no se perdía.
Aquellos sucesos chocantes le generaban "mucha ansiedad y mucho estrés". A los 14 años tuvo que repetir curso (2º de BUP): "Ahí cogí medio fuerzas, y aprendí caminitos para estudiar. No terminé con mala nota. Empecé a estudiar Derecho, y solo aprobé una asignatura, la de Historia, y porque copié en el examen. Y había estudiado mogollón. Pero que yo memorizara era absurdo. Entonces me puse a estudiar Contabilidad, que era mucho más de hilar de otra forma", explica. "He descubierto que el plan A no sirve para ti; tienes que buscar los planes B, C y D. Y te vuelves muy astuto. Sabes muy bien qué camino tomar para conseguir algo, porque si vas por el A te van a ganar todos. Así vas consiguiendo cosas, con ansiedad y estrés, que es lo que nos hace estar constantemente en movimiento".
En la actualidad siguen ocurriéndole situaciones que la estigmatizan como distinta de los demás. "No soy capaz de estarme quieta todo el rato. Ver una película es muy difícil. Tengo un determinado periodo de atención: en un curso que empieza a las ocho de la mañana y termina a las tres de la tarde, de ocho a once estoy 100% atenta, pero a partir de las once pierdo la atención. Con los libros, puedo estar leyendo la misma línea una y otra vez. Me pierdo en las ciudades; a mi hijo, Manuel, nunca le he llevado al colegio por el mismo camino. Hay días que estás muy… Es como si fueras más TDAH que ningún otro día. Y, por mucho que el GPS te diga que gires a la derecha, no entiendes que tienes que girar a la derecha. No eres capaz de interpretar, de la misma forma que no eres capaz de interpretar lo que estás leyendo".
La certeza definitiva se la dio un psiquiatra fuera de consulta. "Empiezo a salir con alguien que es gerente de una farmacéutica muy grande. Él había leído mucho sobre el TDAH y me dijo: 'Marta, tienes TDAH. Se ve a la legua'. Un día fuimos a cenar y había un amigo suyo psiquiatra. Y me aseguró: 'Tienes un TDAH importante".
El TDAH sigue revelándosele en su día a día en las más diversas configuraciones. "A veces, la gente me está contando algo, y yo les sonrío, pero no sé qué me están diciendo. Estoy desconectada totalmente… Me resulta fácil relacionarme con la gente, pero como trabajo en un call center, mis compañeros hablan a voces y no me dejan prestar atención". Describe su diferencia con un símil curioso. "Es como si todo el mundo viviera en una misma casa y les dijeran: 'Mirad al exterior'. Todos se asomarían a la ventana de salón; yo, eso de ver el mundo como lo ven los demás, como que no lo hago; me iría a mirar por la ventana del cuarto de baño, a través de la cual la vida es mucho más divertida. Me da por mirar los pequeños detalles. Soy muy observadora; es otro tipo de atención. Yo ya tengo aquí fichado a todo el mundo: cómo son, cómo van vestidos…, pero me está costando mantener la conversación contigo", admite.
Ismael, encargado de una tienda, 53 años, puso nombre hace poco a los problemas de concentración y desasosiego que ha arrastrado toda su vida cuando leyó por casualidad un artículo sobre el TDAH. "Durante mucho tiempo creí que lo que me pasaba es que tenía mala memoria, o directamente que era menos listo que el resto", cuenta. "Me asombra cómo la gente acude una vez a un bar o un restaurante y memoriza el nombre del local para siempre; soy incapaz de retenerlo, y debo referirme a él dando detalles en los que a lo mejor la mayoría no repara". Siempre tiene cosas mejores que hacer que ponerse a ver una peli: pinta, toca la guitarra, escribe poesía… Como Marta, es multitask y de perfil creativo.
En adultos, el TDAH lo diagnostica el psiquiatra después de una evaluación de su historial clínico general, sus síntomas actuales y los síntomas en su infancia. El tratamiento más extendido combina intervención psicológica y medicación (metilfenidato y atomoxetina). Marta no ha querido acudir a consulta para tratar el trastorno. "En realidad me gusta ser como soy. No me importa ser despistada", afirma. "La gente ve en mí algo diferente. Piensa: ¿y esta? A la gente le mola mucho mi forma de ser. Parece que lo diferente ahora está de moda…, y me dicen: 'Jo, es que molas mucho'. Lo que les gusta es el TDAH, es lo que enamora a la gente".
Se sintió tan incomprendida en su infancia que ahora quiere ayudar a los niños con TDAH a entenderse mejor. Para ello, ha escrito un relato titulado El maravilloso mundo de Julieta, cuyo manuscrito ya está en poder de una importante editorial. "Me di cuenta de que nadie sabe cómo se siente un TDAH sobre todo cuando es pequeño. Me encanta escribir, y me dije: ¿por qué no escribo un cuento en el que yo, como niña, cuento qué me pasa? Para que se dé cuenta un padre que cuando está regañando, joder, no es que seamos desobedientes, es que por alguna razón tenemos un cortocircuito en nuestro cerebro que no nos permite atender. Pero no somos tontos, probablemente somos más listos que mucha gente que tenemos alrededor; simplemente funcionamos con patrones diferentes, y por eso vemos lo que no ven otros, porque los grandes detalles están para el resto de la humanidad; para nosotros están los pequeños detalles, que son en los que nos fijamos".