Hay una frase que recoge la escritora Isabel Allende en su libro 'Eva Luna' que podría servir de único consuelo a la familia que deja Juan Ruiz Expósito, fallecido a los 77 años por coronavirus: "La muerte no existe, la gente solo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, estaré contigo". El testimonio de su hijo, Juan Ruiz García, un empresario madrileño, puede parecer uno más de esos más de 2.000 fallecimientos por coronavirus que transcurren en absoluta soledad. Sin funerales, homenajes o abrazos. Pero en Uppers nos resistimos a deshumanizar la muerte: nadie es un número más.
"Mi padre era hasta hace solo unos días un hombre lleno de optimismo. Con sus achaques y limitaciones a causa de la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC) que sufría desde hace tiempo, pero con ganas de vivir. Hace poco más de dos semanas tuvo una recaída por la que tuvo que ser ingresado en el Hospital Universitario La Moraleja. Aunque fue dado de alta, el día 18 de marzo tuvimos que llevarle de nuevo después de una mala noche. Solo un día después, a las 21:30h, falleció. En el parte de defunción comprobamos que había muerto por coronavirus", explica Jose desde su casa.
Desde que murió, los servicios funerarios tardaron nueve horas en llegar. Eso fue el día 19. Cuatro días después, estas empresas están al borde del colapso. Los nuevos protocolos del covid19 han endurecido el trabajo en las funerarias. Sufren la falta de equipos de protección y se ven obligados a seguir unas normas especiales de seguridad para la manipulación y el traslado de cadáveres.
Es solo un resumen de cómo ha muerto Juan Ruiz, un hombre al que su hijo describe como un 'self made man' (hecho a sí mismo), tan común en la gente más emprendedora de su generación. "Una persona decidida, trabajadora y luchadora que dejó su tierra para buscar un futuro mejor en Madrid para él y su familia, especialmente su madre, a la que cuidó durante los años que vivió dependiente. Aprendió por sí mismo todo lo que necesitaba para triunfar como empresario. Fundó primero la empresa Comatrasa y me animó después a crear mi propia compañía, Mobiliario Comercial Maniquíes, transmitiéndome todo lo que él ya sabía".
Hay que mirar de cerca, ponerle nombre y rostro a cada fallecido, para percibir el sinsentido de to do esto, tanto para el que se va como para los que se quedan. "Mi madre llora amargamente en su casa, pero por motivos obvios de seguridad y solidaridad nadie puede acercarse a darle ese beso que tanto necesita después de perder, casi de forma inesperada, al hombre al que amó y con el que compartió más de 40 años de vida", explica.
El covid-19 ha dado un vuelco al rito de la muerte. El Ministerio de Sanidad ha restringido el acceso de familiares a los más próximos y cercanos para "una despedida sin establecer contacto físico con el cadáver" ni el entorno que podría estar contaminado. Las personas que accedan alrededor del cadáver deben protegerse con batas desechables, guantes y mascarillas quirúrgicas. Dadas las medidas de distanciamiento social obligatorias a nivel nacional para evitar la expansión del virus, se han suspendido los velatorios. A Juan, a su hermana y a su madre se les permitió entrar por separado y sin permanecer junto a él más de unos minutos.
De acuerdo con las nuevas exigencias, salvo indicaciones clínicas fundamentadas, se recomienda no realizar autopsia a personas clasificadas como caso en investigación, probable o confirmado. El transporte al tanatorio se realiza tras la correcta introducción del cadáver y desinfección de la bolsa sanitaria estanca, cuya manipulación exterior e introducción en el ataúd ya no comporta riesgos. La cremallera cuenta con un sellado especial que impide que jamás se vuelva a abrir. Este sudario, un saco de color crema con un aislamiento interno que impide cualquier fuga, empieza también a escasear.
El féretro se introduce en cámaras frigoríficas aisladas del resto hasta la incineración o inhumación en las condiciones habituales. Las cenizas pueden ser objeto de manipulación sin que supongan ningún riesgo. Lo que está ocurriendo es que la falta de medios y el incremento de muertes están demorando cada vez más la incineración, a pesar de que los crematorios están trabajando a tiempo completo. Juan aún no tiene las cenizas de su padre.
Mientras, la voz se ha convertido en el mejor vehículo, y único posible, de cariño y aliento. Y las llamadas no cesan. "Mi hermana, el resto de la familia, los amigos… todos le hacemos sentir que estamos con ella, a pesar de la distancia física". Su relato es un reflejo lacerante de un acontecimiento que se está repitiendo en muchos hogares y que nos ha pillado a todos desarmados: "Se hace insoportable no poder enterrarle, ni siquiera hacerle un funeral como se merecía. Era un hombre muy querido y a todos nos habría gustado despedirle", añade.
Al nombrar a todos aquellos que habrían ido a darle su último adiós, Juan va sacando los rasgos y pequeñas cosas por las que su padre se hizo querer: "Los que rieron con sus bromas y humor, los que aprendieron de su conocimiento, los que disfrutaron de sus bailes, los que compartieron sus aficiones, los que comprobaron su generosidad y humildad, los que experimentaron su honestidad y su verdad, los que sufrieron su tesón y en ocasiones su cabezonería, los que vieron su capacidad de trabajo y lucha, los que escucharon sus poemas, los que tomaron de ejemplo sus valores".
Las palabras y este artículo le sirven para rendir su pequeño tributo al padre, que esperemos facilite su duelo, que ahora comienza con especial fuerza. Jose se aferra a los recuerdos entrañables de tantas tardes de fútbol. "Yo, animando a mi Atleti, y mi padre al lado siempre de quien mejor jugase", dice sonriendo.