"Porque tú lo digas". Es una de las reacciones más comunes que todos tenemos ante una imposición. Desde que somos niños luchamos contra los imperativos, de adolescentes nos dedicamos a pelearnos con nuestros padres porque coartan nuestra libertad. En la adultez tenemos suficientes vivencias para que nos obliguen a hacer las cosas y cuando, por fin, somos uppers, llega nuestra liberación y el momento de hacer lo que nos dé la gana. En conclusión, que nunca es un buen momento para determinadas formas de comunicarnos.
Sin echar demasiado la vista atrás, uno de los ejemplos más claros que tenemos es el tema de las mascarillas. Durante un tiempo han sido una imposición de la que muchos se quejaban e incluso incumplían, ahora que son voluntarias se puede ver a gente, sobre todo en interiores, que decide seguir llevándola puesta. ¿Qué nos lleva a tener esta actitud? La respuesta es sencilla. La reactancia. Hablamos con Pilar Úcar, profesora de Literatura y Lengua Española de la Universidad Pontificia Comillas para que nos explique este fenómeno.
Para entender qué es exactamente la reactancia debemos recurrir a la electrónica. Hace referencia a la barrera que ofrece el paso de una corriente y si eso lo aplicamos al lenguaje y a la psicología nos lleva a entender esta palabra como "la resistencia que tenemos las personas a cumplir con lo que se nos dice, sobre todo si son mandatos". Se podría resumir perfectamente en ese "sí hombre, porque tú lo digas" del que hablábamos al principio de estas líneas.
"El problema de los mandatos es que sentimos que coartan nuestra libertad y nos llevan a quitar autoridad a esa persona que nos los está imponiendo. Un ejemplo muy claro está en la familia y en la prohibición de fumar. Los adolescentes tienden a hacerlo porque simplemente no se puede", apunta la experta.
Más allá de la familia, lo encontramos en prácticamente todos los aspectos de la vida. En la política tendemos a desautorizar a las voces que nos fuerzan a hacer algo, sin embargo, cuando el discurso cambia y busca inspirar en la población, funciona sin problema, aunque el mensaje sea el mismo. "Sin ir más lejos, hace una semana hubo mucho revuelo con el tema de la cerveza y el vino en el menú del día. Ante el ‘fin’ de su inclusión, tanto la población como los hosteleros y patronales se pusieron en pie de guerra. Horas más tarde hubo una rectificación, pasó a ser una recomendación y no se ha vuelto a hablar del tema. Es un ejemplo claro de reactancia y los asesores ya saben que cuando más prohibas, peor".
Creemos, pensamos, sería conveniente… son otras formas de emplear el lenguaje que llevan a una mayor aceptación por parte del que recibe la información. "Cuando somos padres primerizos, por ejemplo, tendemos a obligar a terminar los platos a nuestros hijos y eso nos lleva a que no prueben bocado. Sin embargo, si les decimos que no pasa nada, que nos lo vamos a comer nosotros porque así vamos a tener más energía y más ganas de jugar, probablemente se lo querrán terminar ellos mismos”.
Este fenómeno fue estudiado por primera vez en niños, en los años 60. Lo que encontraron los investigadores es que las prohibiciones causaban en los menos justo el efecto contrario al que se buscaba. "Tendemos a pensar que esto ocurre en la adolescencia, pero pasa mucho antes. Coloquialmente es lo que decimos ‘erre que erre’ con el tema". Los científicos determinan que el consumo de algo prohibido es fruto de la reactancia y que cuánto mayor sea esta, más se tenderá a romper la norma.
"Ocurre en todos los sectores: en el márquetin, en la política, en la salud, en los alquileres, en absolutamente todo. ¿Por qué? Porque afecta a nuestro derecho más íntimo, que es el de la libertad. Tendemos a pensar ‘yo hago lo que quiero porque estoy en mi derecho’ y eso es difícilmente rebatible", concluye Úcar.