El periodista Allan Little (62 años), antiguo corresponsal de guerra de la BBC, siempre creyó que el trastorno de estrés postraumático (TEPT) era la "típica cosa de periodistas delicados". Hasta que vio morir a su colega en el frente. Entonces se encerró en sí mismo y se convirtió en "una persona paranoica, incapaz de trabajar y de interactuar socialmente". Esto fue en 2001, cuando los efectos de la cobertura de situaciones traumáticas apenas se atendían.
La guerra que libra ahora Rusia contra Ucrania se ha cobrado ya la vida del primer periodista extranjero, el estadounidense Brent Renaud, de 50 años. El tiempo y el avance del conocimiento médico permiten que hoy sepamos algo más sobre el impacto en la salud mental de los corresponsales de guerra, testigos necesarios del sufrimiento, los desastres y las atrocidades.
El Dart Center, un organismo creado por la Universidad de Columbia para el estudio del periodismo y el trauma, ha encontrado que la mayoría exhibe una elevada capacidad de resistencia a pesar del contacto repetido con eventos traumáticos. Sin embargo, un porcentaje significativo está en riesgo de problemas psicológicos a largo plazo, como TEPT, depresión y abuso de sustancias. Ocurre, sobre todo, cuando hay muerte, violencia y sufrimiento humano, más si involucra a niños.
El veterano fotoperiodista Patrick Chauvel (París, 1949) ha compartido con Reporteros Sin Fronteras las imágenes más emblemáticas de su carrera en una colección que lleva por título 'Los ojos sobre la guerra'. Con 17 años se marchó a Israel con una cámara de fotos para cubrir la Guerra de los Seis Días. A los 40, dos balas americanas casi acaban con su vida en Panamá. "Ese día mi compañero español recibió un disparo mortal y seguía con los ojos abiertos. A seis metros de él, yo seguía hablándole, creía que me escuchaba. ¡Creí que el que estaba muriendo era yo! Varias veces divorciado, reconoce que el oficio no está hecho para la vida civil.
Uno va a la guerra consciente de que le pueden secuestrar, pegar un tiro o recibir una paliza. Lo que nunca se espera es que las secuelas emocionales vayan a ser de tal calibre. El psicólogo Anthony Feinstein, autor de 'Vidas peligrosas: la guerra y los hombres y mujeres que la cubren', calcula que la media de ataques de pánico y trastornos emocionales en esta profesión es cinco veces mayor que en otro ciudadano. Él describe tres padecimientos que se repiten: flashbacks de escenas trágicas, anulación o disminución de la capacidad de respuesta emocional y excitación o respuestas anómalas del sistema nervioso (reacciones violentas, problemas de sueño, irritabilidad o dificultad de concentración).
De acuerdo con la OMS, los trastornos más frecuentes después de estar en una zona de conflicto son esquizofrenia, ansiedad, depresión, estrés postraumático y bipolaridad. Un informe del Dart Center recoge que en torno al 15% de los corresponsales de guerra abusa del consumo de sustancias y alcohol. El riesgo es más alto cuanto mayor es la exposición al trauma, la dificultad para expresarse emocionalmente o las creencias negativas de sí mismo y del mundo después de la cobertura, entre otros factores.
Hemos tenido que romper el tabú sobre la salud mental para hablar de las secuelas que deja a los reporteros la cobertura de la guerra. Según Alfonso Armada, presidente de Honor de RSF, no se ha tenido en cuenta el dolor y el trauma en los periodistas que se enfrentan a estas situaciones de tan alta carga emocional. "El efecto que la exposición podía provocar en su mente y condición física no se ha valorado", explicaba hace unos meses en una charla organizada por RSF junto con la Fundación Caniis Majoris. Alejandro Ortiz, periodista mexicano, contó cómo durante un tiempo tuvo miedo de salir a la calle. "Jugamos a sentir que podemos hacerlo todo, sin visibilizar que algo no está bien".
En su biografía 'Where war lives', Paul Watson, reportero de guerra canadiense y premio Pulitzer, expone la huella psicológica de su cobertura en Somalia, el genocidio en Ruanda y otros conflictos. Le perseguían los recuerdos de los cadáveres flotando en el lago. Cada vez más, necesitó aislarse y refugiarse en las drogas y el alcohol, hasta que un día, conduciendo por las calles de Johannesburgo, tuvo alucinaciones y creyó que el resto de los vehículos eran guerrilleros armados. El psiquiatra le diagnosticó estrés postraumático. Pudo recuperarse y volver a las zonas de guerra, como Kosovo y Mosul, pero su necesidad de soledad sigue presente.
Hernán Zin, documentalista de origen argentino, es el autor de uno de los documentales más crudos sobre el drama psicológico de los reporteros de guerra, 'Morir para contar'. Recuerda que tuvo su primer ataque de pánico en 2013, en Afganistán. Estaba junto a Jon Sistiaga después de haber realizado un reportaje sobre desactivación de minas. "En un momento de descanso, me dio así, como si nada. Solo quería encerrarme en algún lugar. No podía salir a grabar nada". Su pasión por el riego le condujo a una etapa de depresión profunda y una crisis anímica que le llevó a una incómoda convivencia con pensamientos suicidas.
En este trabajo decenas de periodistas y fotógrafos describen las secuelas emocionales de esta profesión. Este es el relato de David Beriain, periodista asesinado en Burkina Faso: "El efecto es como un vaso en el que van cayendo gotas y al final se llena y se desborda y no sabes por qué. Finalmente necesitas ayuda. Muchas veces no nos permitimos los periodistas hacer eso porque nos parece obsceno hablar de nuestro dolor cuando hemos visto lo que hemos visto del dolor ajeno. El dolor es como un gas: por muy pequeño que sea, tiende a ocupar todo el espacio disponible".
Zin asegura que las cicatrices por las coberturas de los conflictos bélicos perduran. Él mismo reconoce que no puede viajar en el asiento trasero de los coches ni en aviones pequeños. Tampoco puede entrar en un ascensor. "Tengo que subir las escaleras de los edificios como un boludo".
Un estudio sobre el impacto psicológico de la guerra contra el narcotráfico y crimen organizado en periodistas mexicanos, realizado en la Universidad Nacional Autónoma de México, concluyó que los profesionales que cubren estas noticias presentan niveles más altos de ansiedad (77%), depresión (42,5%), estrés postraumático (28,6%) y consumo excesivo de alcohol (23,6%). El trauma altera las percepciones de seguridad, confianza, estima, intimidad y control de las personas, a tal grado que el mundo interior ya no vuelve a ser el mismo.
La sensación es de soledad. "Todo te parece muy superfluo", cuenta Zin en su documental. En 2017, terminado el rodaje de 'Nacido en Siria', dice que se encontró en la oscuridad total. "Estaba totalmente solo, sin pareja, y lo único que pensaba era en suicidarme".
Beriain también describió la vuelta en 'Morir para contar': "En psicología existe un concepto llamado umbral de excitabilidad, que es la cantidad de impulsos que necesita tu cerebro para reaccionar. Evidentemente cuando estás en un conflicto, eso sube ahí arriba y luego llegas a casa y tienes que vivir ahí abajo y dices cómo hago esto. (…) Tardas mucho en volver a conectarte con las cosas sencillas". El fotoperiodista y ganador del Pulitzer en 2013 Manu Brabo resume: "Lo disfrazamos de pasión pero en el fondo estamos imponiendo algo que es jodido de llevar" para la familia".
Elana Newman, psicóloga clínica y directora de investigación del Dart Center, asegura que "ser testigo presencial es un riesgo laboral para el que la mayoría de los periodistas no están entrenados". Su grupo ha elaborado una lista de recursos que los editores pueden emplear en sus redacciones: hablar sobre los posibles riesgos emocionales, recordar que la angustia es una reacción humana normal y no una debilidad, hacer que se sienta valorado, mantener un contacto regular, dar palabras de aliento, insistir en la importancia del autocuidado, alentarle a que no oculte sus emociones y considerar la posibilidad de rotar si la persona está muy angustiada.
Enumera, además, algunas respuestas que no pueden considerarse usuales: insomnio, sueños perturbadores, pensamientos intrusivos, evitación, nerviosismo, enojo, dificultad para concentrarse y algunas reacciones físicas al recordar lo vivido, como sudoración, pulso acelerado, mareos o náuseas.