Vivir solo tiene muchas ventajas, la mayoría en términos de independencia. Quien habita un hogar unipersonal organiza a su antojo los espacios, elabora la lista de la compra sin encomendarse a nadie, establece a capricho sus horarios, recibe a quien le apetece… Pero esa agradable autosuficiencia puede tornarse en honda sensación de soledad cuando, por culpa de coronavirus, a uno le obligan a confinarse durante semanas. ¿Con quién hablar cara a cara? ¿Con la imagen del espejo? ¿Con la mascota? Contrariamente a lo que cabría pensar, ese colectivo de solitarios no está formado en su mayoría por ancianos que han perdido a sus parejas. Según el INE, 4,79 millones de personas viven solas en España; más de la mitad son menores de 65 años.
Una de ellas es Araceli (47), y desde que empezó la cuarentena ha pasado por dos bajones anímicos importantes. "Esos días no me apetecía hablar con nadie", nos dice. Divorciada, no ve a su hija de 23 años (emancipada, vive con su novio) desde que se promulgó el real decreto. A sus padres los atisba un par de veces por semana, cuando les lleva la compra, que deja en su rellano. "Se juntan muchas cosas", explica. "El pavor por las noticias, la incertidumbre por mi trabajo, el no ver a nadie excepto cuando voy al supermercado… Pasar esta situación solo es jodido".
Hasta ahora, su trabajo y el gimnasio compensaban las horas que pasaba sola en su casa. Pero se ha visto obligada a cerrar su tienda de bisutería, perdiendo así las importantes ventas del Día del Padre y de la Madre. Un mal muy común, pero que se lleva peor cuando uno no tiene con quien compartir preocupaciones. "Las personas que viven en familia pueden desahogarse con sus seres queridos —razona—, pero, ¿con quién voy a hacerlo yo? ¿Con mis amigas? Ellas tienen sus propios problemas, distintos de los míos, están casadas, y es difícil que se pongan en mi lugar". Dedica casi dos horas al día a hacer ejercicio siguiendo vídeos de YouTube; cocinar, reparar cosas de casa y sumergirse en el papeleo de su negocio completan su jornada.
La cuarentena da un nuevo signficado a la idea de vivir solo. Como dice Natalia Ortega, directora de Activa Psicología: "No es lo mismo vivir así porque lo has elegido (aunque, en muchos casos, es resultado de un divorcio, que puede ser traumático), que te prohiban el tener contacto con otras personas".
Bastante mejor está soportando el encierro Darío (50). Monitor de fitness, sin hijos, se las ha ingeniado para seguir dando clases en directo por vídeo. "Nunca había utilizado Skype", reconoce. "Tuve que ponerme las pilas en un fin de semana. Y aunque no es lo mismo que relacionarte cara a cara, dedicar seis horas todos los días a interactuar con los alumnos por videoconferencia atenúa la sensación de soledad. Otro gallo cantaría si me dedicase a una actividad diferente y hubiera tenido que suspenderla".
Si uno recibe de vez en cuando la visita de los hijos, la cosa cambia. Esto solo es posible en los casos en que lo determina un convenio de custodia de menores. Tomás (49) acoge a sus dos hijos de 11 y 9 años cada dos semanas. "Cuando no están conmigo, echo mucho de menos su alboroto; cuando vienen, a la media hora ya no puedo con ellos, pero sé que cuando vuelvan a irse, la casa se quedará otra vez en silencio y me sentiré aún más solo", confiesa.
"Aquellos que pueden estar con sus hijos algunos días, tienen más sensación de normalidad respecto a los demás", señala Natalia Ortega. "Pero en el momento en que vuelven a quedarse solos, llenar esos espacios se hace más complicado. Empiezan a surgir sentimientos de desesperanza, de zozobra; aparece una soledad que les hace replantearse su situación. Por otra parte, en los medios se publican muchos contenidos sobre hacer cosas en familia, y eso aumenta mucho más el sentirse aislado durante el confinamiento".
La propia psicóloga entrevistada responde a este perfil. Natalia Ortega nos cuenta que hace unos días quedó con sus amigas para tomar el aperitivo por Zoom; la mayoría aparecía en imagen con sus parejas, con los hijos detrás… "Una de mis amigas, que también vive sola, aguantó un rato, pero enseguida dijo que tenía cosas que hacer y se desconectó. Lo hizo en realidad porque se acentuó su sentimiento de soledad", dice Ortega.
Esta inédita circunstancia está propiciando actitudes novedosas (y no siempre bien enfocadas) en muchos de estos solitarios. Puede tenderse al abandono: a dejar de ducharse regularmente (¡total, no me va a ver nadie!) o beber más de la cuenta. "Se empieza por no ducharse a diario y se acaba desordenando comidas, horas de sueño…", expone la terapeuta. "Nuestra imagen y nuestro bienestar influyen en la autoestima, y si ya de por sí el confinamiento es duro, añadir esa pérdida de autoestima puede hacer que sea aún más difícil".
Otros buscan compañía, aunque sea virtual. "Me estoy encontrando con personas que están solas y están empezando a intensificar su actividad en redes sociales y aplicaciones de contactos", prosigue Natalia Ortega. "Empiezan a entablar relaciones, que cumplen una función de rescate, de muleta; está bien, porque posiblemente la otra persona también está sola y ambos pueden empatizar, pero son un poco artificiales, porque están muy marcadas por ese sentimiento de soledad y la necesidad de compañía".
Pero no todo tiene por qué ser negativo. Es posible aprovechar el confinamiento desparejado para hacer introspección. "Estoy recomendando a mis pacientes que aprovechen para replantearse su situación vital, y que piensen que estar solo muchas veces compensa más que estar mal acompañado. Es momento para hacer actividades que hemos dejado de lado, lo cual es bueno para todas las personas, pero aquellas que están solas lo tienen más fácil porque eligen sus horarios. Yo misma estoy aprovechando este momento para pensar qué cosas no me gustan de mí y quiero cambiar, y cuáles me gustan y deseo reforzarlas".