Si en España nunca hemos tenido muy claro cuánto dar de propina por el servicio en un bar, restaurante o cafetería, con el cada vez más frecuente pago con tarjeta el asunto se ha vuelto más espinoso. ¿Dejamos más o menos propina que antes? ¿Y llega realmente al camarero que nos ha atendido? Como todas las semanas en 'MoneyTalks', Javier Ruiz nos cuenta la historia de esta gratificación económica y nos explica las obligaciones del empresario respecto a este ingreso.
Hay dos escuelas sobre el origen de la propina. La europea fecha este pago en tiempos del imperio romano, como un estipendio que se tenía para con los sirvientes. La otra tendencia sitúa su origen en los bares y pubs de la Inglaterra del siglo XVI, donde para garantizar la velocidad del servicio había unos cuencos con la inscripción 'To Insure Promptness". La palabra tip (propina, en inglés) es un acrónimo de esa expresión.
Esta costumbre se exportó a EEUU en el siglo XVII, una tradición no escrita que se ha mantenido a lo largo de los siglos, con propinas entre el 15 y 25% de la factura, a veces incluso del 30%. En nuestro país, sin embargo, no existe ninguna normativa que obligue a los comensales a dejar un plus económico.
En cualquier caso, la premisa de dejar propina para premiar el servicio en ocasiones es muy cuestionable. En EEUU hay 2,6 millones de personas que se dedican al servicio de la hostelería. Se les paga una parte importante de su sueldo en propinas (hasta el 40%; en algunos casos, el 49%) . De hecho, hay una tendencia liberal que apuesta por menguar salarios e incentivar las propinas, lo cual termina generando una precariedad absoluta. Es preferible pagar primero sueldos dignos, y después bienvenida sea la generosidad del cliente.
En España no hay una ley que las regule las propinas, pero según una sentencia del Tribunal Supremo deben repartirse entre todos los compañeros de servicio. No se paga al camarero que te ha atendido, sino al conjunto de ellos. Ojo, no al personal de cocina o empresarios. Esto ha dado lugar a grandes disputas en restaurantes y cafeterías, pero es un terreno pantanoso en el que es difícil equilibrar los méritos.
La jurisprudencia también dictamina que el empresario no puede disponer de ese bote a su conveniencia. Ahora bien, con la normalización del pago con tarjeta, el jefe tiene que reportar las propinas, que van a constar como salario y se tributará por ello. ¿Y cómo está afectando la lenta desaparición del efectivo a las propinas? Pues, paradójicamente, estamos dejando más. Los dispositivos con grandes pantallas que agilizan el pago están diseñados para inducir al cliente a dejar una propina generosa, lo que se conoce como preprogramación oscura.
El usuario no quiere quedar como un 'rata' y pulsa el botón recomendado, que obviamente es el de la propina más alta. En ningún momento se obliga a dejar una cantidad, pero muchos clientes pueden sentirse coaccionados. Para saber más sobre el reparto de las propinas y su realidad económica, puedes ver el vídeo con la charla completa con Javier Ruiz.