El juego de tronos en OpenAI, la firma pionera en inteligencia artificial y creadora de ChatGPT, se resolvió con el regreso triunfal de Sam Altman apenas cinco días después de haber sido despedido. Como cada semana en 'MoneyTalks' Javier Ruiz analiza la que considera la batalla empresarial más importante de las últimas generaciones y lo que supone que haya ganado el cofundador y rostro más visible de la empresa. Como siempre, la clave es el dinero.
En esta guerra había dos tribus. En primer lugar, la aglutinada por la fundación sin ánimo de lucro con la que empezó todo y que, en defensa de su premisa inicial de promover el desarrollo de la IA desinteresadamente en beneficio de toda la humanidad, reclama prudencia y calma ante el impredecible ritmo de los avances tecnológicos. En frente, la tribu que apuesta por comerciar con ese desarrollo, que busca obtener beneficios y que defiende la rentabilidad.
Al parecer, el descubrimiento por parte de algunos investigadores de la empresa de que su proyecto Q* (pronunciado Q star) utiliza una IA capaz de escapar al control de sus programadores es lo que hace saltar todas las alarmas. La facción ética de la empresa advierte de la enorme amenaza para la humanidad que puede suponer comercializar con esta tecnología sin comprender aún todas las consecuencias, pero cuando se encuentran con que Altman ya está negociando su venta hacen valer su mayoría en la junta directiva para decidir su fulminante despedido. Las razones esgrimidas lo limitan a una cuestión de pérdida de confianza.
El problema es que Altman tiene detrás el apoyo del capital (incluido Microsoft, dueña del 51% de la firma) y es el líder de la compañía, el tipo que la puso en lo más alto. Además, el 97% de la plantilla está con él y lo dejan bien claro. El resultado final no puede ser otro. Caen quienes plantean cautela, calma y ética. Gana el dinero.
Lo cierto es que la inteligencia artificial en sí misma ofrece grandísimas oportunidades para conseguir grandes logros, pero el problema es que también presenta enormes riesgos. Esto no es algo que deba desarrollarse demasiado rápido. Su aplicación en campos tan delicados como Defensa, Sanidad o el periodismo implica grandes peligros. Si esta tecnológica es propiedad de un oligopolio, aunque sea tecnológico, tiene enormes posibilidades para el mal. Ya sabemos que quien tiene acceso a los datos, los utiliza a su favor. Por ejemplo, si tu aseguradora puede acceder a cuánto deporte haces, dónde estás, si fumas o no, es capaz de discriminarte por tus hábitos y cobrarte más.
Es imprescindible, en primer lugar, una regulación por parte de los Gobiernos; en segundo lugar, ética en los programadores, y en tercero, juicio y criterio en el consumidor. El primer filtro somos cada uno de nosotros. No se deben difundir cosas que se sabe que son cuestionables, porque un bulo tiene siete veces más recorrido que una noticia real. Pero la IA ya es un paso más allá y ya está haciendo saltar alarmas incluso en algunos fabricantes (Meta, Google) que reconocen que se está corriendo demasiado y que por querer ganar la carrera se pueden lanzar al mercado productos que carecen de garantías de control. Si quieres saber más sobre las implicaciones éticas y económicas de la IA, puedes ver la charla completa con Javier Ruiz.