La subida de precios de los alimentos está modificando nuestros hábitos a la hora de llenar la cesta de la compra. Cada vez apostamos más por productos menos saludables y más baratos, aprovechando todas las ofertas y promociones que ofrecen las cadenas de supermercados y decantándonos por sus marcas blancas frente a las tradicionales. Como cada semana en 'MoneyTalks', Javier Ruiz nos explica estos cambios y sus consecuencias, no solo económicas, también sanitarias.
Salvo el transporte, el turismo y Netflix, todo los demás elementos de consumo han subido durante el último año. Concretamente, los alimentos, sobre todo aquellos de calidad, sanos y frescos. El aceite de oliva se ha disparado un espectacular 62,9%, lo que implica que nos decantemos por el de girasol. Y este cambio de hábitos lo podemos ver en más productos esenciales.
Hace un año, el 46,1% de los españoles consumía cerdo entre una y tres veces por semana. Hoy solo lo hace el 31,6%. En cuanto al pollo, ha pasado de ser consumido regularmente por el 65,1% a serlo por el 55,1%. La caída del pescado es aún más espectacular: del 59,6% de los españoles al 39. Mientras que la fruta pasa del 77,6 al 62,3.
Vamos hacia una vida low cost en la que comemos menos y peor. Ha habido recortes claros en la calidad de los productos que consumimos. Incluso si nos fijamos en los ultraprocesados, el 12,7% de los españoles ha cambiado de marca, a calidades peores. Estamos cambiando la comida sana por la barata, un fenómeno que ya hemos visto en lugares como EEUU y que termina conduciendo a problemas sanitarios a largo plazo: obesidad, diabetes, enfermedades cardiacas. Estamos tapando una factura hoy sembrando un problema mañana.
Por parte del Gobierno, en este asunto tenemos muchas palabras y muy pocos hechos. Y el problema es que los alimentos más sanos van a seguir encareciéndose. Es necesaria cierta intervención social, y con bisturí. Actuar en capas sociales muy concretas, en niveles de renta específicos, pero el olfato y la inteligencia política todavía no ha llegado.
Ante esta situación, se está produciendo un auge espectacular de las marcas blancas, o propias, como los supermercados prefieren que se diga. En el 2008 el 34% de lo que facturaban las grandes cadenas era marca blanca. En 2022 había subido hasta el 41%, y un año después es ya del 44%. Es decir, casi uno de cada dos euros que factura el supermercado es marca blanca. Mercadona vive ya fundamentalmente de Hacendado o Deliplus. Carrefour y Alcampo, exactamente igual. La cuota es tan brutal que España ya figura en el segundo puesto de venta de marcas blancas en la UE, solo por detrás de Países Bajos.
Los supermercados cada vez venden más su propio producto, lo cual no tiene por qué suponer un problema de calidad, pero sí de tejido empresarial. Si hay menor competencia, también habrá menor capacidad de negociación y, a la larga, menos beneficio para el consumidor. Hay quien incluso ya habla de marcas negras para definir el fenómeno que ocurre cuando un productor deja de fabricar sus propios artículos y empieza a hacerlo directamente para el supermercado.
Otro aspecto que preocupa mucho al bolsillo de los españoles es el precio de los combustibles. Cuando llenar el depósito de gasolina o gasóleo se convierte en un lujo, es lógico que el consumidor termine buscando el ahorro en las gasolineras low cost de operadores como Ballenoil y Plenoil, que ven disparada su cuota de mercado. Abastecerse en sus surtidores puede suponer un ahorro de 50 euros al mes, de entre 400 y 600 euros al año. La cuestión es que uno de ellos es propiedad de Cepsa, y el otro de un fondo de inversión, por lo que no es una guerra de precios real, sino controlada. Para saber más sobre cómo los consumidores intentamos abaratar nuestra cesta de la compra, puedes ver la charla completa en el vídeo.