La ciudad bajo Las Vegas que habitan cientos de indigentes, el lado más oscuro del sueño americano

  • Los habitantes de la ciudad subterránea malviven a base de lo que consiguen pidiendo o de la asistencia de voluntarios

  • Desde hace años periodistas y activistas llaman la atención sobre la ocupación de una red de túneles de la ciudad por parte de cientos de homeless

  • El contraste es con el lujo y el dispendio de la llamada 'capital del entretenimiento mundial' es estremecedor

Allí no llegan las luces cegadoras de los letreros luminosos. Arriba, el ruido del dinero circulando en la 'ciudad del vicio', el tum tum de los conciertos y miríadas de turistas siendo casados por Elvis. Abajo, fentanilo y ratas 'del tamaño de un gato'. Y gente, claro. Unas 1.500 personas viven debajo de Las Vegas, según un reportaje de la BBC que ha seguido a los activistas de Shine a Light en su recorrido por el infierno subterráneo del sueño americano: una auténtica ciudad habitada por centenares de homeless, expulsados del sistema sin crédito alguno y por los que ya nadie apuesta.

Vivir abajo

Una serie de testimonios recogidos por el medio británico da cuenta del drama de la manera más cruda. Hay gente allí que lleva cinco, diez, veinte, hasta 35 años viviendo en el sistema de túneles diseñados para drenar el agua de la lluvia en la ciudad. Un lluvia escasa pero intensa que entre los meses de junio y septiembre, y que ha llegado a inundar por completo los conductos. Con sus pobladores dentro.

Cómo se sabe, Las Vegas fue construida en medio del desierto de Mojave, en un territorio que habitaban las tribus Anazani y que vio pasar a exploradores españoles (que bautizaron así al valle), pobladores mexicanos, soldados norteamericanos y predicadores mormones sucesivamente. Toda esa riqueza histórica quedó relegada en el imaginario popular cuando, ya a mediados del s. XX empezó la construcción de los casinos y grandes hoteles que la convertirían en uno de los reclamos turísticos más importantes de EE UU.

Como si de una 'corte de los milagros' se tratara, el reportaje nos presenta a una serie de personajes marginales, veteranos de guerra, vagabundos, adictos al fentanilo, personas para las que no hay lugar allá arriba y que sobreviven en las alcantarillas con las escasas ayudas que les da el gobierno o lo que pueden conseguir pidiendo o vendiendo chatarra. No es un panorama insólito, de hecho ocurre en casi todas las grandes urbes del mundo.

Sin señales Elvis

Solo el año pasado, los turistas gastaron alrededor 44 millones de dólares en la ciudad. Quizás por eso el contraste con la vida de abajo resulta más hiriente.Los mismo que la actitud de las autoridades de la ciudad con estas personas. Según la periodista Leire Ventas "en noviembre de 2019 el concejo municipal aprobó una ordenanza que convertía el sentarse, descansar o "alojarse" en las aceras en un delito menor punible con un máximo de seis meses de cárcel o multas de hasta US$1.000, y que fue descrita por sus críticos como "la más draconiana del país" contra las personas sin hogar". Aunque esas mismas autoridades hayan invertido también millones en albergues donde los homeless pueden ducharse, comer o dormir temporalmente mientras son asistidos. Claroscuros de la administración pública norteamericana.

La gente que baja a los túneles, lo hace atraída por cierta idea de pertenencia. De comunidad. Los gruesos muros de hormigón les protegen también de las altas temperaturas del desierto. Y sobre todo de la mirada temerosa o incriminante de los de arriba. Terminan por sentirse más seguros allá abajo.

¿Lo que ocurre en Las Vegas se queda bajo Las Vegas?

La idea es que no. Matthew O'Brien, fundador de Shine A Light, la ONG que trabaja desde 2009 con los habitantes de la ciudad subterránea, fue uno de los primeros periodistas en interesarse por ellos y ha escrito los libros Beneath the Neon ("Bajo el neón", 2007) y Dark Days, Bright Nights: Surviving the Las Vegas Storm Drains ("Noches oscuras, días luminosos: sobrevivir en los desagües pluviales de Las Vegas", 2021) para intentar visibilizar este problema social. Y a día de hoy son los voluntarios de esa institución (y algunos periodistas) los únicos que descienden.