Los últimos zahoríes en busca de agua subterránea: “Somos cinco hermanos y solo uno tiene el don”
Aseguran que mediante varas y péndulos, y a veces sin ellos, pueden señalar el punto exacto debajo del cual discurre una corriente de agua
La ciencia aún no se explica cómo lo consiguen, aunque expertos hablan de una sensibilidad especial: "No a todo el mundo se le mueven las varillas"
“He sido toda la vida agricultor. Cuando era pequeño hicimos un pozo en una finca, fui aprendiendo, aprendiendo…”, dice Miguel (61)
Los zahoríes tienen la facultad de detectar aguas subterráneas, lo cual resulta muy útil desde tiempos remotos para la perforación de pozos. Lo hacen mediante un método tradicional: equipados de varas alargadas o en forma de Y, de diversos materiales, o con péndulos. Pero, a pesar de lo antiguo de este oficio, al que ya recurrían los romanos, incluso a día de hoy se desconoce cómo lo averiguan. Ni siquiera los dos entrevistados para este reportaje se ponen de acuerdo: uno lo atribuye a la intuición; el otro, a “un don”.
Los zahoríes defienden que las varas tienden a cruzarse o a apuntar en dirección al suelo cuando reciben la energía de manantiales ocultos, pero solo experimentan esa reacción cuando las portan determinadas personas; si tú o yo las cogemos, lo más probable es que las varas ni se inmuten. Una cosa al menos está clara: aunque hablamos de palos que se mueven solos, la radiestesia (como también se conoce) no obedece a fenómenos paranormales. Aun así, en países anglosajones la denominan water witching (“brujería del agua”) o divining (“adivinación”).
MÁS
No existe realmente una explicación científica del trabajo de los zahoríes. Sobre el hecho de que ciertas emanaciones o fuerzas magnéticas del subsuelo produzcan la respuesta de una vara, el geólogo Don Emerson consideró en 2020 que “después de miles de años, la evidencia aún no se ha proporcionado”. Otros expertos opinan que los aciertos de los zahoríes se deben “única y exclusivamente a la casualidad”. Sin embargo, en 2017, Juan Vicente Giraldez, catedrático de Hidrología de la Universidad de Córdoba, reconoció en La Vanguardia que“es posible que haya gente con una sensibilidad especial para encontrar agua, igual que hay otros con una sensibilidad mayor para captar los aromas del vino o animales capaces de predecir terremotos”.
El Servicio Geológico de Estados Unidos lo achaca a la probabilidad: “en muchas áreas el agua subterránea prevalece tan cerca de la superficie terrestre que lo difícil sería abrir un agujero y no encontrarla”. Se trata, pues de un oficio rodeado de misterio y curiosa controversia, circunscrito casi exclusivamente al ámbito rural y que puede incluirse sin titubeo entre las ocupaciones añejas en peligro de extinción.
“Somos cinco hermanos y solo yo poseo este don”
Al malagueño José Antonio Barboteo (53) la radiestesia le viene por parte de padre. “Se dedicaba a marcar agua, y un vez lo acompañé. Estuve probando y resulta que las varillas se me movían. Somos cinco hermanos y el único que marco soy yo”, declara. Lo dice como ejemplo de que no todo el mundo está dotado de lo que define como “un don”.
“No es algo de lo que puedas decir: me dedico a esto. O tienes el don o no lo tienes. O se te mueven las varillas o no se te mueven. ¿Por qué? No lo sé. Cuando voy a marcar me gusta dejar a otras personas que prueben, y a algunas se les mueven y a otras no. Es una sensibilidad que tenemos cada uno. Las aguas producen una corriente estática, y esa es la que se detecta. Hay gente que es muy susceptible de detectar dichas corrientes estáticas y otra que no”.
José Antonio emplea varillas metálicas y de árbol (de olivo o avellano). Detalla cómo funcionan: “Las metálicas lo que hacen es que, en el momento en que encuentran unas corrientes de agua, se cruzan. De este modo sé dónde está el punto por el que pasa una vena de agua. Acto seguido, me sitúo sobre ese punto y una varilla me va a indicar la dirección que trae el agua y la otra la dirección que lleva”.
Lo siguiente es utilizar las varillas de árbol. “Estas, en el momento en que llegas al paso de agua, tienden a inclinarse en posición vertical hacia el suelo, marcando el punto exacto. Gracias a eso, sé decirte la fuerza que trae la corriente (por la fuerza que ejerce sobre las manos) y la profundidad a la que está al agua (por lo que tardan en caer hacia el suelo: cuanto más deprisa caigan, más cerca está de la superficie). Las metálicas hay que agarrarlas suavemente, mientras que las de árbol hay que hacerlo con fuerza, para que no se muevan”. Aun así, su método registra un 10% de error. “Se da por un material que existe en el subsuelo, azulado, que puede confundirse con el agua”, explica.
Cuánto cobra un zahorí
José Antonio, cuya ocupación principal es la de ferroviario, no vive de este oficio al que considera “una especie de hobby”. “Se podría vivir de ello —señala—, pero tendrías que asociarte con poceros, pero eso no es posible, pues si me encargan que rastree un terreno y ahí no hay agua, eso al pocero no le interesa. Pero si la hubiera, cobraría por ir a ver el terreno y un tanto por ciento del pocero”. Ha realizado trabajos de marcación de pozos en Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Madrid, Murcia, Cataluña y en el extranjero: Portugal, Argelia y Marruecos.
Miguel (61) nunca ha cobrado por esta actividad, que lleva practicando tanto en los alrededores de su pueblo, Béjar (Salamanca), como en otras regiones de España cuatro décadas. Solo cuando su hija, que ha heredado sus dotes, se ha profesionalizado, han empezado a obtener recompensa económica de su labor.
“Cuando alguien de la zona necesitaba hacer un pozo, me llamaba”, nos cuenta. “Y normalmente no le cobraba nada. Lo hacía por afición. Ahora acompaño a mi hija, y cobramos según diferentes factores: si hay que hacer un desplazamiento largo en coche, parar para comer… En ese caso a lo mejor cobras 400 euros. Si es por aquí cerca, a 50 o 100 kilómetros, cobras la mitad”. El precio de un pozo varía según si el terreno es llano o de montaña y de la profundidad. El metro puede oscilar entre los 40 y los 60 euros.
Este bejarano se define como un hombre sencillo que jamás ha perdido el contacto con el ambiente rústico. Precisamente de ese contacto surgió su vocación zahorí. “He sido toda la vida agricultor; he tenido olivares. Siempre he estado conectado con la naturaleza y con el campo. De pequeño hicimos un pozo en una finca, fui aprendiendo, aprendiendo…”, dice. Y desde entonces ha podido descubrir 300 o 400 flujos de agua.
Radiestesia sin varas
Miguel no usa varas y apenas el péndulo. Lo confía todo a su intuición. “Yo no necesito ningún instrumento —expone— para saber la cantidad de agua que lleva una corriente y si va a aguantar el tirón de la sequía en verano. Es a través del subconsciente, de la mente… Da igual que el agua esté a un metro de profundidad que a trescientos. No es que sea perfecto, porque la perfección no existe, pero la mayoría de pozos me salen buenos. No obstante, siempre lo confirmo con el péndulo (cuando camino sobre la corriente, se mueve; si la corriente lleva mucha fuerza, se mueve mucho), pero lo utilizo más que nada por rutina. Me inclino a pensar que casi todos los zahoríes, aunque lleven la vara y el péndulo, podrían hacer su trabajo sin ellos. Lo que pasa es que se han acostumbrado a llevarlos”.
Como en cualquier quehacer, la experiencia desempeña en la radiestesia un papel fundamental. “De joven pensaba que sabía, pero ni mucho menos”, admite Miguel. “En el fondo estaba verde. Sacaba muchos pozos buenos pero también otros que no lo eran tanto, como les pasa al 90% de los zahoríes. Por bueno que seas en algo, necesitas experiencia. Es la base principal. Ahora estoy en mi mejor momento”.
Dos alicientes son los que mantienen el apego de los zahoríes a su oficio. Uno es el reto de acertar. “Es una responsabilidad”, afirma Miguel. “Si alguien va a gastarse 5.000 euros en hacer un pozo, no puedes equivocarte y debes buscar la mejor corriente”. El otro, la belleza intrínseca a esta práctica campestre. “Ir a un terreno que nunca has visto y detectar una corriente de agua —dice José Antonio— es algo muy especial y bonito. Cuando te llaman y das con el agua, produce mucha satisfacción”.