Así trabaja un experto en heráldica: "El escudo de su apellido que compras por ahí es una estafa"
La heráldica es una disciplina, mitad arte, mitad ciencia, que se centra en los escudos de armas de linajes e instituciones
Andrés (57): “En una investigación en profundidad puedes tirarte dos o tres años trabajando”
Juan (47), sobre sus clientes: “La mayoría es gente que quiere adoptar armas nuevas, que se ha metido en este mundillo y se ha quedado deslumbrada”
En el siglo XVI, un caballero español ganó un torneo en Francia y el rey de aquel país le otorgó el derecho a obtener, como premio, aquello que se le antojase. El caballero español le dijo: “Quiero un escudo con tus armas, las tres flores de lis”. El monarca francés accedió a regañadientes, no sin antes espetarle: “¡Mal donadas te sean!”. Y así nació el apellido Maldonado, cuyo escudo de armas, en lo que respecta a aquel linaje, es igual al de los antiguos reyes de Francia.
Esta curiosa historia, que nos relata Juan Fernández Molina (47), es tan solo una de las miles que esconde la heráldica, de la que este 10 de junio se celebró su Día Mundial, y que este experto y miembro de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, define como “la ciencia que estudia los escudos de armas, que pueden ser de linajes, instituciones o de ámbito geográfico: pueblos, ciudades, naciones… Es también una expresión artística”.
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Lo que no es, al menos en nuestro país, es símbolo exclusivo de aristócratas. “Aquí en España la heráldica tiene un carácter universal: cualquiera puede tener escudo de armas; no es necesario ser noble. En otros países sí. No ha habido una legislación concreta que especificase que solo los nobles tenían acceso a ello”, aclara Juan. Tampoco van ligados exactamente a apellidos, como suele creerse. “Un escudo hace referencia a un linaje, no a un apellido”, añade.
“Si mi apellido es Fernández y hay veinte mil escudos de Fernández, ninguno de ellos tiene por qué ser de mi linaje”. Y pone otro ejemplo: “El apellido actual de la Casa de Alba es Fitz-James Stuart; antes era Álvarez de Toledo. ¿A quién pertenece el escudo de armas de esa familia? A los Fitz-James Stuart, porque los Álvarez de Toledo derivaron en segundas ramas y se desviaron de la casa principal. Cuando en centros comerciales, mercadillos medievales o Internet se anuncia: ‘El escudo de su apellido’, es una estafa en toda regla. Están usando escudos de armas de otra gente”.
Cómo nace la vocación
Así es el mundo de la heráldica, fascinante y tan desconocido que da lugar a ese tipo de equívocos. A pesar de tratarse de una disciplina poco popular, hay quien elige dedicarse a ella, como Juan, aunque en su caso es una segunda actividad; su profesión es la de militar del Ejército del Aire. “De pequeño vi una película de los años cincuenta titulada La coraza negra, de aventuras, medieval”, recuerda. “Un personaje, un escudero pobretón, llega a un castillo y encuentra un armorial (un libro de escudos de armas). Localiza un blasón que parece ser de su padre y a partir de ahí se desarrolla toda la trama. Aquello me dejó muy impactado. Y ver esos caballeros con ese colorido… A un niño eso le impacta muchísimo”.
“Aquello me llamó mucho la atención”, prosigue. “Algo más mayor empecé a jugar al rol, y había un juego que me gustaba mucho: Pendragon, de leyendas artúricas. Un módulo del juego se centraba en la heráldica, aunque con el tiempo me he dado cuenta que se trataba de un error: la heráldica no existe hasta el siglo XII y si hemos de situar a Arturo en una época de la Historia sería en el siglo VI o VII. Pero aquello me empezó a apasionar. Compré libros, comencé a relacionarme con gente de este mundo, a hacer cursos…, hasta que se ha convertido en una vorágine que me ha imbuido del todo”.
Andrés (57) es el propietario de Heraldaria, una empresa zaragozana especializada en este arte. “Mi familia procede de un pueblo de Zaragoza, y en la casa estaba el escudo de armas”, nos cuenta. “Me interesó de muy pequeño. Lo veía en otras casas y cuando tuve un poco más de edad empecé a indagar y me formé. Estudié una diplomatura de tres años en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas e hice un máster en la UNED de Heráldica, Genealogía y Nobiliaria. Hice de un hobby una profesión”.
En opinión de Andrés, “lo que se expresa en los escudos es bien lo que se ha conseguido en un hecho destacado, en una batalla, en las artes, en las ciencias…, bien lo que se quiere conseguir: belleza, paz, seguridad, sabiduría”. Cada icono en un escudo de armas tiene su simbología: “Una torre suele significar que alguien ha participado en la conquista de un castillo. El conejo, muy habitual, es símbolo de sabiduría”, explica. Como es fácil suponer, las imágenes no pueden incorporarse de cualquier manera. “Han de ser muy sencillas, alegóricas… Es lo que antiguamente se llamaba la iluminación del escudo”, expone Andrés. “Hay muchísimas normas, que nos limitan bastante a la hora de crear escudos de armas nuevos. Algunas de esas normas son la de la proporción, la de no poder usar metal sobre metal ni color sobre color…”, dice Juan.
Clientes maduros y con cierto nivel cultural
El trabajo de un experto en heráldica no es fácil, pues, para empezar, combina dos facetas, la de investigación y la artística. La primera arranca en cuanto recibe el encargo de un cliente, gente por lo general “de más de cuarenta años y con cierto nivel cultural”, indica Andrés. “Luego te encuentras también, aunque en menor medida, personas que quieren hacer un obsequio diferente y regalar el escudo de armas en una boda, por ejemplo. Por último, tenemos muchos clientes sudamericanos que van buscando sus raíces españolas”.
“Los que menos se ponen en contacto conmigo son nobles”, señala Juan. “La mayoría es gente que quiere adoptar armas nuevas, que se ha metido en este mundillo y se ha quedado deslumbrada… Gente normal y corriente. Hay mucha clientela de instituciones públicas: ejército, Iglesia, ayuntamientos…”. Juan le dedica “todo el tiempo que puedo” por las tardes, a pesar de que no es su única afición: también tiene un grupo de rock que hace versiones de canciones de la época de la Guerra de Vietnam.
Primero, la investigación
Aceptado el encargo, empieza la sesuda labor de rastreo. “Primero hay que investigar si en la familia existe ya un escudo de armas, sobre el que, en ese caso, habría que trabajar. El cliente puede respetarlo tal como está o añadir algo nuevo. Si no encontramos un escudo histórico, se empieza de cero. La heráldica, aunque no se usa mucho, no está muerta, y hay gente que se hace escudos nuevos”.
“Hay gente que ha investigado previamente por su cuenta, o en familia, y es una aventura maravillosa”, apunta Juan. “Hay que moverse por toda España para encontrar antepasados. Otros pueden querer adoptar armas nuevas. Debo informarme, por si están en uso y ya no se pueden utilizar. Si están en uso en otro país, sí se pueden usar. Pero habrá muchos linajes que no tengan escudo de armas, porque le ha dado igual toda la vida”.
Como punto de partida, conviene trazar el árbol genealógico, asegura Andrés. “Los escudos se daban por concesión real o por demanda del interesado, y un cronista de armas daba fe, a través de sus minutas, de que ese escudo se había realizado. Hay que buscar documentos de esos cronistas de armas o ver si hay escudos familiares en armoriales… Acudimos a archivos especializados. A veces la familia conserva aún el escudo porque lo tiene en la puerta de su casa o en enseres domésticos”.
“Las parroquias son de mucha ayuda”, explica Juan. “También hay que irse a las cancillerías de las órdenes de caballería, donde se archiva todo este tipo de documentación de la nobleza. Hay que contar mucho con los cronistas locales, una fuente de información valiosísima. El historiador trata temas amplios, pero esta gente se dedica a ámbitos locales, muy pequeños, y nos ayudan bastante”.
Pasión y negocio
Si estás pensando en encargar un escudo de armas, te interesará saber que el precio básico es bastante asequible. “Intentamos dar un presupuesto estándar, a menos que el cliente sea muy especializado”, asegura Andrés. “Por hacer un escudo de armas nuevo, partiendo de cero, cobramos 135 euros. No es un precio muy caro. Si hay que hacer una investigación en profundidad puedes irte a dos mil o tres mil euros, pues puede implicar tirarte dos o tres años trabajando”.
Al contrario de lo que pueda parecer, dado lo minoritario de esta materia, algunos investigadores y artistas pueden vivir solo de ella. “No hay mucha gente que viva de esto, y el que vive de esto es muy bueno”, concede Juan. “Hay auténticos artistazos, miniaturistas fantásticos que usan pinceles de un pelo, grandes genealogistas…”. Juan, en cualquier caso, lo tiene como una segunda ocupación, no así Andrés, que nos da una visión directa del negocio. “Pasa como con todo. Como no es un producto de primera necesidad, sufre mucho con las crisis. A partir de 2007, que fue la primera gran crisis, estamos en una situación complicada, porque no hay alegría en el gasto. En una situación normal se vive perfectamente bien, y puedes dedicarte a algo que te gusta y ganar el dinero suficiente para vivir holgadamente”.