Tu hijo ya te ha dicho que va a hacer huelga cada viernes en el instituto por el cambio climático. Tú le apoyas porque estás concienciado hace tiempo y reciclas (según un estudio de db para Uppers, para el 82,1% de las personas entre 45 y 65 años recicla). Lo que igual no sabéis es que, aunque enviar un e-mail es gratis, a nuestro planeta le cuesta cada uno 19 gramos de CO2. Si haces las cuentas y multiplicas las personas con email por las veces que le damos al día a la tecla de enviar, el resultado no es nada alentador.
Cada dato, curiosidad o tonterías que buscamos en Google emite de 5 a 7 gramos de CO2. Nuestra huella de carbono digital es más preocupante de lo que parece y se agrava según se extiende el uso mundial de internet.
Si nos fijamos en el correo electrónico, la nube de dióxido de carbono sobre cada una de nuestras cabezas individuales sigue aumentando de tamaño, sobre todo si tenemos en cuenta que más de la mitad población mundial usa emails para comunicarse, según datos de Arobase. De hecho, cada día se envían en todo el mundo casi 293 mil millones de correos.
Todos estos movimientos equivalen a la producción de 15 plantas de energía nuclear durante una hora o, lo que es lo mismo, a 4000 vuelos de ida y vuelta de París a Nueva York. En España, además, pasamos en Internet 5 horas 20 minutos cada día, con una media de edad de los usuarios de 43,1 años, por lo que también tenemos nuestra parte de responsabilidad en esta huella de carbono digital mundial.
Sin embargo, el problema no viene tanto por el tiempo que pasamos en internet, sino por el uso que hacemos dentro. No somos conscientes de que, aunque no lo parezca, con cada acción que llevamos a cabo en la red estamos consumiendo una serie de recursos físicos en algún lugar del mundo.
El sistema para enviar un correo electrónico funciona así: nos conectamos a un servidor que está físicamente en algún lugar y le hacemos una petición (enviar un correo electrónico). El sistema acepta nuestra orden y envía los datos a otro servidor. En el contenido que enviamos, el mensaje, va una serie de información que consume más cuanto más peso tiene: un e-mail sin adjunto no consumirá lo mismo que uno con unas cuantas fotos dentro.
Todos estos pasos consumen energía, ya sea por activa o por pasiva. Por ejemplo: el servidor donde se alojan los servicios de correo electrónico está ubicado en un ordenador que necesita de electricidad para mantenerse encendido 24/7/365. Pero también consume, de manera pasiva, el propio hecho de mantener almacenados cientos de miles de millones de correos electrónicos en multitud de estos servidores que necesitan estar refrigerados para que no se quemen.
Además, prácticamente todos estos servicios de correos electrónicos tienen sus centros de datos duplicados o triplicados para que, en caso de que falle alguno, no nos quedemos sin nuestra valiosa información. A todos estos recursos necesarios para almacenar nuestra información se le denomina contaminación latente, y cada año va a peor.
Según el informe "Clicking Clean" publicado por Greenpeace, el 7% del consumo energético mundial está destinado a mantener toda la infraestructura de internet y se prevé que, en los próximos años, este porcentaje aumente debido a un mayor número de personas utilizando la red de redes.
Para intentar paliar este problema de consumo energético desde el punto de vista empresarial, las grandes tecnológicas ya están invirtiendo ingentes cantidades de dinero en convertir sus centros de datos en lugares sostenibles.
Algunas, como Microsoft, están llevando algunos de sus servidores al fondo del océano para aprovechar el frío de las profundidades marinas y ahorrarse costes de refrigeración. Facebook, por su parte, está instalando sus data-center para los más de 300 millones de Europa en la ciudad de Lulea, en el Círculo Polar Ártico, para sortear el calor asfixiante que producen los servidores.