"De joven no era tan inquieta con el medio ambiente", reconoce Carmen (68), que lleva año y medio colaborando como voluntaria en la ONG Amigos de la Tierra. A esta lingüista jubilada, durante muchos años profesora de Lengua en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense (Madrid), siempre le gustó la naturaleza, pero décadas atrás, explica, si tomó partido por alguna causa fue por un reparto más justo de la riqueza. Su compromiso por el cuidado del planeta ha sido gradual. "Cada vez me van indignando más estas cosas", dice. "Vas a tirar la basura y ves todo mezclado en los contenedores. Basura orgánica en el de papel y cartón, en el de plásticos hay de todo… Hay una falta de conciencia ciudadana en este tema".
La preocupación por el entorno natural es relativamente reciente. Cuando los uppers éramos niños no se hablaba de estas cosas. Pasear la hucha del Domund concentraba todas nuestros esfuerzos solidarios. Los jóvenes de hoy, en cambio, han crecido bajo las alarmas del cambio climático, la deforestación, la extinción de ciertas especies animales… Por supuesto, las personas maduras no eludimos el problema; y de hecho, muchas, llegadas a cierta edad, deciden reforzar su compromiso ecológico convirtiéndose en activistas ambientales. Según un informe de Seo-Birdlife de 2020, un 40% de los voluntarios tiene entre 41 y 55 años. El 29,84% tiene 56 años o más. En este terreno también hemos demostrado que sabemos reciclarnos.
"Cuando era pequeño no era tan consciente, ni mucho menos", concede José Luis (65), ingeniero jubilado madrileño. "No era un tema que estuviera presente. Quizá porque el medio ambiente estaba menos agredido que ahora. De niño pasaba los veranos en el pueblo de mi madre en Teruel, y era un entorno maravilloso. Ahora vas allí y da pena. Asistir a esa transformación influyó bastante en mi evolución: ver cómo algo concreto se iba estropeando me ayudó a darme cuenta de que estaba pasando algo grave. Después empiezas a recibir noticias, vas leyendo cosas y te vas concienciando de que a este paso nos cargamos el planeta".
El medio ambiente y la naturaleza siempre le gustaron a José Luis. Llegó a invertir en energía fotovoltaica. Pero su trabajo (era directivo en Airbus en la central de Toulouse) no le permitía participar en este tipo de proyectos verdes de forma activa. "Mi vida era bastante apurada", explica. "Al jubilarme y tener más tiempo empecé a buscar asociaciones para colaborar y me hice socio de Reforesta". En esta organización, José Luis se embarca en salidas para plantar árboles, elaborar censos de especies autóctonas y realizar riegos. "Los arbolitos que plantamos, si no les damos cuidados, mueren a los dos años", dice.
No tiene hijos, pero su sobrina, que ahora estudia en Madrid y reside con José Luis y su esposa, se ha impregnado de la voluntad ecologista de su tío. "Se enteró de que yo participaba en estas salidas y me dijo: ‘Me voy contigo’. Ha seguido viniendo y al final se ha hecho socia también de Reforesta. Con estas actividades no solo ayudas a cuidar el planeta, sino que ayudas a concienciar".
José Luis solo encuentra beneficios a su labor activista. "Disfrutas de la naturaleza. Es mejor que ir al gimnasio: haces ejercicio. Estás en compañía de gente que tiene las mismas inquietudes que tú. Y, por encima de todo, tienes la satisfacción de pensar que has puesto tu pequeño grano de arena. Si no reaccionamos, esto acabará mal. Las nuevas generaciones tendrán un planeta hecho un asco".
Muchas veces los sénior nos apuntamos a organizaciones ecologistas influidos por familiares y amigos. Carmen (47) es procuradora, aunque actualmente no ejerce. Su marido posee una empresa de energía fotovoltaica y había colaborado con Ecodes en alguna ocasión. Esto la animó a inscribirse como voluntaria. "El cambio climático, la sostenibilidad, el medio ambiente… Todo eso me interesa", señala esta zaragozana. Hasta tal punto que ha dejado de trabajar para colaborar en los proyectos de Ecodes. "Me llena más el poder ayudar que el montar mi propio negocio", confiesa.
Uno de sus primeros cometidos en la organización estaba relacionado con el ahorro energético de las familias. Ha solicitado participar en el proyecto El Bosque de los Zaragozanos, una iniciativa de Ecodes y el ayuntamiento de su ciudad para plantar 700.000 árboles a fin de hacer de la capital maña una ciudad más limpia. "Es una satisfacción poder hacer algo que a lo mejor otros no pueden, por falta de tiempo o por problemas económicos. Hay cosas que cuestan muy poco y hacen mucho bien", comenta.
Familiares de María (60) están dentro del equipo de Cooperating Volunteers, lo que animó a esta catalana a dar el paso hace cinco años. En temas relacionados con la naturaleza, ha estado en India cuidando elefantes precarios de salud. "Ayudabas en la higiene, en la alimentación, en pasearlos, en darles cariño…", describe. "La primera vez que vi un elefante de estos, se me cayeron las lágrimas. Estaba como triste. Me dio la impresión de que necesitaba ayuda. Inmediatamente después vences esa emoción y sale una actitud práctica: intentar hacer lo máximo para ayudar".
Pero María, funcionaria de la Generalitat, ha hecho de todo: de recopilar ropa usada para ofrecerla a personas con pocos recursos, evitando de paso la acumulación de desechos textiles, a cuidar huérfanos en Uganda. También echa una mano en labores administrativas. "Sientes satisfacción de poder contribuir en una pequeña parcela. Hay que remangarse", dice. "A la larga es lo que tenemos que hacer todos para intentar frenar este desastre al que dicen que vamos".
La otra Carmen, la lingüista que mencionamos al principio, se hizo socia de Amigos de la Tierra por medio de una amiga. "Ella lleva un tiempo colaborando con ellos y los he seguido", dice. Aunque su conversión ecologista fue paulatina, siempre ha tenido muy clara la conciencia medioambiental. "Soy de las que me meto en el mar a nadar y voy sacando plásticos y metiéndolos en las papeleras", explica.
"En los últimos años el cuidado del medio ambiente es lo que más me motiva", reconoce esta madrileña. "Me parece que la catástrofe natural a la que el hombre está sometiendo al planeta es el problema más urgente a solucionar". No hubo un acontecimiento concreto que le haya hecho ver la gravedad del asunto, pero sí uno, reciente, que la soliviantó especialmente. "Antes del covid estuve en un desierto remoto en Egipto, donde hay un oasis. Para llegar ahí tienes que atravesar mucho desierto, no hay ni un alma. Y sin embargo, el camino estaba todo lleno de plásticos. Se te cae el alma a los pies. Piensas: '¿aquí?'. Con el viento se volaban… Un desastre. Es un pequeño ejemplo".
Aunque aparte de reuniones y manifestaciones aún no ha concurrido en ninguna operación a pie de campo, Carmen se ha visto súbitamente impulsada a colaborar en el ámbito de la divulgación. Dirige una revista llamada Punto y coma, dedicada a extranjeros que quieren aprender español; y en ella, los artículos de trasfondo medioambiental han cobrado destacado protagonismo. "Le estamos dando un peso importante en la revista". De momento, sus hijos no han seguido su ejemplo. "Están más implicados en su trabajo, tienen obligaciones con sus hijos…, llevan una vida más esforzada. Por supuesto que son conscientes de todo esto y tienen una mentalidad progresista, pero no son activistas".
Carmen está plenamente convencida de su misión: "Todas estas cuestiones me tocan muy adentro y me impulsan a preocuparme mucho por ello, por lo que les vamos a dejar a las nuevas generaciones. Es muy egoísta decir: 'Bah, como me voy a ir al otro barrio…'. Pero hay que pensar en los que se quedan. Aunque no tenemos toda la vida por delante y no vamos a llegar a ver la catástrofe, es un hecho que determinados paraísos naturales que conocimos veinte o treinta años atrás ya han dejado de serlo, porque han construido, porque hay contaminación… Esto no puede seguir así. Tenemos que hacer algo entre todos para lograr que el impacto humano sea el mínimo posible. Basta ir a la compra para darse cuenta de la cantidad de envoltorios innecesarios. Además son cambios fáciles: cuando luchábamos para que los ricos fueran menos ricos, era una batalla más difícil; pero prohibir los plásticos y que la gente vaya con su bolsita a la compra, es una cuestión de leyes y de organización, y la gente se acostumbra rápido; eso es muy fácil de conseguir".