Rico o pobre, rural o urbanita, viejo o joven… Hasta hace unos años, la mayoría de los hombres guardaban una navaja en su bolsillo. Era una herramienta multiusos, pero también todo un símbolo. Todavía hoy, mucha gente conserva esa costumbre, casi siempre herencia de aquellos abuelos que llegaban a sentir cierta desnudez cuando salían de casa sin ella. Ricardo, arquitecto de origen berciano de 53 años, no se desprende de ella cuando vuelve al pueblo, Villafranca de El Bierzo (León). Su historia es la de muchos españoles que se criaron, como él dice, "al filo de la navaja".
No hablamos de la navaja criminal ni del uso indebido que se pueda hacer de ella, sino de ese utensilio que corta, pincha, descorcha, abre latas, sirve de gancho, destornilla, señala el norte y mil cosas más. "No hay objeto más versátil ni que atesore tanta vida", señala Ricardo. La imagen de su abuelo Ernesto está siempre unida a una navaja.
"Siempre estaba trajinando con ella. Le recuerdo especialmente arreglando las plantas del jardín, podando rosales, ajustando cuerda a los tallos o cortando en pedazos la fruta o el queso que tomaba a media mañana en el campo. Me dejaba perplejo porque siempre había una ocasión para echar mano de ese pequeño cuchillo que incluía cosas tan insólitas como una lima pulida que seguramente jamás usó".
La llevaba siempre en el bolsillo del pantalón. "A mi abuela Tere -continúa Ricardo- no le gustaba que la llevase con el traje de domingo porque decía que le descolocaba las hechuras, pero él la escondía en el calcetín guiñándonos un ojo. Aunque a veces pasaba el afilador, a él le gustaba afilarla en unas piedras en las afueras del pueblo". Allí iban casi todos los paisanos y pasaban el rato charlando e intercambiando opiniones. Cuando volvía a casa, no había quien tocase aquel filo.
Para limpiarla, seguía su propio ritual y disfrutaba. Hervía agua en un recipiente y la sumergía dos o tres minutos. Luego la secaba con un paño con mucha meticulosidad para que no se oxidase ninguna de las partes. Ricardo nos cuenta también que aquella navaja tenía su misterio. "Algún día, os contaré cómo llegó a mis manos", advertía a los nietos poniéndose enigmático. "Murió sin desvelarnos el secreto. Cuando le preguntábamos a la abuela o a sus hijos por ello, se reían y decían que sería alguna fanfarronada del abuelo".
Estas escenas de infancia llevaron a Ricardo a sentir casi adoración por este objeto, aunque esa que usó el abuelo cree que debió perderse en alguna recogida de trastos después de su muerte, en 2005. "Su imagen tan entrañable me llevó a tener una navaja como uno de esos imprescindibles que van contigo. La llevo cuando salgo al campo o salimos de vacaciones. Es como una caja de herramientas portátil que cabe en un bolsillo. Me transmite confianza. Siento que me sacará de cualquier apuro o emergencia, aunque al final no la use más que como puro juguete".
En verano de 2022, Ricardo viajó a Suiza y no pudo evitar pasar por la calle Rennweg, en Zürich, donde se encuentra una de las tiendas más emblemáticas de Victorinox, la marca por excelencia de las navajas suizas. "Compré dos, una de 150 euros y la otra de 125". En este país se encuentra la cuna de esta singular herramienta. El creador fue Karl Elsener, un pequeño empresario que tenía una forja de cuchillos y material quirúrgico en un molino de Ibach, en el cantón de Schwyz.
Recibió el encargo del ejército suizo y al fabricarla dibujó una cruz en el dorso. La registró legalmente el 12 de junio de 1897 con el nombre Victorinox, un juego de palabras con el nombre de su madre, Victoria, e inox, acero inoxidable. Era muy ligera, con dos resorte y seis utensilios. Actualmente, es la fábrica de cuchillos más grande de Europa: unas 45.000 unidades por día. El 90% se exporta por todo el mundo. Puede que sea uno de los objetos más vendidos de la historia. No es el único fabricante de la época. Wenger, que fue su rival, acabó siendo absorbida por Victorinox en 2005.
Existen marcas blancas, más económicas e igualmente interesantes en cuanto a las funciones que ofrecen: cuchillo, sierra, raspador de pescado, tijeras, abrelatas, abridor de botellas, destornillador, lima, aguja, llavero… Su mayor secreto está en que pesan poco y apenas ocupan espacio.
"Tan útiles, tan populares, tan nobles, tan bellas", dice Rafael Martínez del Peral Fortón, coleccionista de navajas antiguas e investigador, en uno de los ensayos que ha escrito sobre ella. "La navaja es el arma propia de la clase trabajadora, del arriero, del trajinero, del artesano, del marinero, y un instrumento tan indispensable que muchos no pueden estar sin él". Aún recuerda la navaja manchega que le regalaron en una feria de Honrubia (Cuenca) cuando era adolescente. La que encendió su afición a las navajas antiguas fue una que adquirió en Valencia por poco dinero.
El coleccionista hace responsables de su invención a los romanos: "Se sacaron del magín la navaja normal y, además, la más sofisticada, la multiusos, que tenía como elementos complementarios un punzón, un adminículo para limpiarse las uñas, un aparatito para la limpieza de oídos y una navaja propiamente dicha". Su uso se fue extendiendo por todo el mundo y no solo en la población masculina. Antiguamente, las mujeres se la colocaban en el delantal, en el bolsillo de la falda o en unas pequeñas bolsas de tela llamadas faldiqueras que colocaban en el lateral de sus faldas. Guardaban, además de la navaja, un pañuelo, algún imperdible o algún otro pequeño objeto. En zonas rurales era común el dicho "una mujer sin faldiquera es una mujer sin gobierno".
Martínez del Peral cree que debe su gran popularidad y el hecho de que haya sobrevivido a través de los tiempos a su carácter polifacético y práctico. "Sirve en el campo, en los viajes, excursiones, cacerías y monterías como cuchillo y tenedor. Con ella cortamos el pan, la carne y el pescado, pelamos y seccionamos la fruta, echamos la sal, mojamos en los caldos y guisos, con ayuda del pan reemplazamos a la cuchara y hasta con ella los enamorados escriben artísticamente sus nombres en los árboles". Menciona también nuestros paseos por el campo. "Hacemos uso de la navaja para limpiar una vara, cortarle los nudos a una caña o rama y hacernos con ella un bastoncillo que nos acompañe y facilite el camino". El investigador continúa nombrando usos y lo que se desprende es que puede que siga siendo absolutamente imprescindible.
En España, la navaja tiene consideración de arma blanca con la quinta categoría en nivel de peligrosidad. Su uso se encuentra regulado en el Reglamento de Armas (Real Decreto 137/1993, de 29 de enero), que las define como "armas blancas de hoja cortante o punzante no prohibidas" al no poseer mecanismo de apertura automática.
Cualquier persona mayor de edad la puede comprar, tener y usar, pero nunca portarlas, exhibirlas o usarlas fuera del domicilio, lugar de trabajo o contexto de una actividad deportiva. No obstante, son las autoridades las que, según el peligro o el contexto, deciden si intervienen una navaja suiza.