Existe un cromo en el mercado físico que, año tras año, es el más caro que se intercambia. Se trata del de la primera aparición de Messi en el Fútbol Club Barcelona en la temporada 2004-2005, de la colección española Panini MegaCracks. Por él se han llegado a pagar hasta 9.000 euros. Es, prácticamente, un tesoro que se puede tocar, se puede palpar, se puede poner en un marco de casa si quieres. Sin embargo, ahora, en el mundo digital en el que estamos, ha aparecido una nueva forma de coleccionar y de poseer valor sin tenerlo físicamente. Son los llamados NFT, o 'non fungible tokens', y están íntimamente relacionados con el mundo de las criptomonedas.
Siguiendo el ejemplo del cromo físico de Messi, si quisiéramos venderlo como un NFT lo primero que habría que hacer sería crear un token con él. Es decir, convertir ese cromo en un producto digital. Además, habría que dotarle de unos parámetros únicos. Por ejemplo, serviría con decir cuál es la procedencia de esa imagen, qué historia tiene, quién la hizo, cuándo y, si además tiene alguna anécdota o algo que lo haga aún más original, mejor todavía.
Por ejemplo, en marzo de 2021, un cromo digital de Cristiano Ronaldo con la Juventus se llegó a vender por cerca de 300.000 dólares. ¿El motivo? El que su propio comprador dio: "Es un cromo de una leyenda del fútbol, que lo seguirá siendo siempre. No voy a entrar en el tema de precio, porque para mí, Cristiano no tiene precio".
Estamos hablando de cromos, pero los NFT son extensibles a todo tipo de activo digital. En las plataformas que se dedican a la compra-venta y subasta de estos productos hay dibujos, animaciones, renders en 3D, ropa para personajes de videojuegos, e incluso también se pueden adquirir vídeos con determinadas jugadas de partidos históricos de la NBA o de la NFL, así como de un buen saco de videojuegos. En definitiva, todo lo que esté en internet puede ser susceptible de ser creado como un NFT.
Para que estos productos tengan un valor para el coleccionista, deben llevar consigo un certificado digital que verifique que son reales y únicos o que están seriados. Estos certificados quedan registrados en la blockchain o cadena de bloques, que es una gran base de datos donde se asientan innumerables apuntes. En definitiva, una especie de libro contable pero en el mundo digital y sin posibilidad de ser modificado.
Y ahí está una de las claves principales: si un cromo o activo digital cualquiera tiene un certificado que dice 'X', nada ni nadie podrá decir que ahí pone 'Y', o modificarlo para que ponga 'Z' en lugar de 'X'. Esa inmutabilidad de los certificados es lo que le da un auténtico valor a esos productos digitales.
Al final, compramos un Picasso porque hay un certificado que así lo atesora, una firma que da fe de que es de Picasso y no de Joan Miró, por ejemplo. En el mundo digital, todo eso se lleva al terreno blockchain y se le suma la capa de seguridad de que no se puede modificar.
Evidentemente, la apertura de un nuevo canal digital de venta, en pleno boom de las criptomonedas y con un coleccionismo al alza, ha hecho que el mercado de los NFT haya vivido situaciones muy locas en los últimos tiempos. Por ejemplo, el primer tuit que se publicó en la historia se vendió por casi dos millones de dólares, pero se queda corto frente a los 69 millones de dólares que consiguió el artista Beeple con un cuadro digital que se vendió en la famosa casa de subastas Christie's.
Ahora bien, ¿publicar un NFT asegura tener éxito y volverse millonario de la noche a la mañana? Lógicamente, no. Basta darse un paseo digital por OpenSea, la plataforma más popular de compra-venta de NFT para ver que hay de todo y que, sobre todo, quienes más y mejor venden son ya artistas con cierto nombre o productos que llaman la atención por su originalidad o por su utilidad en, por ejemplo, videojuegos o en el Metaverso.
Cualquiera puede abrirse una cuenta y empezar a subir dibujos que haga con Photoshop, pero si no llaman la atención del mercado, no se venderán. No obstante, todo este nuevo ecosistema ha abierto un nuevo mundo a los creadores de contenido digital que, anteriormente, no tenían.
La pregunta es: ¿terminará por imponerse esta forma de coleccionismo frente a la tradicional? ¿Serán estas las subastas del futuro no tan lejano? ¿Realmente están valoradas justamente las obras digitales que se venden ahí? ¿Se gana tanto dinero realmente si empiezas desde cero y no tienes ya un nombre en el mercado?