Admitámoslo, la política más reciente, fuera y dentro de nuestras fronteras, comienza a parecerse a un mal chiste. Cuando eso ocurre, nada mejor que un monólogo inteligente para poner las cosas en su sitio.
En este caso el monólogo se convierte en discurso de agradecimiento y el que lo pronuncia es Sacha Baron Cohen, actor, guionista, director y productor de algunas de las comedias más delirantes de los últimos años (‘Borat’, ‘Brüno’, ‘El dictador’).
En su discurso, realizado durante la apertura de la cumbre de la Liga Antidifamación, en la que recibió el premio al Liderazgo Internacional, el actor pone el dedo en la llaga sobre la manipulación de las redes sociales, calificándolas como “la mayor maquinaria de propaganda de la historia”. Esta inmensa propaganda, según el cómico, esconde los hechos reales en favor del racismo, la intolerancia y la xenofobia. Y para demostrarlo usa una cita de Voltaire: “aquellos que logran hacer creer cosas absurdas pueden hacer que se cometan atrocidades”.
La cita es del siglo XVIII, el Siglo de las luces, aunque parece enunciada en cualquier momento de 2019. Según parece, Facebook y las otras grandes empresas de Silicon Valley pueden alcanzar y manipular a millones de personas a base de algoritmos tan cambiantes como incomprensibles. En su discurso Baron Cohen ofrece alternativas para que las propias redes sociales ejerzan mecanismos de control y, de paso, liberen a los usuarios de bulos y otros ‘accidentes’ informativos.
La intervención es urgente: “creo que las democracias están al borde del precipicio y que los próximos 12 meses el papel de las redes sociales va a ser determinante: los ingleses van a votar en medio de ideas conspiratorias sobre el fin del Cristianismo a manos de los inmigrantes musulmanes: los americanos elegirán un nuevo presidente mientras hordas de trolls perpetuarán la idea de una inminente invasión hispana, y Youtube seguirá replicando machaconamente que el cambio climático es un fraude”, explica en su discurso. Comprendidas las razones, veamos qué podemos hacer.
Cuando a Marck Zuckerberg, todopoderoso creador de Facebook, recibe alguna de estas críticas, siempre invoca a la sagrada “libertad de expresión”. FB es una inmensa plataforma en la que podemos expresarnos todos, pero no puede dar credibilidad ni difusión a todos los mensajes. El cómico pone un ejemplo claro: “en el mundo siempre habrá racistas, misóginos, anti-semitas o delincuentes, lo que no quiere decir que les demos gratis una herramienta que sirva para amplificar sus mensajes o llegar más fácilmente a sus víctimas”. Nos ha quedado claro.
A las redes sociales no les pedimos que legislen sobre la libertad de expresión, sino que ejerzan su responsabilidad. Un nuevo ejemplo: “si un neonazi entra en un restaurante y empieza a amenazar y a decir que quiere matar judíos, ¿qué debe hacer el dueño del restaurante, servirle un menú degustación?” Claramente, no.
Ante el menor intento de regulación, los máximos responsables de estas plataformas tildan a los reguladores de crear “sociedades represivas”. Pero la realidad es que regular no es reprimir. Para el cómico no tiene ningún sentido que unos cuantos millonarios, a los que llama los ‘Silicon Six’ (los máximos responsables de FB, Twitter, Youtube y Google), impongan sus leyes y su visión del mundo sobre los representantes elegidos democráticamente. Para nosotros, tampoco.
Favorecer la ‘diversidad de ideas’ o incluso ‘el derecho a decidir cuándo algo es o no real’ es otro de los argumentos de las RR.SS para dejar que por sus canales pululen las más variadas ideas. Algunas de ellas, por ejemplo, niegan el Holocausto y linkean a webs negacionistas. Al actor, de religión judía, este hecho le parece especialmente polémico y reducirlo a que el usuario decida si es o no creíble, una aberración. “Cuando dos tercios de los millennials admiten no haber oído nunca nada acerca de Auschwitz, ¿cómo les va a parecer o no creíble? ¿Cómo van a reconocer una mentira?”. Para Baron Cohen, las buenas prácticas de las redes incluirían un servicio de verificación o ‘curación’ de contenidos.
Si aceptamos que pueden eliminarse contenidos inapropiados, el siguiente paso es dónde poner la línea de lo aceptable e inaceptable. Las RR.SS no tienen clara dónde está esa línea. Baron Cohen, sí: todo lo que apela a la intolerancia, en cualquiera de sus formas, debe ser eliminado por las propias redes. En su opinión, si no lo han hecho es pura y simplemente por motivos económicos. Sin embargo, todas las plataformas son empresas prósperas con los mejores ingenieros informáticos del planeta. “Twitter, voluntariamente, no ha querido crear un algoritmo que deseche el discurso supremacista del odio. Si lo hiciera, algunos políticos no tuitearían todo lo que se les pasa por la cabeza”, explica. La realidad es que las redes persiguen el compromiso (el enganche, lo llamarían algunos) de los usuarios y nada genera más compromiso que una buena mentira, el discurso del miedo o una masa enfurecida.
Quizá no lo saben, pero las redes sociales, más que conversaciones, son medios de comunicación en la medida que distribuyen noticias, opiniones o reflexiones. Como todo medio también deberían someterse a un código de buenas prácticas. Quizás entremos en el terreno de lo ‘políticamente correcto’. Quizás en algunos casos haya que hacerlo. El actor pone un nuevo ejemplo: “imaginemos un Facebook en los años 30 con un tal Adolf Hitler posteando cada media hora su ‘solución’ para tratar al colectivo judío”. Nos lo imaginamos y nos horrorizamos.
La inmediatez, posiblemente el rasgo más característico de nuestra era, es también el rasgo más acusado de las redes. La persona que disparó a los musulmanes en una mezquita de Nueva Zelanda emitió la matanza en streaming, haciendo posible que se visionara millones de veces. Toda una película snuff producida y reproducida en el ciberespacio. ¿No podríamos comprobar antes el contenido de ciertos vídeos? ¿Es necesario que todo sea instantáneo? Sacha Baron Cohen va más allá: “cuando un producto es defectuoso, por ejemplo el cinturón de seguridad de un coche, la empresa responsable retira modelos e incluso indemniza. Las redes están obligadas a solucionar los conflictos que producen, cueste lo que cueste”.
El discurso del actor acaba con la gran pregunta: “¿qué clase de mundo queremos?”. Zuckerberg declaró recientemente que Facebook persigue “extender tanto como sea posible la libertad de expresión”. El objetivo es loable, pero la libertad de expresión no es un fin en sí mismo. Es un medio para conseguir otros objetivos de mayor alcance: el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Estos principios articulan la mayoría de las constituciones democráticas.
Baron Cohen va un paso más allá: “el objetivo final es que nadie sea amenazado por ser quién es, de dónde viene, a quién ama o a quién reza”, afirma antes de lanzar su alegato final: “si priorizamos la verdad sobre la mentira, la tolerancia sobre el prejuicio, la empatía sobre la indiferencia y el saber de los expertos frente a la ignorancia, podremos detener la mayor maquinaria de progaganda de la historia, salvar la democracia y mantener la libertad de expresión”. Al igual que en sus películas, Baron Cohen desafía los límites y da la vuelta al estereotipo de actor irreverente para convertirse en un activista sin pelos en la lengua.
Suscríbete aquí y te compartiremos las mejores historias Uppers