"Todo empieza en la educación", asegura César Bona cuando le preguntamos cuánto de lo que aprendemos en el colegio ayuda a construir nuestra salud mental. Si la familia es el primer entorno donde empieza nuestra experiencia vital, la escuela es el segundo espacio, el sitio donde construimos nuestra personalidad social. Mucho de lo que nos acontece en la vida adulta comienza a gestarse en el colegio.
Con este planteamiento, hemos habado con César Bona, uno de los 50 mejores maestros del mundo según el Global Teacher Prize (2014) y autor de 'La nueva educación', 'Las escuelas que cambian el mundo' y 'La emoción de aprender', libros referentes en el campo de la educación. Bona se sitúa en la vanguardia del aprendizaje, allí donde lo importante es el pensamiento crítico, el respeto por uno mismo y los que son diferentes, la escucha y la reflexión. Él lo expresa así: "Si la vida es competitiva, hagamos que también sea colaborativa".
¿Crees que ahora mismo en las escuelas se preocupan por el bienestar emocional de los niños?
Si uno generaliza, ya está siendo injusto. Aquí hay muchísimos matices. Hay lugares donde se tiene muy en cuenta y lugares donde no se tiene tan en cuenta. La tendencia debería ser que la educación integrara la gestión de las emociones. Lo que sucede es que tenemos que cambiar inercias. Algo que sucede muchas veces en la educación es que caminamos sobre huellas que ya están hechas, y a veces resulta complicado cambiar cosas porque nosotros hemos sido educados así. Ya no es solo cuestión de los docentes es cuestión de toda la sociedad. Tendríamos que empezar pensando en el contexto en el que estamos ahora. Si pensamos en lo que hemos vivido en los últimos meses, cuando las familias mandaban a los niños a la escuela lo que querían es que volvieran con salud, además de con conocimientos. La palabra 'salud' ha adquirido un peso importante, el que tenía que haber tenido siempre.
¿Pero por 'salud' no nos referimos casi siempre a la salud física?
Sí, pero hablando de educación, a mí siempre me gusta hacer una pregunta: ¿Qué peso tiene la salud en las escuelas? La pandemia nos ha obligado a pensar en las cosas importantes, y la salud nos ha dicho que está entre las importantes. No solo la salud física. Según la OMS, "salud es el estado de completo bienestar, físico, mental y social". No se refiere solo a la ausencia de enfermedad física. Una cosa que me sorprende mucho es cuando la gente preocupada por la educación habla sobre la gestión de las emociones, un sector lo mira con displicencia. Dicen "ya están los de la nueva ola, los de la gestión de las emociones", como si fuera un absurdo, cuando la mayoría de las decisiones las tomamos en base a la razón y, sobre todo, con las emociones, con la ira, la alegría, la frustración…
¿Crees que las emociones se pueden enseñar?
En el colegio hemos estudiado, por ejemplo, nuestra anatomía o cómo funciona el sistema digestivo; ahora sabemos perfectamente qué es una PCR. Yo seguiría por ahí, preguntaría si sabemos qué hacer en determinadas situaciones físicas o, por ejemplo, sobre aspectos de nutrición, si sabemos alimentarnos. Pero en lo mental, es fundamental aprovechar esta oportunidad que nos ha dado la vida -esperemos que sea la única- para que analicemos qué estaba pasando antes y qué está pasando ahora. Como sociedad, no podemos conformarnos, apretar los puños y pensar que ya volveremos a la normalidad. Si ya antes de la pandemia había trastornos de ansiedad, de estrés y de sueño en niños y adolescentes, ahora se va a multiplicar en número y en intensidad.
¿Habría que llegar a una convención sobre cómo cuidar la salud mental como hemos llegado a la salud física?
La salud mental y la física están asociadas, pero también la salud social. Hablamos de relaciones humanas. Pensemos, por ejemplo, en los casos de acoso o de cuando nos decían que en la empresa teníamos que ser 'tiburones'. En el caso de niños, jóvenes y docentes, las relaciones sociales son importantísimas porque todo comienza en la educación. Lo que somos y lo que queremos ser empezamos a construirlo a través de la educación. Las inercias empiezan en la educación y se rompen en la educación.
¿Es difícil romper esas inercias?
Una vez, en un grupo de trabajo entre docentes, una profesora me dijo que la vida era competitiva. Pero creo que nosotros hacemos la vida como queremos que sea. Si la gente pone el foco en que es competitiva, estaremos olvidando valores como la cooperación o el altruismo o pensar en los demás. Mi respuesta en ese momento fue que si creía que la vida era competitiva, también había que hacerla más colaborativa.
¿Por qué crees que nos cuesta tanto hablar de altruismo o de respeto por lo diferente?
Vuelvo a la pandemia. Si echamos la vista atrás, veremos que la resiliencia ha salvado muchas vidas; la solidaridad, también. ¿Qué nota le ponemos a la resiliencia, a la solidaridad? El hecho de poner calificarlas con un número ¿significa que ya no tienen que entrar en la educación? En educación hay cosas muy importantes que damos por hechas y que no se hacen porque parece que tenemos asimiladas.
¿A qué aspectos te refieres?
Me refiero a educar en el diálogo o educar en el pensamiento crítico. En teoría, ya sabemos dialogar y ya sabemos pensar. Lo damos por hecho, pero realmente habría que hacer una pausa y crear un hueco para hablar de estos temas importantes. No se hace porque estos temas se meten en el cajón de lo transversal, que en educación es todo aquello que se tiene que dar en todas las materias. Y precisamente por eso no encuentra un espacio específico.
Es cierto que todas estas competencias transversales no se pueden medir. Y hasta hace unos años, algunos colegios separaban a los niños, incluso en la misma clase, por sus calificaciones académicas. ¿Cuánto sigue pesando la nota en la escuela?
Afortunadamente, en estos años, la educación ha mejorado muchísimo. ¿Tenemos que seguir trabajando juntos como sociedad? Sí. Para mí, no hay muros entre escuela y familia o entre escuela y sociedad. Si hay que cambiar cosas, tenemos que reflexionar juntos y trabajar hacia un objetivo común. Haciendo una analogía con el mundo de la empresa, una empresa que innova siempre intenta mejorar los procesos, aunque les vaya muy bien. En educación, tenemos que hacer lo mismo, sobre todo en el ámbito de la salud mental. Sobre las notas, seguimos preguntando por ellas como si fuera lo único importante. Habría que preguntarnos por qué. Y quizá tendríamos que añadir una pregunta nueva: ¿Qué de lo que has aprendido vas a utilizar o sirve para la vida? Es difícil calificar el respeto hacia uno mismo y hacia las otras culturas, por ejemplo.
¿Cómo se puede integrar en la escuela esos valores transversales de los que hablas? ¿Cómo puede la educación ayudarnos a ser mejores?
Lo primero de todo, derribando muros entre escuela, familia, administración y sociedad. O trabajamos todos juntos, pensando en las herramientas que queremos dejar a niños y niñas, o estaremos instalados en el mito de Sísifo, empujando la roca que nunca llega a la cima. Podemos hablar eternamente de educación, pero, o nos ponemos las pilas o desperdiciaremos esta oportunidad.
¿Cómo nos ponemos esas pilas?
Como sociedad. Y también desde la élite política. No puede ser que en el último debate electoral se dedicara a la educación 30 segundos cronometrados. También es importante sacar a la luz las experiencias que se están llevando en España. En Canarias, por ejemplo, hace años que ya dan un peso relevante a las emociones. Se podría crear, por ejemplo, una red de escuelas referentes para que se vea que no somos islas.
Educar es tu pasión. ¿Cómo la vives? ¿Cuál es tu punto de partida?
Antes de empezar a educar, hay que entender cómo es el ser humano. Por ejemplo, si somos profesores de adolescentes, hay que saber que la adolescencia es la etapa en la que queremos ser escuchados. Es paradójico que, aunque los profesores intentan sacar tiempo de donde sea, el peso de esa etapa recaiga en lo académico, hay que 'prepararse para'. ¿Y dónde queda la escucha? En la escuela, conforme los alumnos van cumpliendo años es más difícil encontrar un espacio para la escucha. Y si uno no se siente escuchado, siente que no pinta nada.
Si tuvieras una varita mágica y pudieras crear la escuela perfecta, ¿cómo sería?
Todo converge en un verbo: escuchar. Escuchar y reflexionar. La pregunta es qué tiempo se tiene ahora mismo en las aulas para escuchar, reflexionar e invitar a la reflexión. Esto choca directamente con el tema de los contenidos y hay mucha gente que prioriza los contenidos. Ahí es donde hay que sopesar si, por ejemplo, algo malo que haya sucedido en el recreo podemos hablarlo ese día o la semana entera para educar a los alumnos como personas y como seres sociales.
¿Cómo se sienten los profesores en esas situaciones?
La palabra que más se dice es 'ojalá'. Ojalá tuviera tiempo para escuchar, para reflexionar e invitar a que reflexionen. Ese es el pensamiento de miles de docentes porque hay miles de docentes deseando invitar a reflexionar, a educar en las diferencias como algo que enriquece. Con entender que las diferencias nos enriquecen acabaríamos no solo con casos de acoso en el cole, sino de faltas de respeto entre los propios adultos.
¿Y los padres cuánto cuentan?
Los padres forman parte del equipo educador. Paradójicamente, conforme los niños van creciendo, la relación de algunas familias con el centro educativo es menor. También hay que poner el foco en la formación del profesorado. A mí, en la carrera, nadie me enseñó a hablar con las familias. En las tutorías es importante ponerse objetivos a corto, medio y largo plazo, y entender que si no trabajamos juntos es difícil que saquemos lo mejor de esos niños y de esas niñas.