Enrique Fernández-Xesta Goicoa nació en La Coruña hace 54 años y se dedica al mundo de la producción televisiva. Pero lo que realmente le apasiona son los soldados de plomo, una afición heredada de su padre y a la que ha dedicado toda una vida. Su historia es un viaje que conecta el pasado con el presente, entremezclando nostalgia y conocimiento profundo sobre un mundo que ha visto su apogeo y su decadencia.
"Desde que tengo memoria, he estado ligado a los soldados de plomo. Mi padre fue un ávido coleccionista durante 50 años y yo, prácticamente, he seguido sus pasos toda la vida. Heredé su colección y también su afición", cuenta Enrique con una mezcla de orgullo, cariño y nostalgia.
La misma nostalgia con la que rememora alguna que otra regañina de su padre: “De pequeño me cayeron muchas broncas de mi padre por jugar cerca de su colección. Los soldados son figuras muy delicadas y yo lo fui aprendiendo con el paso del tiempo. Además, no son precisamente baratos y es fácil que, siendo un niño, te cargues alguno que puede valer un buen dinero”.
Enrique posee dos colecciones significativas. Una, la tradicional, incluye aproximadamente 5.000 piezas, la mayoría de 54 milímetros, la escala más habitual entre las piezas de colección. La otra, destinada a los juegos de guerra, es mucho más extensa, con entre 60.000 y 70.000 soldados de aproximadamente 20 milímetros. "Los guardo en vitrinas. Tengo muchas vitrinas. Aunque no tengo una gran colección en comparación con otros coleccionistas, cada pieza tiene mucho valor para mí. No me considero un gran coleccionista, pero sí creo que estoy bien ubicado".
El primer soldado que Enrique adquirió fue una figura de Ramón Labayen cuando tenía unos 11 o 12 años. Ahí su padre ya le había metido el veneno del coleccionismo dentro y empezaba a diferenciar las figuras más interesantes. "Labayen es conocido por muchos como alcalde de San Sebastián y consejero de Cultura del País Vasco, pero para los aficionados a los soldados de plomo, es un referente como uno de los mejores fabricantes de figuras en España en el último cuarto del siglo XX", explica.
No en vano, las figuritas de Labayen han sido las que más le han terminado conquistando el corazón y son las que más valora de su colección. “No sabría decir cuál es mi preferida, pero seguro que alguna de Labayen”, comenta sin olvidar que entre esas 5.000 figuras tiene de Fermín Galarreta, Greenwood & Ball, Beneito, Oquendo, José Almirall o Castresana, es decir, la flor y nata del mundo del soldadito.
Enrique, escrito está, heredó una buena colección de su padre, pero también ha conformado la suya propia con figuras de todas las épocas. "El soldado de plomo nació como juguete para niños en el siglo XIX. Hasta finales de los años 50 y principios de los 60 del XX, los soldados se vendían para que los niños jugaran con ellos. A esos se les conoce como 'toy soldiers', soldados de juguete. Yo mismo tengo alguna pieza de los años 20", apunta con cierto orgullo.
Sin embargo, a partir de los años 60, surgió el soldado de plomo de colección. "El niño deja de jugar con los soldados de plomo, se introduce el plástico y otros materiales, y se empiezan a crear figuras más realistas y detalladas, pensadas para ser coleccionadas por adultos".
Las figuras de colección a menudo se vendían en kits, desmontadas en una cajita para ser ensambladas y pintadas por el coleccionista. "Había coleccionistas que pintaban más o menos bien y otros que lo hacían horriblemente. Algunos encargaban el pintado a pintores profesionales que incluían su firma en la pieza. Yo, por ejemplo, colecciono pero no se me da nada bien pintar así que, cuando lo necesito, se lo encargo a un pintor profesional".
En la actualidad, el 90% del mercado de soldados de plomo es de segunda mano, y muchas veces es difícil identificar al fabricante o al artesano que las hizo. "Si no eres un experto, no lo sabes. Tengo algunos compañeros, que llevan 40 años coleccionando, que pueden identificar al fabricante de un vistazo. Para la uniformología, la mayoría de los coleccionistas de soldaditos de plomo son expertos en historia militar", argumenta Enrique.
Enrique dedica un par de horas al día a su colección más allá de las batallas. Estudia, investiga, es meticuloso y, cómo no, peina el mercado en busca de nuevas adquisiciones. "Me crié jugando con soldados de plomo y siempre le he dedicado tiempo, también de adulto", recuerda con nostalgia. La misma que emplea cuando nos cuenta que “hasta hace unos 20 años había numerosas tiendas de soldaditos de plomo en España. En Madrid había tres o cuatro, pero ahora solo queda una: El Infante. La mayoría de las ventas ahora se realizan a través de eBay y otras páginas de internet o en subastas".
Y es que durante los años 80 y 90, había entre 35 y 40 fabricantes de soldados de plomo en España. Hoy, apenas quedan tres. "El boom del coleccionismo de los 70 y 80 ha disminuido. Las generaciones más jóvenes no coleccionan prácticamente nada. Los niños dedican el 90% de su tiempo libre a consolas y televisión, no tienen afán de coleccionar. Antes todo el mundo coleccionaba aunque fuesen chapas", reivindica.
Y si el número de fabricantes ha caído, también lo ha hecho el de coleccionistas. Enrique estima que hace 30 ó 40 años había entre 3.000 y 4.000 coleccionistas en España. Hoy, apenas quedan unas 400 personas que compran regularmente para su colección. "Ya no somos tantos y es debido a muchas circunstancias. Por ejemplo, encargar el pintado de las figuras se ha encarecido mucho. Un buen pintor puede cobrar unos 120 euros por una figura de 54 milímetros, y uno muy reconocido, incluso 300 euros".
Sin embargo, y a pesar de todo, la llama del coleccionismo sigue viva en ellos y se las apañan para encontrar nuevas piezas. Enrique, por ejemplo, prefiere comprar figuras de segunda mano debido a la abundancia de oferta tras la desaparición de muchas generaciones de coleccionistas: "Se pueden encontrar gangas porque hay más oferta que demanda, pero el coleccionista ahora es más exigente debido a la abundancia de figuras en el mercado".
El propio Enrique nos pone un ejemplo: “Ahora puedes encontrar algún chollo, por ejemplo, en una familia que venda una colección completa porque su dueño haya muerto. Probablemente no sepan lo que tienen entre manos y te lo vendan todo al mismo precio. Ahí puedes encontrar cosas interesantes”.
Aunque nunca ha hecho una locura por una pieza, Enrique no esconde que ha pagado un poco más de lo debido en algunas ocasiones. "A veces se te va un poco la mano con el precio que pagas, pero locuras no he hecho. La colección es mi pasión”.
Él no se ve utilizando su colección en el futuro como una posible pensión de jubilación en caso de venderla. “No considero una buena idea comprar soldados de plomo como inversión para venderlos después. Mi colección no es mi jubilación. En el coleccionismo de Lego o Playmobil, a veces se considera una inversión, pero en soldados de plomo no es así", explica.
Eso no es óbice para que Enrique no conozca gente que sí se ha gastado mucho dinero en soldaditos. "Conozco gente que se ha gastado mucho dinero en figuras en subastas extranjeras. España siempre ha sido importante en el coleccionismo de figuras para pintar, junto con Italia y Francia", asegura.
En el extremo opuesto, Enrique recuerda cómo en los años 90 y 2000, los kioscos se inundaron de soldados de plomo, democratizando el coleccionismo pero también saturando de alguna manera el mercado con millones de figuras sin valor. "Todas las editoriales importantes sacaban su colección. Muchas estaban hechas y pintadas en China. Aunque algunas tenían una calidad decente, hay tantas que no tienen valor. Necesitas conocer bien el mercado para identificar lo valioso", argumenta.
La pasión por los soldados de plomo es algo que se vive en primera persona y que tiene que ver con la nostalgia de momentos vividos en la infancia, pero se saborea mucho más cuando se comparte. Por eso, Enrique forma parte de un grupo de amigos llamado ‘Soldadictos’. Se reúnen varias veces al año para compartir su ilusión, comentar figuras, analizar novedades y, ocasionalmente, incluso publican un libro o sacan una figura conmemorativa.
Como ya hemos contado, no sólo el coleccionismo tradicional mueve a Enrique. Los juegos de guerra con figuras de 15 o 20 milímetros se llevan otro buen puñado de horas de cada semana en su agenda. “Estas batallas pueden durar horas o incluso días. Tengo un campo de batalla en casa para estas ocasiones y, cuando la planteamos aquí, utilizamos mis figuras para no mezclarlas con las de nadie. Las tengo todas perfectamente clasificadas y archivadas".
"El perfil del coleccionista de soldados puede rondar los 55, 60 o 65 años, mientras que los que juegan a los juegos de guerra son un poco más jóvenes, pero tampoco tanto", nos explica para que tratemos de visualizar una de esas interminables tardes de batalla.
Enrique es consciente de que el coleccionismo de soldados de plomo ha cambiado y que las nuevas generaciones no muestran el mismo interés. Sin embargo, no quiere ser agorero, ya que su pasión y la de muchos otros sigue intacta. "Es una afición que requiere tiempo y paciencia, pero no creo que vaya a desaparecer".
Él, por supuesto, continuará cuidando su colección con dedicación y esperando que, algún día, las nuevas generaciones puedan apreciar el arte y la historia que cada soldado de plomo representa. Su legado no solo es una colección de figuras, sino un testimonio vivo de una pasión que ha pasado de generación en generación, manteniendo viva la memoria y la tradición del soldado de plomo.