Matt Dillon es uno de esos actores que triunfó en los años 90 que lleva un perfil bajo y que está tan enamorado de Nueva York que, para él, nunca ha sido una opción vivir en Los Ángeles. Tuvo una infancia normal de un chico de clase media que se interesaba más por el deporte que por los estudios. A sus 14 años en el colegio el joven hizo una audición para una película al igual que el resto de sus compañeros. “Nunca pensé que me escogerían. En realidad acudí porque me libraba de ir a clase un día”. El director de casting Vic Ramos lo contrató para Over the edge (Sobre el abismo, 1979) un controvertido largometraje de Jonathan Kaplan.
En el medio le ofrecieron protagonizar la historia de dos púberes náufragos que crecen en una isla. Cuando Matt leyó el guion le pareció que debía pasar demasiado tiempo desnudo y rechazó el papel. Así se perdió de protagonizar "La laguna azul" con Brooke Shields. Jamás se arrepintió, pues prefería contar una buena historia que ser una estrella.
Muy metido en el mundo de la interpretación, decidió formarse y se matriculó en el Actor’s Studio. Francis Ford Coppola se fijó en él para su película "El primer año del resto de nuestras vidas". El director de "El padrino" dijo que le recordaba “a los jóvenes inconformistas de los 50”. Así le integró en la película junto con Tom Cruise, Ralph Maccio, Rob Lowe, Patrick Swayze y Emilio Estévez.
Uno de sus primeros viajes a Cuba le hicieron descubrir la música local. “Cuando choqué con la música afrocubana, ya no quise saber de otra. ¿Qué tiene esta música que te vuelve loco? Sabor, sabor, sabor, y nada más”, ha confirmado el actor en numerosas ocasiones. “Cuba es un milagro, una isla pequeña con una música increíble. Cuando aterrizas allí caes automáticamente rendido a su sonido, su ritmo, su forma de entender el mundo”.
En 1998 protagonizó "Algo pasa con Mary" una película en la que coincidió en Cameron Díaz, con la que tuvo una relación amorosa, de las pocas conocidas del actor. Jamás se volvió a con una pareja, hasta el 2004 cuando se supo que salía con Roberta Mastromichele.
Lejos de posar en alfombras rojas es un amante de los clubes de jazz de Nueva York, de las tiendas de vinilos y la comida italiana. Como buen actor, el arte juega un papel muy importante en su vida y no le da miedo ponerse frente a un lienzo en blanco para dejar volar su imaginación.
Otra de sus decisiones fue jamás abandonar Nueva York. “No es que no me guste Los Ángeles, pero miro a Hollywood y me parece muy triste. Es realmente patético lo que veo, delirante. Hay más oportunidades que nunca ahí fuera para contactar con la realidad y la mayor parte de lo que se hace es basura”. El actor vive en un apartamento del Upper West Side de Manhattan y suele correr por el Central Park.
Sigue recalcando que nunca se interesó por “ser una gran estrella”, sino que “vive cada día” para “interpretar personajes como si fueran reales”. Y si quedan dudas vuelve a enfatizar: “El anonimato es un lujo que muchos dan por supuesto, y no es así. Sin embargo, la fama es un fenómeno extraño para el que nadie te prepara. No significa nada para mí. No es importante”. Así que, como dice la canción del cubano Alejandro Filio “habrá que creer, habrá que creer” .