El descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1923 en el Valle de los Reyes catapultó a la fama internacional al faraón egipcio e impulsó la egiptomanía por todo el mundo. Entre las más de 5.000 piezas que Howard Carter halló en el interior de la estancia destacaba especialmente una daga "única y extraordinaria" que acompañaba al cadáver momificado del soberano como si fuera una de sus más preciadas posesiones. Lo más llamativo es que había sido creada a partir de una lámina de hierro en plena era del bronce. ¿Cómo era posible?
En el siglo XIV a.C., cuando gobernó el faraón niño, aún no se conocían las técnicas para calentar el hierro hasta lograr su fundición, mientras que el rastro más antiguo de fundiciones de este metal no aparece hasta el siglo VI a.C. en Egipto. La daga mide casi 35 centímetros de longitud y su hoja de hierro contiene un 11 por ciento de níquel y un 0,6 por ciento de cobalto. Durante décadas, los arqueólogos sugirieron que el hierro de la daga no era nativo de la Tierra.
Aunque no había ninguna evidencia concluyente, la explicación más plausible era que podría proceder de un meteorito caído en algún lugar de Egipto durante algún momento anterior al imperio egipcio. Finalmente la procedencia extraterreste del metal con el que se forjó la hoja de esta singular daga fue confirmada en 2016 mediante un estudio de su composición química.
Un nuevo estudio realizado por un equipo de investigadores del Instituto Tecnológico de Chiba, en Japón, ha confirmado el origen extraterrestre de la famosa daga y ha hallado evidencias de que fue forjada fuera de Egipto. Así, el análisis de la distribución de níquel en la superficie de la daga ha revelado que el metal se calentó a baja temperatura, es decir a más de 800 grados y a menos de 950.
Eso se ha comprobado a partir de la existencia de las llamadas "estructuras de Widmanstatten", un tipo de cristales alargados que aparecen en el níquel presente en el hierro meteórico que desaparecen al alcanzar los 1,000 ºC. Este indicio, unido al descubrimiento de yeso como el material utilizado para fijar los adornos que acompañan la empuñadura de oro (una técnica que no apareció en Egipto hasta el siglo IV a.C.), permite afirmar que la daga de Tutankamón no se forjó en el delta del Nilo, sino que tiene un origen extranjero.
El hallazgo se relaciona con uno de los pasajes contenidos en las Cartas de Amarna, en las que se detalla cómo un antiguo gobernante del reino de Mitanni (en la actual siria) regaló una daga de hierro a Amenhotep III, abuelo de Tutankamón que gobernó Egipto dos generaciones antes que él.
Según las investigaciones, el meteorito del que procedía el hierro con el que se forjó la hoja pertenecía a un grupo de meteoritos férricos conocido como octaedritas. En el análisis también se ha documentado la presencia de azufre, zinc y cloro.