La noche del 9 de noviembre cayó el mayor símbolo de división que hubo en el siglo XX. El Muro de Berlín, un telón de hormigón de más de cuatro metros de altura y 42 kilómetros de largo que partió en dos la ciudad alemana durante 28 años, se vino abajo ante el ímpetu de unos ciudadanos dispuestos a abrazarse, brindar con champán por un futuro juntos en libertad y dejar atrás décadas de represión, desesperanza y hartazgo.
Han pasado 34 años de aquellos acontecimientos, pero los ecos de lo que significó aquel muro de la vergüenza para Alemania y para toda Europa aún resuenan. Y conviene no olvidar nunca el pasado para no poner en riesgo el futuro. A ese noble propósito se dedica la muestra 'El Muro de Berlín. Un mundo dividido', desarrollada por Musealia en colaboración con la Fundación Muro de Berlín, que se puede visitar en la Fundación Canal de Madrid y cuyas estradas puedes comprar aquí.
La exposición acoge más de 300 objetos originales y 20 metros del propio muro, además de decenas de testimonios inéditos de ciudadanos de Berlín, fotografías y videos que trazan un inmenso y valioso fresco de la Guerra Fría y de cómo se vivía a un lado y a otro. Reflexionamos junto a Luis Ferreiro, director de Musealia, la empresa encargada de la creación de la muestra, sobre lo que significa el legado de un tiempo y una época cuya huella todavía es rastreable en el mundo contemporáneo.
¿Cómo surge la idea de montar esta exposición?
La idea surge de una preocupación sincera por el estado de las democracias en el mundo. Estas parecen cada vez tener más amenazas y, todavía hoy, existen movimientos e ideologías que cuestionan la democracia como el mejor sistema de convivencia. El Muro de Berlín habla de factores que todavía son capitales para nuestras sociedades. No solo de la democracia, del valor de la libertad y de la responsabilidad de cada generación para preservarlas, sino que también nos permite reflexionar sobre las situaciones fronterizas, los muros y las divisiones. Al fin y al cabo, se trata de una historia sobre convivencia; de cómo conseguimos vivir en paz entre personas que pensamos distinto.
¿Cómo era vivir en una ciudad dividida en dos?
Eso es precisamente lo que tratamos de mostrar en la exposición a través de un factor clave: la autenticidad. Los visitantes podrán entender cómo era la vida en una ciudad dividida con dos monedas, dos policías, dos sistemas de compañías de agua y, sobre todo, comprender la verdadera dimensión del desgarro a nivel social y humano que supuso tener el muro como sistema fronterizo. En realidad, la situación de Berlín y el muro era el eco de un mundo dividido y de una confrontación ideológica, filosófica, militar y política que conocemos como la Guerra Fría. La historia de las víctimas, de los intentos de escape, de la represión, nos permiten anclar a la experiencia humana todas las consecuencias de aquella situación global.
¿Era Berlín muy distinta antes del Muro?
El muro es resultado de una situación que fue escalando en el tiempo. Berlín queda dividida entre las potencias aliadas –URSS, EEUU, Francia y Reino Unido– tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y, con la creación de la Alemania Federal en 1949 y Alemania Oriental pocos meses después, la ciudad queda anclada en la República Democrática Alemana, el régimen comunista. Berlín continúa dividida en los sectores aliados y los ciudadanos conviven desde 1945 hasta 1961 en situación de fronteras abiertas; una ciudad política y administrativamente dividida, actuando con relativa normalidad a nivel social, pero en una situación permanente de inestabilidad.
La ciudad se convierte en el único punto donde ambos sistemas están frente a frente y en el que los ciudadanos podían compararlos cada día. En la exposición mostramos objetos que nos permiten comprender la represión, el espionaje y la competencia que existía a diferentes niveles entre los dos sistemas. A partir de 1953, cuando se cierra la frontera interior de Alemania, Berlín se convierte en la única vía de escape a occidente, hasta la construcción del Muro. Una sexta parte de la población de Alemania Oriental había huido hasta esa fecha.
¿Pudo haberse evitado el Muro?
En la historia nada es inevitable y la construcción del muro fue la decisión de un grupo de personas. En el contexto en el que sucedió, hubiese implicado la renuncia a la existencia de un estado comunista en Alemania. Es decir, no es posible concebir la RDA, el régimen comunista, sin la existencia del muro. Una sexta parte de la población había huido y a ese ritmo la existencia de ese estado no era sostenible. Cuando cae el Muro lo hace como en el contexto de la desintegración de las dictaduras comunistas en la Europa del Este. Los regímenes que construyen muros, ganan tiempo, pero no atacan el problema de fondo que tienen en sus sociedades.
¿Cómo se sentían desde el lado occidental?
No era una situación idílica, pero obviamente no era comparable a la de Berlín oriental. Dos millones de personas vivían en el lado occidental, pero en cierta manera estaban encerrados en Berlín, aunque tuviesen la posibilidad de visitar Alemania Occidental por vía aérea o terrestre. No vivían en represión, pero no dejaba de ser un territorio ocupado por las fuerzas aliadas y seguían viviendo bajo la sombra del muro y separados de sus familiares, amigos y vecinos.
Muchos quisieron cruzar el muro y pocos lo conseguían. ¿Por qué se arriesgaban tanto?
Los derechos y las libertades básicas no eran posibles. Esto, unido a una falta de bienes de consumo y de calidad de vida, incentivaba las huidas. Lo intentó mucha gente y es importante entender que el muro era un régimen fronterizo fortificado, no consistía solo en una pared de cemento, sino que toda el área de Berlín oriental era una zona de exclusión. Aun así, con esas dificultades, hubo gente en las casi tres décadas de existencia del muro que intentaron por debajo, por encima o por aire, saltar el muro. En la exposición contamos esas historias, con imágenes y objetos que nos permiten empatizar con esas personas y comprender el grado de anhelo de huida.
¿Cuáles fueron las formas más rocambolescas de intentar cruzarlo?
Se conocen historias de todo tipo que nos ayudan a comprender el ingenio y el anhelo de las personas por escapar. Muy conocidos son los intentos de huida por túnel. Hubo casi 30, sobre todo en la calle fronteriza Bernauer Strasse. En esa misma calle, muchos trataron de escapar saltando de las ventadas de los edificios que daban al lado occidental y huían con lo puesto. Contamos también con huidas por las alcantarillas, personas que se ocultaban en los capós de los coches, aquellos que trataron de huir en globo estático o, ampliándolo a la frontera interior alemana, una persona que cruzó en canoa 35 km por el Báltico.
¿Cómo veía el Muro el resto de Europa durante los años de la Guerra Fría?
Desde el lado occidental se veía como una construcción atroz, el régimen fronterizo de una dictadura y como un símbolo de la opresión de los regímenes comunistas en Europa oriental. El muro se veía como una especie de arma contra el propio pueblo al que no se permitía vivir en libertad.
Muchos recordamos su caída como un episodio extraordinario ¿Cómo recuerda hoy Alemania aquellos días?
Creo que Alemania es uno de los pocos países que ha hecho una pedagogía sincera con los hechos ocurridos en el siglo XX, tanto con la II Guerra Mundial y el Holocausto, como con la historia de la división de Alemania. En general, mediante la educación, el recuerdo y la reflexión ha conseguido sensibilizar a las generaciones más jóvenes sobre lo sucedido.
Tres objetos originales de la muestra que elegirías por su valor simbólico
Tenemos casi 20 metros del muro, cada fragmento pesa 3,5 toneladas y han sido trasladados de Berlín hasta la Sala Castellana 214 de la Fundación Canal de Madrid. Es la primera vez que se muestra el muro de tal manera en una exposición, en la que además se ha tenido que hacer un proyecto de arquitectura e ingeniería para poder instalarlos. Tenemos un fragmento de un túnel de espionaje que ejemplifica muy bien cómo Berlín jugó un papel importante como ciudad de los espías durante esa época de tensión entre los dos bloques. Asimismo, contamos también con pertenencias personales de las víctimas del bombardeo de Hiroshima, que nos permiten comprender la el contexto internacional de la Guerra Fría y la sombra permanente de la amenaza nuclear.
Y los tres objetos más curiosos
El conocido como césped de Stalin - una estructura metálica punzante pensada para evitar huidas- ejemplifica bien el sistema fortificado fronterizo al que tenían que enfrentarse los ciudadanos. Muy curiosas son también las notas que los guardas fronterizos del muro, encargados en el lado oriental de vigilar la frontera, lanzaban a los ciudadanos occidentales solicitando materiales que no podían conseguir en su día a día. Finalmente, saltando a la Guerra Fría, contamos con herramientas que los ciudadanos incorporaron en su día a día ante un posible ataque nuclear en Estados Unidos; como chapas de identificación o medidores de radiación.
¿De qué forma le explicaría alguien que vivió aquello a sus hijos o nietos?
Supongo que depende del lado en el que vivía y de la situación personal de cada uno. No se trataba de la misma situación para alguien que formara parte de la Stasi o miembro de las instituciones de la RDA, que para alguien que fuese un prisionero político. Dependía mucho de la experiencia personal de cada uno y eso es precisamente lo que intentamos mostrar en la exposición. Lo hacemos mediante testimonios inéditos de testigos contemporáneos que nos muestran esa diversidad de experiencias, permitiendo al visitante comprender lo que supuso vivir en aquella situación.
¿Qué esperas que aprenda o se lleve consigo cada visitante de la muestra?
La historia del Muro de Berlín es un mensaje del siglo pasado a los ciudadanos el siglo XXI. Una advertencia sobre la fragilidad y la excepcionalidad de las democracias liberales, y sobre los peligros de las ideologías autoritarias. Pero es también un mensaje de esperanza y responsabilidad: solo de cada generación depende el preservar, proteger y luchar por la democracia y la libertad.