Karel Holemans, nacido en 1910, fue un pintor flamenco paisajista con cierto reconocimiento. Incluso un óleo suyo incluso cuelga en las paredes del Reina Sofía. También fue espía en la Guerra Civil española del lado republicano. Y posteriormente espía doble en la Segunda Guerra Mundial. Y también fue templario. Eso le llevó a hacerse agente alemán para sacar de Bélgica los archivos de la Orden y trasladarlos clandestinamente a Oporto. Así salvó de la Gestapo a 238 caballeros templarios, pero nunca pudo regresar a su país. Aún le pasarían muchas más cosas, pero ya queda claro que la suya fue una vida intensa, agitada, peligrosa, apasionante y... secreta. Tanto que la familia que formó en España jamás supo de sus peripecias. Nunca les contó nada.
El polifacético artista belga falleció en la habitación de un hospital de Tarragona, en 1979, cuando su hijo Carlos solo tenía 16 años. La muerte del padre dejó un vacío muy profundo en él, tan profundo que dedicó diez años a reconstruir y escribir su biografía, quizás porque siempre sospechó que su padre ocultaba un pasado convulso. Fue entonces, tirando de diversos hilos, husmeando en archivos familiares, cartas y fotografías, y recurriendo a historiadores, periodistas y parientes lejanos, cuando Carlos fue descubriendo una increíble doble vida enterrada durante mucho tiempo. Esa vida es la que cuenta 'Los espías no hablan' (Arpa), una fascinante novela que también le ha servido a su autor para entender mejor quién era ese hombre al que tanto quiso pero del que sabía tan poco. Hablamos con Carlos Holesman sobre una figura irrepetible.
¿Cómo se puede llevar una doble vida y guardar el secreto hasta la tumba?
Karel Holemans estuvi casado con Rachel Vanderelst, una militante del partido socialista belga. La pareja vivió la Segunda Guerra Mundial pasando información a ambos bandos: a los invasores alemanes y a la Resistencia. Era un equilibrio difícil y muy peligroso, pero que garantizaba su supervivencia ganara quien ganara la guerra. Karel, como nacionalista flamenco (era militante del VNV), amigaba con los alemanes y Rachel, como militante del partido socialista belga, lo hacía con la Resistencia. Karel, además, trabajaba para los templarios, lo que en la práctica le convertía en triple agente.
Sin embargo, en 1943, cuando Karel ya había partido hacia España en su misión de espionaje, Rachel se hizo amante de Louis Delgrange, uno de los jefes del servicio secreto alemán en Bélgica y se enamoraron. Este le atribuyó falsamente a Karel la muerte de un miembro de la Resistencia para hacerle desaparecer y así poder casarse con Rachel. Mi padre fue condenado a muerte en Bélgica (y por ello nunca pudo regresar) y Rachel quedó libre para casarse con su amante.
¿Por qué Karel nunca contó nada? En mi opinión porque el trauma de la traición fue tan grande y sus consecuencias tan trágicas e irreversibles que mi padre decidió pasar página y comenzar una nueva vida y una nueva familia en España. Tanto fue así que a mí nunca me enseño su lengua, el flamenco. Creyó que de este modo me protegía de los peligros que le (nos) aguardaban en Bélgica.
¿Cómo descubriste sus actividades paralelas?
Siempre sospeché que mi padre ocultaba hechos dramáticos de su pasado. Cuando yo nací, él tenía 52 años y una larga vida anterior de la que nunca hablaba. Mi madre tampoco sabía demasiado y entendía que era mejor no preguntar, pues hacerle hablar suponía despertar recuerdos dolorosos de traiciones, desengaños, sueños rotos y, en suma, agitar la melancolía del exiliado.
Para mí, descubrir qué ocurrió realmente fue algo más laborioso. Una vez convencido de que había mucho secreto silenciado, dediqué más de diez años a husmear en los archivos familiares, y a rescatar papeles, fotografías, cartas y cualquier anotación escrita en alguno de los seis idiomas que mi padre conocía, y así recomponer su historia. Como un pájaro cuando construye su nido, ramita a ramita. Trabajé con historiadores, periodistas, parientes lejanos, amigos, conocidos y desconocidos cuyos nombres aparecían en cartas olvidadas, y con cualquier persona que se hubiera cruzado con mi padre a lo largo de los 69 años que vivió.
¿Qué supuso para él trabajar como espía doble?
Era la garantía de que, cualquiera que fuera el resultado final de la guerra mundial, él y su mujer estarían siempre en el lado soleado de los vencedores. Desafortunadamente, ocurrió todo lo contrario.
¿Crees que disfrutó haciendo lo que hacía?
Disfrutar no es, desde luego, la palabra. Debió ser una vida muy inestable y con frecuencia angustiosa. Sin embargo, creo que en las ocasiones claves creyó estar haciendo lo correcto: al principio de la guerra, colaborando con los alemanes, porque creía que así Flandes obtendría la independencia y, más tarde, llevando a Portugal, lejos del alcance de la Gestapo, las listas de templarios y los archivos de la Orden, para salvar a sus correligionarios del Temple.
¿Cómo fue su relación con los caballeros templarios?
Para los templarios, incluso aún hoy, Karel Holemans es un héroe. Hizo posible la continuidad de la Orden al trasladar sus archivos y el edicto de nombramiento del nuevo gran Maestre a Oporto (el anterior, quien le encomendó esa misión, fue asesinado por los alemanes).
En efecto, en 1943, asumió un gran riesgo personal al atravesar la Francia ocupada, cruzar a la España de Franco y pasar clandestinamente la frontera portuguesa. De ese modo, puso a salvo las identidades de los caballeros del Temple y, con ello, sus vidas y sus propiedades. Puede decirse que gracias a Karel Holemans, la Orden aún existe hoy.
¿Qué tipo de relación tuvo con su primera mujer, Rachel?
Muy tormentosa. Karel Holemans vivió una vida bohemia, nocturna, desordenada y propia del parnaso pictórico de los años 30. Ambos fueron infieles él uno a la otra y estuvieron a punto de separarse en numerosas ocasiones. De hecho, la insostenible situación de la pareja empujó a Rachel a dejar Bélgica y venir a España para trabajar como enfermera voluntaria en el Hospital Militar Internacional de Onteniente, donde se curaba a los heridos republicanos durante la guerra civil española.
Karel y Rachel eran muy distintos, tanto ideológicamente, como por extracción social. Karel procedía de una familia burguesa ultranacionalista y católica, mientras que Rachel venía de una familia obrera de izquierdas. Les unió la ambición y la necesidad de sobrevivir en una guerra mundial terrible. Al final, Rachel le devolvió las infidelidades y le traicionó. No puede decirse que acabaran demasiado bien.
¿Cómo se las arregló para sobrevivir?
Durante los años 40 y principios de los 50, Karel tuvo bastante éxito como pintor en España. Vendía bien y sus exposiciones fueron bastante exitosas. Además, sus amigos templarios españoles le ayudaron mucho. Estuvo también en buenas relaciones con las autoridades del régimen de Franco, quienes eran abiertamente germanófilas.
Tuvo muchos contactos en la Falange, que durante los años 50 ayudaban a los fugitivos que huían de la represión contra quienes habían colaborado con los alemanes en los países invadidos por estos. Los falangistas ayudaron a estas personas a cruzar España y llegar a América. El poliglotismo de Karel debió ser de mucha ayuda en aquella España de posguerra, inculta y atrasada.
¿Cómo afrontó su expulsión de la plantilla de espías del Servicio Secreto Alemán?
Con la mayor naturalidad. Su vida como espía en Madrid le permitió vivir a todo trapo en el hotel Palace, alejarse de su mujer, a quien ya no soportaba, y dejar atrás los apagones, los bombardeos, el toque de queda y el racionamiento que se vivía en Bélgica. Una vez instalado en Madrid, ya convertido en un pintor de éxito, su trabajo como espía se la trajo al pairo, abandonó toda prudencia y no le importó nada ser descubierto y dejar atrás el servicio secreto. Al fin y al cabo, él sabía que la guerra estaba perdida.
¿Cómo fue su vida cuando conoció a Teresa, su última mujer?
El encuentro de Karel con Teresa fue un flechazo. Ambos eran dos almas a la deriva, dos incomprendidos, dos desarraigados, dos personas que cargaban con un pasado que deseaban dejar atrás para empezar de cero.
Sin embargo, se encontraron con la oposición de la madre de ella, una terrateniente autoritaria, poderosa y caprichosa, que no estaba dispuesta a que se hiciera nada en contra de sus designios. Se opuso con todas sus fuerzas a la relación de su hija con Karel e hizo todo cuanto pudo por romper la relación. Para ello, utilizó toda su influencia y sus recursos económicos, así como sus contactos con la iglesia de la época, para impedir el matrimonio.
Averiguó que Karel había estado casado y, aunque estaba divorciado legalmente en Bélgica, el divorcio no existía en España. Así que le acusó de bigamia, un delito muy grave en aquellos tiempos. Le persiguió fanáticamente durante casi diez años para conseguir la separación de la pareja y provocar el regreso de su hija a la casa familiar.
La relación de Karel y Teresa fue una genuina historia de amor. Sin embargo, no la pudieron vivir felizmente, sino que se convirtió en un calvario empedrado de dificultades. Un infierno alimentado por una persecución tan cruel como estéril.
En 1974, estuvo presente como traductor en la ejecución de Heinz Chez, condenado por Franco a morir por garrote vil. ¿En qué forma le afectó presenciar eso, sabiendo que sobre él también pesaba una condena de muerte?
Karel no pudo dormir en dos semanas. La sangrienta chapuza que Karel presenció en el ajusticiamiento de Chez es difícilmente imaginable. Karel fue un condenado a muerte que se pasó la vida dándole esquinazo al pelotón de ejecución y que se encontró a sí mismo presenciando cómo se mataba legalmente a un hombre en unas circunstancias dantescas. Debió ser espantoso para cualquiera que presenciara el agarrotamiento. Para él, además, significó presenciar en directo lo que le esperaba en Bélgica si no se quedaba en España.
¿Cómo ha afectado hacer este libro a la imagen que tienes de tu padre?
Ha sido especialmente agradable descubrir que, pese a los innumerables hechos que mi padre mantuvo ocultos, nunca me mintió. Tal vez Karel no hablara de demasiadas cosas, pero las que sí me contó resultaron ser todas ciertas.
Engañar a un niño pequeño hubiera sido muy fácil para un espía, un profesional de la ocultación. Sin embargo, todo lo que descubrí me confirmó que aquellas cosas que sí me contó eran verdad. Cuando yo mismo tuve un hijo, entendí que hay verdades que un padre no le cuenta a nadie más que a su hijo.
¿Te habría gustado llevar la vida de tu padre?
Nadie elige la vida que vive. Y todas las vidas tienen sus luces y sus sombras. Sin embargo, creo que mi padre vivió una vida demasiado complicada para ser feliz. Fueron demasiadas las vicisitudes históricas y los golpes del destino que le cayeron encima. Pienso que se pasó la vida tratando de mantenerse a flote y evitar que los hechos le arrastraran.
Dos guerras mundiales, una guerra civil, riqueza y pobreza, éxito y fracaso, amores contrariados, persecuciones legales, animadversiones personales, enemigos poderosos, amigos fugaces, exilio, muchas pérdidas, incertidumbre económica y desarraigo… no creo que quisiera vivir eso. De hecho, espero que mi vida no tome nunca ese rumbo.
¿Qué le dirías ahora si pudieses?
Le diría: léete el libro y dime qué me he dejado. Estoy seguro de que aún hay mucho por descubrir y que nunca lograré conocer. Los espías no hablan.