El próximo 19 de febrero Luis Piedrahita cumplirá 48 años, y a medida que se acerca a la barrera psicológica de los 50, es cada vez más consciente de cómo el humor va a acompañarle en la edad madura. “Uno siempre intenta reírse de las miserias”, dice. “El humor no va a impedir que me salgan arrugas, que me duelan las rodillas, que me crezcan pelos en las orejas… Pero va a hacer que todo eso sea llevadero. El humor no consigue que vuelva la persona amada o se te suelden las lumbares, pero hace que eso sea soportable. Quizá solo sirve para eso: para que la vida sea soportable”.
Piedrahita es un humorista diferente: hace reír, como la mayoría, pero sus descacharrantes bromas tienen cierto regusto melancólico, amargo, algo que refuerza su cerrado acento gallego —nació en A Coruña—, levemente plañidero. “Los humoristas hacemos humor no para darle la espalda a la tristeza, sino a pesar de la tristeza”, explica.
“Me encanta hacer chistes y mirar al público pensando: ‘Todos sabemos que el viaje acaba mal, pero aquí estamos para pasarlo bien’. Escribí un show sobre un adivino que iba en el Titanic. Cada noche echaba las cartas a los pasajeros y les vaticinaba destinos venturosos. La pregunta es: ¿sabía lo de la catástrofe?. Claro. El artista sabe cómo acaba la película, igual que todo el mundo, pero nuestra misión es hacer más ameno el viaje”.
Tras presentarlo en otras ciudades españolas, el pasado 4 de octubre estrenó en el teatro La Latina de Madrid el espectáculo Apocalípticamente correcto. Como el título sugiere, el candente debate sobre la corrección política y los límites del humor le ha inspirado un largo monólogo que describe, de nuevo, con conceptos profundos.
“El show va de la libertad”, dice. “Y también se toca la libertad de expresión: qué cosas se pueden o no decir. Cuando se habla de libertad, poca gente apela a la responsabilidad. Puedes hacer lo que te dé la gana, pero sé consecuente con tus actos. Y eso tiene que ver con la libertad de expresión: di lo que quieras, pero luego apechuga. Lo que propongo es un carné por puntos de la libertad de expresión. Si en un tanatorio dices: ‘Pues la veo más guapa’, te quitan dos puntos”.
Prosigue: “Es un monólogo divertido, en el que hablo de la leche de avena, los horóscopos, las autocaravanas… que son metáforas que luego nos permiten hablar de la libertad. La gente se mueve por miedo o esperanza. El miedo es el enemigo de la libertad: bloquea, ata. La esperanza es todo lo contrario: creer que algo maravilloso va a pasar en el futuro. Anima a hacer cosas. El miedo espanta la risa; lo bueno es que, paradójicamente, la risa espanta el miedo. Hay algo apocalíptico y correcto, hay un duelo”.
No esperes, por tanto, chistes banales en el repertorio del cómico. “Mis shows siempre tienen un entramado conceptual”, afirma. “Si quieres que se le quede a la gente en el corazoncito, no puedes hablar de algo que no vaya a ningún lado. Has de tener una dirección y debes hablar de las cosas que interesan a las personas. En cada chiste debe haber una reflexión sobre el alma humana”.
Hay quien piensa que hacer humor hoy es más difícil que nunca, pues por cada chiste sale un ofendido. Aunque concede que es así, no considera que eso complique la creación cómica: “El humor es poner una cosa allí donde no va. Cuando lo haces, es posible que alguien se sienta incomodado. El humor siempre degrada algún valor, y si no es así, quien se degrada es el humorista. El humor es humor, no es periodismo. Tiene un pie en la realidad y otro en la ficción. Tiene seriedad y broma. Mira con un ojo serio y el otro guiñado. Lo que no puedes es tomártelo en serio cuando hablan de ti y en broma cuando hablan de otro. Si alguien viene y se siente ofendido porque he hecho un chiste sobre peces naranjas, le digo: ‘¿Tienes peces naranjas?’. ‘Sí’. Pues no me vale. Si viene alguien que no los tiene y está enfadado, le digo: ‘Tu opinión sí me interesa”.
De lo que no hay duda es de que el humor en España está viviendo una edad de oro, justo cuando todo lo contrario, el odio y la confrontación, están a la orden del día en redes sociales. No le falta razón a Piedrahita cuando alega que ha habido tiempos peores.
“Piensa en 1939: acaba la guerra civil. Imagina el nivel de hate que debía de haber. Pues aparece La Codorniz, que es un periódico humorístico, donde el hate sí que era peligroso. Cuando no existe la libertad de expresión, no se habla de ello. Y ahora no se habla de otra cosa. Por miles de impedimentos que te pongan, el humor sale adelante”.
Precisamente señala La Codorniz como “un grandísimo referente” para él. “Me fascinan el tono de Mihura, Jardiel… En Galicia hubo un aluvión: allí estaban Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Álvaro Cunqueiro… Hacían ese humor cercano a la poesía, que es el que me interesa. El humor que construye, no el que destruye”. Ha publicado una docena de libros cómicos, algunos de títulos que ciertamente recuerdan el gracejo lingüístico de Enrique Jardiel Poncela o Álvaro de Laiglesia, director de La Codorniz, como El castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable (2012) o Cambiando muy poco, algo pasa de estar bien escrito a estar mal escroto (2017).
“España puede que sea la cumbre mundial del humor: la obra literaria por antonomasia, El Quijote, es humorística”, sostiene. “En habla anglosajona, el paradigma es Shakespeare, la tragedia. Siempre ha habido humor de altísima calidad en España. Los grandes literatos eran humoristas. Aunque también me han influido Les Luthiers, Woody Allen…”.
Detrás de cada espectáculo hay dos años de trabajo. “Dedico un año a pensarlo y otro a escribirlo”, expone. “Antes escribía sin pensar. Terminaba con una cantidad ingente de material inútil. Si construyes primero el coche sin saber dónde quieres ir, no sabes si vas a necesitar un todoterreno, un fórmula 1 o una lancha. Ahora dedico un año entero a pensar, sin apenas escribir nada. Luego decido: el show va a hablar de si existe el destino, de si está todo escrito o no. Si está todo escrito, la libertad no existe, da igual lo que hagas, no hay culpa ni responsabilidad. Todo tiene que ver con el futuro. ¿Qué relación tiene la libertad con el futuro? Aparecen los conceptos de miedo y esperanza…”
“Estas cosas —añade— las voy pensando, las convierto en un armazón conceptual, y después me siento y lleno eso de chistes. Encuentro que en la leche de soja nace una metáfora de cómo el ser humano quiere tener dónde elegir, pero cada elección tiene un precio. En Starbucks, un café, doce euros; pero va en un vaso de cartón, ¡y los lujos hay que pagarlos! Todo eso se va llenando de chistes. Gente que dice: ‘Yo es que si no me tomo un café con leche de canguro, no soy persona’. ¡Tú no has sido persona nunca ni vas a serlo jamás!”.
Además de por su vertiente de cómico, Luis Piedrahita se ha granjeado enorme prestigio como mago. La magia fue, de hecho, su primera pasión. “Cuando era pequeñito no podía ser humorista, pero sí podía hacer magia”, recuerda. “Me aficioné a hacer trucos de cartas con los cursos de Juan Tamariz. La magia es muy hermética: ¿cómo aprende alguien una disciplina cuya perspectiva general es que todo es secreto? Nunca dije: ‘De mayor quiero ser esto o lo otro’. Cuando la típica amiga de mi abuela me preguntaba: ‘¿Tú qué quieres ser de mayor?’, yo respondía: ‘A usted qué más le da, si no lo va a ver’. Nunca lo pensé. Poco a poco me gustaron la magia y el humor y he tenido la suerte de poder dedicarme a ellos”.
En el estudio de su productora, en el bajo interior de un edificio señorial en el centro de Madrid, Piedrahita, mientras acariricia a su perrito Cannoli, sentado en su regazo, se muestra como un hombre más sensible que gracioso (que lo es). Es la otra cara de los humoristas, la cual a veces los espectadores no llegan a entender. “Como solo te han visto en tu faceta de humor, cuando te cruzas con ellos por la calle les ves un brillo en los ojos que dice: ‘Hazme un chiste’. Les respondes: ‘Señora, estoy paseando al perro, no puedo hacerle un chiste ahora’. Pero no pasa nada. Realmente ese brillo en los ojos no deja de ser un gesto de cariño”.
Ante todo, es un tipo que se ríe de sí mismo. “Constantemente”, dice. “No me queda otra. Hay personas que se toman muy en serio a sí mismas… ¡Pobrecillas! Porque eso solo les puede llevar al escozor y a la decepción. Ahí está el Segundo Principio de la Termodinámica para decirte que no puedes tomarte muy en serio porque vas a acabar en un bote, en el mejor de los casos”.