En 2022 se cumplieron 40 años de la muerte de Romy Schneider, una de las actrices más populares y reconocidas del cine europeo del siglo pasado. Hija de los también actores Wolf Albach-Retty y Magda Schneider, Romy nació en Viena (Austria) en 1938 y comenzó su carrera cinematográfica con tan solo quince años al aparecer en ‘Lilas Blancas’, una película dirigida por Hans Deppe en la que interpretaba el tema musical de la película y compartía pantalla con su propia madre, que actuaba como protagonista.
Tras este primer papel, Romy trabajaría en un par de películas más antes de interpretar al personaje que le llevaría a alcanzar la fama mundial: la reina Victoria de Inglaterra y a Isabel de Baviera, más conocida popularmente como Sissí.
Bajo la dirección del alemán Ernst Marischka, que vio en ella a la actriz ideal para encarnar a esta emblemática figura del imperio austrohúngaro, Romy protagonizó tres películas de corte romántico que ofrecían una versión edulcorada de la vida de la emperatriz: Sissí (1955), Sissí Emperatriz (1956) y El destino de Sissí (1957).
La trilogía, en la que también compartió pantalla con su madre, la convirtió en un icono a nivel mundial, pero también la persiguió durante el resto de su vida. Y es que a pesar de su prolífica carrera dentro del cine y de sus intentos por despegarse del personaje que lo llevó a la fama, para muchos Romy nunca fue nada más que Sissí.
“No soy Sissí. Jamás lo he sido. Soy una mujer rota de 42 años y me llamo Romy Schneider”, declaró Romy poco antes de morir en una entrevista con la revista francesa ‘Paris Match’. Era mayo 1981 y entonces ya habían pasado 25 años desde el estreno de ‘El destino de Sissí’, la última parte de la famosa trilogía.
Un año después, en mayo de 1982, la actriz fue encontrada muerta en su apartamento de París. Las causas del fallecimiento nunca se esclarecieron (se dice que no se hizo ninguna autopsia para no romper ‘el mito’), pero la mayoría apuntan a un suicidio y quienes no, hablan del síndrome del corazón roto. Y es que las circunstancias personales por las que habría de enfrentarse la habrían ido convirtiendo, poco a poco, en una mujer completamente rota.
Tras finalizar el rodaje de la última película de la trilogía de Sissí, Romy rechazó protagonizar una cuarta entrega para escapar de la influencia de su madre, que hasta entonces dominaba su carrera, y de su padrastro (los padres de Romy se separaron cuando ella era niña y su padrastro, Hans-Herbert Blatzheim, intentó abusar de ella en más de una ocasión) y huyó a París para cambiar de registro y dejar atrás la imagen de Sissí. Allí rodó ‘Amoríos’ (1958), un remake, irónicamente, de una película que su madre había protagonizado anteriormente y en el compartió pantalla con Alain Delon, que por aquel entonces no era más que un debutante.
Delon y Romy se conocieron en el aeropuerto de Orly, cuando el actor fue a recibirla con un ramo de rosas. Entonces ni ella hablaba un francés perfecto ni él un inglés impecable, y la impresión que se llevaron el uno del otro no fue impecable. Sin embargo, un año después ambos empezarían un romance que los convertiría en una de las parejas más icónicas del séptimo arte.
Delon y Romy estuvieron juntos durante cinco años, un periodo de tiempo en el que la carrera de Delon despegó, la de Romy se vio estancada y los paparazzi los seguían allá donde podían. Convertidos en un icono de la juventud europea, la historia llegó a su fin en 1963, cuando la actriz llegó a casa después de un viaje a Hollywood y se encontró con un ramo de rosas Baccara casi negras y una tarjeta que rezaba: “Me he ido a México con Nathalie. Mil cosas. Alain”.
El intérprete culpó al distanciamiento que había entre ambos como la causa de la ruptura, aunque son muchos los que opinan que la fama fue el detonante de la relación. A pesar de la ruptura, la pareja mantuvo una relación de amistad hasta el final y juntos grabaron dos películas más, entre las que destaca ‘La Piscina’ (1968), un clásico que relanzaría la carrera de Romy tras su infructuoso periplo hollywoodiense con películas como 'Préstame a tu marido' o '¿Qué tal, pussycat? y que la convertiría, de nuevo, en la novia de Europa.
Después de su romance con Delon, Romy comenzó una relación con Harry Meyen, un director de teatro alemán con quien se casó en 1966 y con quien tuvo un hijo, David. Tras nueve años casados, sin embargo, la pareja se divorció y Romy comenzó una relación con Daniel Biasini, su antiguo secretario, con quien tuvo una hija, Sarah.
En 1979, Harry Meyen se suicidó, algo que afectó enormemente a la actriz, que comenzaría a beber y a tomar tranquilizantes. Ese mismo año, Biasini le pidió el divorcio tras seis años de casados, algo que agravaría su complicada situación. El divorcio fue complicado, pero lo que acabó por romper el corazón de la intérprete fue la muerte de su primogénito, David, en un absurdo accidente en casa de sus abuelos: al intentar escalar la verja de la casa, como tantas veces había hecho, el chico tropezó y murió atravesado por una de ellas. La tragedia se vio magnificada por los paparazzi, que se disfrazaron de enfermeros para colarse en el hospital y hacerle fotos al cuerpo.
“He enterrado al padre y he enterrado al hijo, pero nunca los he abandonado y ellos tampoco me han abandonado a mí”, escribió la actriz en su diario. Tras el trágico suceso, la actriz intentó volver a ser feliz de la mano del productor de cine Laurent Pétin, su último novio, con quien se iría a vivir, y encontrar consuelo en el trabajo. Pero no fue suficiente. El 29 de mayo, la actriz apareció muerta en su cama. Tenía 43 años.
Al entierro de la actriz no acudió ni su madre ni Alain Delon, quien, sin embargo, sí se personificó en su apartamento al enterarse de su muerte para despedirse y hacerle tres últimas fotos que nadie ha visto nunca y que, según sus propias declaraciones, lleva siempre encima. También acudió al sepelio y se encargó de que la actriz fuera enterrada junto a su hijo, David, en el cementerio de Bossy-Sans-Avoir, en la periferia sur de París, donde actualmente descansa.