Pedro Almodóvar vive una pasión secreta con la literatura. Escribe desde muy joven, aunque su enorme fama como cineasta haya colocado en el 'trastero' de los quehaceres el resultado de esta pasión. Menos mal que Lola García, asistente del director, logró rescatar del limbo creativo los escritos de toda una vida. Tras releerlos, el director decidió que no estaban tan mal. Así es cómo los lectores hemos llegado a 'El último sueño', compendio de su narrativa breve entre 1967 y 2023. La nueva antología refleja la relación en su obra entre “lo vivido, lo escrito y lo filmado”, de su educación con los salesianos a la muerte de su madre, pasando por su relación con grandes artistas, los años de La Movida y el descubrimiento de un nuevo Almodóvar, más austero y contenido. Más oscuro. Estas son las frases que resumen lo vivido en aquellos años.
En 'Vida y muerte de Miguel', muestra una visión fatalista de la existencia: el recorrido hacia el propio féretro. El Almodóvar de 18 años, el momento en que lo creó, acusaba una devastadora crisis vital. "Lo escribí en el patio de la casa familiar en Madrigalejo (Cáceres) con una Olivetti que me había comprado mi madre y un conejo desollado colgando al lado. Lo inspiró la desazón de vivir en un lugar al que no pertenecía. De no haber salido de allí, hubiera acabado en la cárcel o suicidándome".
El cineasta es hoy un urbanita recalcitrante, no sólo por razones prácticas, sino por su pasado. "Quedarme en el pueblo era morir en todos los sentidos, sí. Y que me perdonen todas las provincias, porque me parece estupendo que hoy haya una vuelta a la vida rural. Pero ser niño en un pueblo en plena posguerra era como vivir en el salvaje Oeste".
En las primeras películas de Almodóvar apenas se alude al clima político de la época. ¿Estrategia o inconsciencia? "Yo estaba negando la presencia de Franco y de la dictadura. Era una postura artística a la hora de ponerme a escribir, pero quiero dejar claro que no equivalía a un olvido. Yo tenía una memoria intacta de la dictadura: había vivido años bajo el franquismo. Y no pocos, 25. La atmósfera era asfixiante".
En Madrid, Almodóvar participa de lleno en el germen de lo que más tarde sería La Movida."Yo tenía cierta memoria de la dictadura, tenía memoria de lo que era respirar la atmósfera franquista, yo el cambio lo detecto en el 77. Fue en un concierto de Iggy Pop en Móstoles. Estaba allí con Carlos Berlanga, con Olvido (Gara, Alaska) y con Bernardo (Bonezzi). Recuerdo salir a la calle. Mirar a la guardia civil, a los grises, y no tener miedo, y eso ocurrió con la UCD, pero a pesar de la UCD. Es la experiencia más grande que he vivido en toda mi vida."
El cineasta estuvo interno en dos colegios religiosos, primero en los salesianos y más tarde en los franciscanos. La estancia en esos colegios fue también algo determinante en su biografía. "Lo que estamos viviendo actualmente es algo que era el pan de cada día. Yo estaba interno con los salesianos. Vivía un Gran Hermano a lo bestia. Todos sabíamos todo. Todos nos lo contábamos todo. Todos éramos conscientes de que había abusadores, y uno especialmente depredador".
Según admite el director, vive solo y se siente solo, una situación querida al principio y, hoy, no deseada. "Hay parte de mi trabajo que se hace en soledad, pero hay un momento que la soledad te pesa, y sobre todo cuando sabes que el único responsable de esa soledad eres tú, que has ido separándote de las personas, no has respondido al teléfono ni a las citas, ni a amigos, y hay un momento que el teléfono deja de sonar. Ahí me salva la literatura".
Cuando la España en la que se vive está llena de "caspa, halitosis, medias negras y varices", como escribió en alguno de sus artículos para el suplemento 'La luna', quedan pocas vías de escape. Una de ellas es la realidad alternativa; es decir, la ficción. "La ficción es necesaria. Para que la vida sea más vivible hay que rellenar los vacíos de ficción".
En la vida de Almodóvar hubo 'días de droga y rosas'. El director lo explica así: "Algunas veces, sí, cuando me había distraído y me olvidaba de que tenía que entregar el texto [los artículos de Patty Diphusa] y lo acababa a toda velocidad mientras llegaba el motorista a recogerlo. En esa época, yo tomaba cocaína. Luego dejé la cocaína, y después dejé el café y luego ya el té. En ese momento me vino bien, pero no recomiendo las drogas para escribir".
La evolución emocional de Almodóvar está presente en su cine, el correlato transparente de su vida. El hedonismo salvaje del principio ha dado paso a un lenguaje más contenido. "He ido adoptando una mayor austeridad. Y yo mismo también me he convertido en alguien más sombrío y melancólico, más inseguro y miedoso".
La pérdida de su madre supone un punto y aparte en la vida del cineasta. Un punto de inflexión que no consigue asumir. "Siento terror respecto a la muerte, que es algo que todavía no he asimilado ni he entendido. Y eso es un problema grande, porque el tiempo pasa, pero yo no he madurado mucho respecto a la cuestión del paso del tiempo. Sigo sintiéndome como un niño, y no lo digo como algo positivo. En este tema, soy de una tremenda inmadurez".