Al levantar la vista, Ana Labordeta ve libertad. Hija del cantautor, escritor, profesor y político José Antonio Labordeta y de la profesora de Latín Juana de Grandes, aún se emociona cuando escucha 'Canto a la libertad', el himno que compuso su padre en 1975 y cantaba '"unas veces con tristeza, otras con alegría, otras con esperanza'". Ana es actriz de origen turolense, aunque su vida está en Madrid. A sus 58 años vive un momento de inmensa plenitud personal y también en lo profesional. Junto a Lola Herrera y Lola Baldrich, consigue lleno cada tarde con 'Adictos', un montaje teatral de Pentación que reivindica la capacidad de reacción del ser humano frente a la tecnología, un punto de rebeldía necesario para que el mundo de verdad evolucione, una reflexión distópica, pero obligada para disfrutar de una vida socialmente libre.
Un póker de damas para ponerse en pie y no dejar de aplaudir.
El teatro es mi vida y 'Adictos' ha supuesto un viaje maravilloso, un regalo inesperado, un hermoso reencuentro con Lola Herrera -volver a abrazarnos y escucharnos- y el descubrimiento de Lola Baldrich. Juntas creamos un espacio muy mágico en el que cada una consigue su mejor versión. A lo largo de las 200 funciones que llevamos ya, hemos ido fraguando complicidad, un cuidado impecable entre nosotras y un entendimiento que traspasa el escenario.
¿Qué supuso crecer como hija de José Antonio Labordeta?
Orgullo y privilegio, sobre todo. Sí es verdad que, a medida que fui dejando atrás la niñez, necesité cierta distancia para conseguir mi propia identidad y colocarme en el mundo como Ana, un ser individual sin apellidos, que persigue sus sueños y su propia visibilidad y consigue sus logros por ella misma. Me di esa oportunidad y fue maravilloso porque desde esa independencia entendí mejor el apellido Labordeta como una fortuna.
¿Qué legado te dejó?
Su sabiduría, la pasión que le ponía a sus convicciones, su manera de conquistar la libertad y de reivindicar la democracia respetando las reglas del juego. Tenía sentido del humor, honradez, capacidad de hacer amigos. Sabía escuchar. Sería difícil resumir todo lo que nos transmitió a mis hermanas, Ángela y Paula, y a mí.
¿Aceptó bien que tomaras el camino de la interpretación?
Mis hermanas y yo crecimos rodeadas de cultura: libros, música, cine… Mi padre, que era un ser creativo y soñador, nos impulsaba para cumplir nuestras propias metas. Mi madre, Juana, es más pragmática y valora la seguridad. En la época en la que empezábamos a trazar nuestro camino, le habría gustado una profesión que asegurase más estabilidad. Con el tiempo se acostumbró y está encantada con mi profesión. No se pierde ningún estreno. Ese equilibrio emocional es una herencia valiosa e irrepetible.
¿La profesión te está tratando bien?
Me siento muy afortunada porque, siendo una profesión complicada e inestable, he tenido grandes proyectos, papeles estupendos y directores y compañeros increíbles. Puedo haber tenido la suerte de mi lado, pero también es el resultado de un esfuerzo y muchos años de pico y pala.
Rosario en 'Amar en tiempos revueltos', Carlota en '23 centímetros', asesora lesbiana del presidente de Estados Unidos en 'Noviembre' y ahora, en 'Adictos', veterana periodista que ha trabajado como corresponsal de guerra. ¿Tienen algún punto en común tus mujeres?
Me gusta interpretar a mujeres que viven situaciones límite, con personalidades complejas, fuertes, comprometidas, pasionales, con sus conflictos y capas diferentes. Es decir, lo más parecido a mujeres reales. Pero es verdad que yo tomo el papel y creo el personaje, le insuflo mi carácter, le presto mi alma y la lleno de matices. Cada mujer llega en un momento vital diferente. Por eso es tan apasionante este oficio de la interpretación.
Lola Herrera tiene 88 años. ¿Trabajar con ella te ayuda a aliviar el vértigo de la edad?
Lola es un referente para mí y debería serlo para todas las mujeres. Es una lección de vida sobre cómo ser mejor amiga, cómo esforzarse, cómo vivir con alegría. Cuando la tengo delante, abro bien los ojos y acerco los oídos para hacer su radiografía. Sin pretenderlo, ella te enseña y te coloca. Lola es un faro para navegar bien en este gran océano que es la vida. Quiero quedarme con todo lo que ella transmite.
Fuera del escenario, ¿quién es Ana Labordeta?
Una mujer que vive en el centro de Madrid y disfruta con su perra Ara, que se escapa con ella al parque de El Retiro y juega con ella tirando palos.
Soy muy disfrutona e intento ser generosa y vivir de acuerdo con esos valores que me enseñaron mis padres y con esa sabiduría que me sigue inspirando mi madre. Es un legado que está siempre presente.