Vuelven ‘El Planeta de los Simios' y ‘King Kong’: lo que dice de nosotros nuestra constante fascinación por los monos

Muchos creen que la escena climática de ‘El planeta de los simios’ (1968), es decir, cuando Taylor (Charlton Heston) descubre la Estatua de la Libertad enterrada en la playa y se da cuenta de que siempre ha estado en la tierra, no es otra cosa que la amarga ‘revelación’ de nuestro propio destino: la autodestrucción. Sin embargo, conviene recordar que se trata también de una metáfora de nuestra relación circular con la animalidad: al final de cuentas, Taylor está de vuelta en casa no porque el planeta sea el mismo, tres mil años después, sino porque los simios son los humanos del futuro. Y es precisamente esa trasposición de lo que consideramos 'humano' lo que nos aterra.

Parece mentira. Denunciar la no centralidad de nuestra especie ha sido uno de los cometidos de la ciencia desde Copérnico. Y sin embargo, seguimos encogiéndonos ante la sola idea de ser reemplazados como especie dominante. Tememos que tarde o temprano el mono o el robot, nuestro pasado o nuestro futuro, nos den alcance y acaben con nosotros. 

Lo de los simios

Cuando el escritor Pierre Boulle publicó su nouvelle de ciencia ficción 'La Planète des singes' en 1963, seguramente no imaginaba que apenas cinco años después la adaptación de su libros daría inicio a una de las sagas cinematográficas más revisitadas de todos los tiempos. La prueba es que más de seis décadas después está a punto de estrenarse 'El Reino del Planeta de los Simios' (2024) continuación de la trilogía del s. XXI, reboot de la pentalogía original iniciada por aquella cinta de 1968. Dejamos de lado la denostada versión de Tim Burton en 2001 porque no solo carecía de carisma (a pesar de Tim Roth y Helena Bonham Carter), sino que intentando ser más fiel al libro, se carga gran parte de su sentido.

Más allá de cuestiones más o menos filosóficas como las que señalábamos al comienzo, 'El Planeta de los simios' hacía gala de crítica social trasladando las denuncias hippies -la agresión contra el planeta, la guerra, el racismo, el clasismo- a una ciencia ficción de máscara de goma y efectos especiales cutres pero con un guión que adelantaba incluso la novela de Boulle al trasladar magistralmente la acción de la vieja Europa al EE UU embarcado en plena carrera espacial. El guión tiene momentos memorables, como el nihilismo cínico de Taylor, el secretismo sacerdotal del doctor Saiuz, la 'revelación' final rodada de manera magistral y, por supuesto, el primer beso 'interespecie' de la pantalla, que dicho sea de paso se produjo meses antes de que lo hiciera el primer beso interracial en televisión en un episodio de la serie original de 'Star Trek'. Sí, el hombre blanco besó primero a una simio que a una mujer negra. Por si fuera poco, en el primer caso lo hizo porque quiso y en el segundo solo porque estaba bajo el hechizo de unos extraterrestres adoradores de Platón (¡¡¡).

Lo de los simios gigantes

En 'Inglorious basterds' Quentin Tarantino hace una referencia a un tema discutido desde los estudios decoloniales desde hace varias décadas, que 'King Kong' no es otra cosa que una metáfora de la esclavitud. El 'salvaje' que extraído de su tierra de origen y trasladado encadenado y en barco a Norteamérica resulta ser (sorpresa, sorpresa) incontrolable y no solo se libera sino que en el proceso se carga buena parte de las convicciones de algunos. Por supuesto, al final lo matan, pero qué esperaban, era 1933.

Lo realmente digno de resaltar de esta fábula es que en este caso el simio (o el esclavo) es la víctima de la crueldad humana (o blanca), incapaz de ver la 'humanidad' en él, manifestada en su amor (interespecie) por la actriz Ann Darrow (Fay Wray, Jessica Lange y Naomi Watts en las sucesivas versiones). La tragedia de 'King Kong' es, a fin de cuentas, la de la herida colonial. Y por ende está aún por resolver.

Lo de los simios gigantes contra los lagartos gigantes

Ahora sumémosle a todo esto unos reptiles mutantes radioactivos producto del trauma desatado en Japón por la bomba atómica y ya tenemos una panorámica de los grandes abismos del alma humana en su versión s. XX. Godzilla, como se sabe, apareció por primera vez menos de diez años después de Hiroshima y es presentado como un lagarto muy grande, tan destructor como salvador de la humanidad representada, en ese caso, por una ciudad japonesa moderna. Sí, como King Kong, Godzilla ataca la ciudad moderna representada en sus grandes edificios.

Surgidos, ambos personajes, como reflejos de los traumas causados por la brutalidad occidental, no es de extrañar que en las películas que los enfrentan, como 'Godzilla x King Kong: The New Empire' (2024), ambos terminen uniéndose contra los villanos megalómanos de turno.

"El ingenio del hombre va en paralelo a su demencia" dice el doctor Zaius en 'El planeta de los simios' (1968). Ellos en cambio creen en una verdad sencilla y naif "El simio no mata al simio". Por supuesto lo que los termina de humanizar no es cumplir ese precepto, sino quebrantarlo. Es la tragedia de lo humano.