Todavía hay quien piensa que lo que uno no ha hecho antes de cierta edad, ya no lo hará jamás. Una edad que se corresponde con la madurez. En verdad, a partir de los 50, los 60 y no digamos más adelante, se cierran, por desgracia, muchas puertas. Eso no quiere decir, sin embargo, que debamos dejar de llamar. Porque a esas edades aún es posible dar un vuelco a la vida, cumplir sueños, llegar a las cotas más altas en nuestra actividad, cambiar de aires y, por qué no, mostrarse más inconformista y rebelde que nunca.
Es la idea que al espectador se le queda en la cabeza cuando termina de ver La fuga, la primera película dirigida por Toti Fernández, de 50 años, y protagonizada por el inefable irlandés (español de adopción) Declan Hemp, de 61. En clave de humor, y llevando siempre las cosas un poco al extremo, como es de rigor en la comedia, cuenta la historia de un trompetista de jazz (Mike Blow, al que encarna Hemp) que va a parar a una residencia de mayores especializada en músicos. La mayoría son glorias retiradas de la música clásica que ven pasar sus últimos días jugando al bingo.
Blow, un buscavidas del Bronx que presume de haber tocado con Quincy Jones, Miles Davis y Michael Jackson, utiliza su picaresca para organizar la fuga que da título a la película. Convencerá a sus compañeros de salir a escondidas, coger un avión y viajar nada menos que a Angola, donde organizarán un concierto con una orquesta de niños en el que tocarán otra fuga, esta musical, que dejó garabateada en partitura una residente fallecida. Los fugados desafían normas, rompen estereotipos y siguen su propio instinto para hacer algo grande por lo que serán recordados.
“Conozco una frase que me encanta”, dice Tuti Ferández: “No hay que añadir años de vida, sino vida a los años”. Le gustaría que su película “sirviera para hacer pensar a la gente en qué hacemos con el tiempo que se nos va. ¿Estamos aprovechándolo de verdad? ¿Estamos haciendo realmente lo que nos gusta? Siempre hay una oportunidad. Y las oportunidades aparecen cuando menos te lo esperas”. Recuerda que recientemente leyó un artículo sobre un señor que había empezado a estudiar Medicina a los 83 años. “¡Qué manera más magnífica de aprovechar el tiempo! No sabemos el tiempo que tenemos. Por eso, la mejor manera de vivir es exprimir cada día como si fuera el último”.
La clave, para el director, es pronunciar siempre que sea posible la frase: “¡Me apunto!”. Lo explica: “No sabes a qué edad van a venir las oportunidades. Conviene estar predispuesto a que pasen cosas. Hay gente a la que llaman a partir de cierta edad, y dice: ‘Bueno, es que yo, ahora ya…’. Si estás a la que salta, hay más facilidad de que lleguen esas oportunidades”.
Hemp opina que si no ocurre más a menudo, es porque hay un freno impuesto por la sociedad. “Queremos demostrar que hay otra vida ahí fuera, otras posibilidades”, dice con su gracioso acento irlandés. Pone como ejemplo el personaje de Moisés (interpretado por Julio Arnau Catalá, que viene del mundo del doblaje), una eminencia del violín que cae en la depresión cuando contrae parkinson. “En la película descubre una nueva ilusión, que a lo mejor no es tocar pero que tiene que ver con su motivación en la vida”, añade Hemp.
Lo que les ocurre a los personajes en la película se ha reproducido en los actores, también veteranos; algunos poco conocidos por el público, otros cuyos rostros nos resultan más o menos familiares porque han desarrollado el grueso de su carrera en el teatro (si bien el popular cómico Sergio Pazos desempeña un papel importante y hay cameos de Josema Yuste, Pablo Carbonell y David Fernández Ortiz, este último de acreditada fama tras su participación en Eurovisión como Rodolfo Chikilicuatre en 2008).
“Los propios actores han vivido la metapelícula”, expresa Fernández. “Han experimentado la aventura que viven los personajes en el guion”. En efecto, para el decano elenco, el hecho de viajar a Angola para rodar el que para muchos es el filme más importante de sus carreras, ha supuesto todo un revulsivo.
Quizá el caso más elocuente y divertido sea el de la actriz Bel Orfila, de 83 años. La primera noche que el equipo pasó en Angola, Sergio Pazos (de 59 años) y Declan Hemp no quisieron dejar escapar la ocasión de visitar alguna discoteca local. Cuando expusieron su plan al resto del reparto, Orfila dijo la frase clave: “¡Me apunto!”. “Salió con nosotros a las once de la noche y nos metimos en una discoteca”, recuerda Declan. “Éramos dos tipos de 50 y 60 años y una señora de 83. En todo momento estuve pendiente de cuidarla, de buscar una mesa… Y lo pasamos muy bien. Otros prefirieron quedarse en el hotel, pero ella era la primera que se apuntaba a todo”.
Rizando más el rizo, también el director y el protagonista ejemplifican ese mensaje antiedadista fuera de cámara. Tuti Fernández ha debutado como realizador de un largometraje rozando los 50. “Lo normal es que la gente haga su primera película a los 30 años”, dice. Es músico, graduado en el prestigioso Berklee College of Music de Boston (Estados Unidos). Ha compuesto obras para cine, televisión y teatro. Desde hace años compagina la música con guiones y rodajes de documentales y cortometrajes (ocho hasta la fecha) y la dirección teatral (Liad@s, Primera cita y La conquista de Marte). Es ahora cuando ha coronado su trayectoria en la pantalla.
Por su parte, Declan Hemp se ha ganado la vida como roadie de conciertos, o como se dice en España, backliner: es el encargado de montar los equipos sobre los escenarios y la figura que a veces aparece fugazmente bajo los focos para cambiarle la guitarra al músico. De siempre le ha gustado la interpretación, aunque nunca había pasado de ejercer de figurante o interpretar papeles cortos. Ahora contempla este primer rol protagonista con jovial ilusión: “El haber sido seleccionado como actor principal para una película a los 60 me hace tener la sensación de que puede lanzar mi carrera. No relanzarla: lanzarla. Encontrar papeles para maduros es muy difícil, hay una necesidad limitada. Igual ahora, a mis 61, necesito un mánager. Vislumbro un futuro como actor que antes, más joven, no veía”.
Más allá del discurso sobre el emprender cosas nuevas a una edad avanzada, la cinta tiene otras lecturas. Subraya el poder de la música para unir generaciones y pueblos, y aborda el contacto entre África y Europa y la relación de maduros y jóvenes. En este sentido, enfatiza que los sénior tienen mucho que enseñar a los que empiezan… y viceversa. “Los mayores siempre han sido maestros, por el tiempo que llevan de aprendido en la vida”, señala Toti Fernández. “Me gusta pensar que siempre seré un eterno aprendiz. Y los mayores también aprenden de los jóvenes. La clave está en seguir aprendiendo hasta el final”.