Eloy Arenas (Dolores, 1950) ha encontrado en el humor la mejor medicina para el alma. Un bálsamo sin efectos secundarios e irresistiblemente contagioso. La idea no es que sea nueva, pero él lleva toda una vida haciendo del humor una joya única y especial con sus propias manos y su amor inquebrantable por la actuación. Tiene 74 años, un año menos de los que le echan, pero los 75 resultan redondos para celebrar una vida sobre el escenario.
Desde muy pequeño se divertía haciendo sus imitaciones e interpretando obras junto a su madre y su tía, dos mujeres que, por lo que cuenta, debían de ser de esas personas que te borran el gesto mohíno de un plumazo. A punto estuvo de enfundarse la sotana después de un tiempo de monaguillo, pero algún Pepito Grillo debió de darle una buena dosis de sentido de común y mudó la intención.
De la oración al rock; del rock a la interpretación. Televisión, radio, teatro, cine, escritura… Humor en todos los formatos, desternillante y manteniéndose fiel a sí mismo. Si alguna vez llega a incomodar, lo siente por aquellos que toman en serio lo que él hace por diversión. Su último espectáculo, ese que le permitirá celebrar los 75 con su particular bata de cola puesta, lleva por título 'El humor locura' y, de momento, puede verse en el Teatro Maravillas de Madrid. Promete humor y reflexión con su irreprimible punto sarcástico.
¿Es humor es locura o todo lo cura?
Es delirio, pero también nos sana y no solo el alma. El título me lo sugirió una señora a la salida del teatro cuando representaba 'Burundanga'. Iba con su marido y me agradeció infinitamente lo que le había hecho reír. Se sentía tan bien que llamó a su hija para decirle que esa noche no se tomaba la pastilla. Entonces corroboré mi idea de que el humor es un bálsamo. La risa actúa como ansiolítico, antidepresivo y calmante. Por una gratitud como la de aquella señora merece la pena todo lo demás.
¿Qué ofreces en 'El humor locura'?
Es un espectáculo de mí mismo desde mi nacimiento hasta la inteligencia artificial, pasando por esa otra inteligencia, la natural. Es un recorrido por todo aquello que me asombra y también me chirría. Recorro mi propia vida a ritmo de batería y canciones, buscando los orígenes de la existencia a través del Big Bang o del Antiguo Testamento. Lo que el público ve es toda una vida resumida en un rato de humor. Aparece, por ejemplo, la generación Z, una generación que se mueve a golpe de wifi y corazón. Es fascinante. Hago también una reivindicación de nuestro idioma frente a esa especie invasora que es el inglés. En fin, una locura que todo lo cura. Mucha diversión y mucho arte.
¿También tienes presente a Rocío Jurado?
Por supuesto. Ella revolvió el mundo femenino con su canción reproche. Fue un fenómeno que dijo grandes cosas acerca de las relaciones sexuales con canciones como 'Lo siento, mi amor'. Cuando aún faltaban años para el Me Too, ella fue una precursora del movimiento. En esa época de machismo imperante había que ser muy valiente para cantar sus letras.
Aguantar el ritmo del teatro y la exigencia de los guiones a los 75 exige mucha lucidez. ¿Algún secreto que puedas compartir?
Trabajar sin descanso y apasionarme cada día por lo que hago. Cumplir años, y más si es trabajando, es lo mejor que te puede pasar. Cumplir años significa sueños y proyectos cumplidos. La edad te da también una perspectiva diferente de cada etapa que ha formado parte de tu pasado, sin que eso signifique que mi época fuese otra. Mi época es esta que estoy viviendo ahora, igual que previamente lo fueron las anteriores.
¿Qué supone trabajar con tu hijo, Eloy Azorín?
Él me actualiza. Me va suministrando cosas novedosas a las que yo no tengo acceso. Es genial y trabajar con él es muy positivo. Somos como una y griega. Partimos de la misma base, pero nos vamos separando. Muchas de mis sueños él los ha cumplido. Está a punto de representar su propio monólogo y espero que me deje leerlo antes de llevarlo a escena.
¿Le juzgará?
No. Admiro su trabajo, es perfecto. Todo fluye en él con absoluta perfección y delicadeza. En teatro hizo 'La gata sobre el tejado de zinc' y mostró sus dotes. Me siento muy satisfecho. Esto es un oficio y a medida que pasa el tiempo vas madurándolo. Él empezó en la película 'Todo sobre mi madre', de Almodóvar, con ocho años.
¿Se puede hacer humor de todo?
No es necesario ser políticamente correcto y quien se sienta ofendido es porque viene ofendido de casa. Eso sí, me disgustaría que los ofendiditos de siempre no se ofendiesen ahora con 'El humor locura'. La peor presión viene por las redes sociales porque ahí los tontos y los ignorantes no encuentran depredadores y esto les permite multiplicarse.
La tragedia, con todo su dolor, también se puede tratar en clave de humor y resulta sanador. El humor es una necesidad humana vital. Nos rejuvenece y nos dignifica porque nos permite jugar con las cosas más serias de la vida y sacarlas a la superficie desde una perspectiva más saludable. La risa son cosquillas en el cerebro y este las reparte por todo el cuerpo.
¿Cómo ha cambiado el humor desde que empezaste con Arenas y Cal, el dúo que formaste en los setenta con Manolo Cal?
Fue una etapa divertida, muy creativa y de mucho éxito. Tengo en el recuerdo a Tip y Coll. Tenía devoción por su forma absurda y surrealista de hacer humor. También admiraba a Gila, pionero en esto de los monólogos. El buen humor realmente no varía tanto si está bien hecho, aunque sí es cierto que se va adaptando a la realidad de cada época y a los límites.
Estuviste doce años y unas 4.000 funciones con 'Burundanga'. ¿Cómo se mantiene eso?
Fue un espectáculo superdivertidísimo. Me gusta decir que es una sauna de risas. Esta función de Jordi Galcerán, dirigida por Gabriel Olivares, la vieron dos millones de personas. Ahí es cuando decidí hacer un ejercicio de desdoblamiento. El que sale al escenario es mi personaje y yo me quedo en el camerino. Esto hace que me mantenga cuerdo. Son comedias que aguantan el tiempo porque se actualiza el contenido y los personajes. Esa frescura es una de las garantías del éxito.
¿Ese personaje que actúa por ti nunca te ha traicionado?
Lo fascinante de esto es que el único que conoce el guion soy yo. El personaje no sabe qué va a pasar y por eso siempre ocurren cosas maravillosas. Él defiende a muerte su papel. Hace las pausas correctas y, antes de que la risa alcance su cúspide, le da un giro para que siga riéndose. Es un estratega del humor. Lo sé porque el público se pone en pie para aplaudir y no deja de comentar cuánto se ha reído.