"El personaje de Robert Kincaid era inteligente, encantador y diabólicamente atractivo... así que sólo se me ocurrió contratarme a mí mismo para interpretarlo. Pero el rol realmente importante era el de Francesca y yo solo tenía a una actriz en mente, y menos mal que aceptó porque no podía pensar en absolutamente nadie más para el papel". El que así hablaba era Clint Eastwood, la actriz que interpretó a Francesca fue Meryl Streep y la película es, por supuesto, 'Los puentes de Madison'.
¿Qué tiene esta historia para ser considerada por muchos espectadores como una de las películas 'más románticas' de la historia del cine? Para empezar, la imposibilidad. Desde 'Romeo y Julieta' nada seduce más al personal que unos amantes separados por el destino. O un marido y unos hijos. Y lo cierto es que los personajes dibujados por el escritor Robert james Waller en su novela homónima, lo tenían todo para seducir. Ella era una madre de familia italiana asentada en el corazón de la Norteamérica rural, él, un aventurero contemporáneo, un fotógrafo de National Geographic para mayores señas, que hace un alto en el camino para fotografiar los puentes cubiertos del condado de Madison.
Todo en la cinta es de una 'aurea mediocritas' -los 'monumentos' que fotografía Kincaid, la belleza serena de Streep, el paisaje amarillento de Iowa- que vuelven la historia cercana y apasionante a la vez. La colisión entre el mandato católico de ser leal a la familia aún a costa de tu propia felicidad y la promesa (incierta) de una vida más elevada con un tío que has conocido durante cuatro días, es tan terrible aquí, y tan devastadora, como la de las tragedias más clásicas.
'Los puentes de madison' tiene además el enorme mérito de haber trasladado el romance a la edad madura, en un periodo en el que Hollywood se centraba, para variar, en las rom com más insustanciales. Algunas de las frases memorables que devastaron los corazones de la platea: "Voy decirte algo solo una vez, algo que nunca he dicho: este tipo de certeza solo la tienes una vez en la vida". En realidad, en el libro era aún mejor: "En un universo de ambigüedad, este tipo de certeza llega sólo una vez y nunca más, sin importar cuántas vidas vivas". Otra: "Los viejos sueños fueron buenos sueños; puede que nunca funcionaran, pero me alegro de haberlos tenido”. Y otra más: "No voy a sentir pena por mí mismo, al contrario, estoy agradecido por al menos de haberte encontrado. Podríamos habernos cruzado simplemente como dos motas de polvo cósmico".
Tal vez la lección de la película es que hay puentes que decidimos no cruzar y de los que guardamos apenas algunas fotografías, imágenes que se van volviendo sepia, memorabilia sentimental para los que vienen. Y abrirán siempre una interrogante sobre lo que pudo haber sido. Pero resisten.