Estudió medicina durante tres meses por seguir la tradición familiar. Pero desde siempre cantaba solo en casa para que nadie pudiera oírle. No quería que otros fueran testigos de su don. Después de cambiar de carrera un par de veces, llegó la certeza: la voz de Gerónimo Rauch debía emocionar a quienes la escucharan. Así entró en el mundo de la música: formó parte del grupo juvenil Mambrú, empezó a grabar discos y dio el salto a la comedia musical. Ha sido el fantasma de la Ópera en Londres, el mesías de 'Jesucristo Superstar', el Jean Vanjean de 'Los miserables' y, ahora, Robert Kincaid, el solitario fotógrafo de 'Los puentes de Madison', la función con la que triunfa en la Gran Vía madrileña. Uppers ha hablado con el actor y cantante sobre el amor cuando uno no quiere enamorarse, sobre el tiempo y sobre cómo plantea "el camino nuevo" que inicia con casi 45 años. En la conversación, la palabra 'conocimiento' es la más recurrente.
¿A qué desafíos te has expuesto en 'Los puentes de Madison'?
Cada vez que uno se enfrenta a un reto de este tipo es como ir a terapia. La manera en la que yo trabajo es tratar de traer mi verdad al personaje. En el caso de Robert, el protagonista de 'Los puentes de Madison', hay muchas similitudes con mi vida. Como a él, el trabajo me ha llevado a vivir en distintos países, en México, en Inglaterra, en España... Sí comparto con el personaje no tener fronteras. Tuve que trabajar más el hermetismo, la soledad, que yo no tengo.
¿Cuánto pesa la figura de Clint Eastwood?
Si yo me pongo a imitar a Clint Eastwood, pierdo. Clint Eastwood es Clint Eastwood, algo totalmente distinto. Pero sí hay algo común: ese principio de enamoramiento con Francesca sí es Gerónimo. ¿A quién no le pasó? Conocer de pronto a alguien que te despierta sensaciones bonitas o sientes cosas que no puedes evitar. Ahí apareció Gerónimo porque tanto Nina como yo buscamos la verdad en el musical. Y nos tuvimos que enamorar, en cierto modo.
¿Cómo ha sido la relación con Nina?
Por fortuna, nos conocíamos y había cierta confianza, pero no pasábamos tantas horas juntos como lo hacemos ahora. Estábamos muy pudorosos y tuvimos que trabajar la confianza. En los ensayos no nos habíamos dado ningún beso y, de repente, en un abrazo que nos dimos todos, me dijo: "Tú y yo nos tenemos que besar, ¿no? Porque lo estamos demorando mucho" A partir de ese beso, trabajamos mucho y, de hecho, los espectadores siempre destacan la química que hay entre nosotros.
En 'Los puentes de Madison' Francesca tiene que elegir entre un amor u otro. ¿En la sociedad actual habría que elegir?
¿Te refieres al poliamor? No, yo creo que, aunque creemos que somos modernos, hay que conocerse mucho para plantear una relación poliamorosa. Quizá las generaciones que están por venir sí lo puedan interpretar. Hoy en día se puede hablar de todo, pero pienso que todavía mi generación, los uppers, no estamos muy preparados. Yo soy muy abierto de mente, creo que incluso podría experimentarlo, pero también creo que siempre sale alguien herido. Alguien siempre va a tener que ceder su esencia.
¿Personalmente te has visto en una situación como la de Francesca?
Me he visto en las tres situaciones: me he enamorado de una persona que estaba comprometida; he estado comprometido y me he enamorado de otra persona y también me ha pasado que mi pareja se ha enamorado de otra persona.
¿Y cómo has reaccionado en cada caso?
En este tipo de situaciones, la verdad es el camino más justo. El ocultismo te llena de una vergüenza y una mentira que te termina atrapando. Duele. Yo hago terapia. ¡Soy argentino!
Estás a punto de cumplir 45 años. ¿Cómo es el amor en la madurez?
En el amor, como en la vida, el conocimiento hace que tomes decisiones con cautela. Con la edad, aprendemos a estar solos y cuanto más solos estamos, es más difícil enamorarse. Se ama con la misma intensidad, pero también nos amamos a nosotros mismos muchísimo más. Quizá no están las maripositas en el estómago. O es más difícil despertarlas, están más tranquilas, pero se ama con más inteligencia. Hay gente que sigue cayendo en el mismo amor tóxico, pero yo fui evolucionando.
Empezaste con una boy band llamada Mambrú, pero lograste no ser engullido por el éxito. ¿Cómo lo hiciste?
Ahora estoy en otra mutación. Lo bueno es reconocer el cambio: saber que está mutando. Yo fui bendecido con un don y una pasión. Siento que vine al mundo para emocionar a través de mi voz. Desgraciadamente, no todo el mundo tiene un objetivo vital tan claro. Yo sé que cuanto más me aleje de mi objetivo, más infeliz voy a ser. Siempre me he renovado en esa búsqueda, experimentando nuevas formas, nuevas expresiones a través de la voz. Soy un buscador incansable. Me fascina lo que hago.
¿Cómo te llevas con el tiempo?
Estoy entrando en una etapa en la que estoy asumiendo mi edad. Noto que he llegado a los 45 y que de todas las decisiones que tome ahora dependerá el resto de mi vida. Es un momento bisagra en la vida de todo ser humano. Estoy en la segunda mitad de mi vida y aceptarla y asumir que toda decisión que tome ahora va a repercutir en el resto de mis días tiene un peso enorme, sobre todo si tienes hijos y tienes una carrera tan inestable como la mía.
Pero tu carrera parece estable...
Estuve sin trabajar los dos años de la pandemia. He trabajado durante toda mi vida, pero lo perdí todo en la pandemia. Todo.
¿Cómo lograste mantener a salvo tu yo interior?
Hacer terapia, es como hablar con un espejo, lo que sale de ti vuelve. Después, hago yoga desde hace 10 años. Mi mujer es profesora de yoga, tenemos un estudio, aunque soy un poco vago... Pero sí tengo la necesidad constante de chequearme, de evaluar cómo estoy.
¿Cómo te ves con 80 años?
Estoy en una etapa en la que quiero generar oportunidades para otras personas. 'Los puentes de Madison' es una producción que generé yo y estamos dando trabajo a 60 personas. De una idea a hacer cumplir el sueño a muchas personas es maravilloso. Se abre un camino nuevo. No es solo estar delante de la cámara o micrófono en mano, sino ir generando espacio para otros artistas. La pandemia hizo que empezara a compartir mi conocimiento. Simbólicamente, estoy devolviendo lo que mi maestro de canto me dio a mí. Me becó y yo no lo entendí entonces. Me dijo que lo hacía porque si no, el conocimiento moriría con él.
¿Qué le dirías al Gerónimo de los 25 años? ¿Volverías a esa edad?
No, no volvería porque no me arrepiento de nada en mi camino. Tampoco me arrepiento de mis errores. Sí le diría que siguiese un consejo que me dio un ejecutivo de la música. Me dijo: "El conocimiento te va a dar independencia". En su momento, no lo comprendí, pero lo que me estaba diciendo este hombre es que estudiara todo lo que pudiera para ser libre. Yo me especialicé en un campo muy pequeño y hoy estoy necesitando herramientas que podría haber aprendido en su día. Las estoy aprendiendo ahora, con 45. Nunca es tarde.