Una vez le preguntaron al desaparecido Ray Liotta qué actor consideraba sobrevalorado y respondió sin dudarlo que Clint Eastwood. A pesar de sus dos nominaciones como actor -por 'Sin perdón' (1992) y 'Million Dollar Baby' (2004), las mismas películas en las que ganó la estatuilla como director- la industria nunca se ha tomado a Eastwood demasiado en serio como intérprete. Un precio demasiado alto a pagar por haber establecido sus señas de identidad en el spaghetti western haciendo de policía duro.
Eastwood, sin embargo, supo remontar con los años esa imagen de héroe silencioso y ceñudo para convertirse en... bueno, en un héroe silencioso y ceñudo, pero lleno de profundidad. Películas como 'En la línea de fuego' (1993), 'Los puentes de Madison' (1995), o incluso 'Gran Torino' (2008) dan cuenta de que, con sus propias herramientas, ha sido capaz de componer personajes de cierta complejidad.
"Después de ver mi actuación en mi primera película pensé 'Ya fue' Estoy acabado. Tengo que volver a la escuela y dedicarme a otra cosa", dijo alguna vez Eastwood sobre los comienzos de su propia carrera actoral. Pero entonces recordó a uno de los actores que lo había motivado, siendo niño, a intentar seguir sus pasos: Gary Cooper en, 'El Sargento York'. Su fascinación por Cooper fue tal que cuando se hizo actor las secretarias le llamaban Coop ya que, al parecer, había copiado algunos de sus modos.
Pero Gary Cooper, no es el actor favorito de Clint Eastwood. Hay otro intérprete en el que siempre se ha mirado, pero que admite "no se parece nada a mí". Y no es otro que James Cagney, a quien el mismísimo Orson Welles ya había descrito antes como "quizás el mejor actor que jamás haya aparecido frente a una cámara".
Para Eastwood, la estrella de la Edad Dorada de Hollywood -contemporáneo de Humphrey Bogart o Clark Gable- tenía una energía especial que siempre le fascinó. "No tenía miedo. Pero la mayoría de aquellos tipos no tenían miedo de hacer cosas escandalosas, como espachurrar pomelos en la cara de la gente", refiriéndose a una escena de 'Enemigo público' (1931) en el Cagney hace lo del pomelo en la cara de Mae Clarke, su coprotagonista. A los tipos duros les gustan los tipos duros.
Pero hay una escena dentro de la amplia filmografía de Cagney que refleja a la perfección este rollo del tipo duro, pero con buen fondo. Se trata de el final de 'Ángeles con cara sucia' (1938). En la película dirigida por Michael Curtiz, Cagney hace, como no, de un avezado delincuente que se convierte en una especie de 'ídolo' para los jóvenes del barrio... Cuando liquida a unos mafiosos, Rocky (Cagney) es condenado a muerte, un hecho al que se enfrenta no solo con entereza sino con cierto desdén. Sin embargo, su amigo de la infancia hoy convertido en sacedorte que intenta encarrilar a los niños, le pide que sacrifique su imagen y antes de morir finja cobardía, miedo, vulnerabilidad... Y es así como en una escena memorable Rocky suplica por su vida de la manera más dolorosa (y decepcionante para los niños que lo consideran un héroe) haciéndoles ver que el crimen no paga y que está lleno de cobardes.
Se entiende casi toda la filmografía de Eastwood a partir de escenas como esa.