Los sueños se cumplen para Gary Oldman. Poco después de ganar su Oscar haciendo de Winston Churchill en 'The darkest hour', el actor británico le dio a su representante una lista de deseos: quería hacer un personaje con un arco más extenso que el que se puede desarrollar en dos horas, no quería tener que impostar acentos, no quería tener que pasar horas en una silla de maquillaje y, a ser posible, no quería tener que cambiar de vestuario demasiadas veces. Su representante le consiguió el papel del agente Jackson Lamb, un desaliñado jefe del MI5 que insulta a sus espías, se tira pedos y usa siempre la misma ropa.
Pero su papel en la serie 'Slow horses' -por el que fue nominado a un Emmy- no es el único deseo cumplido de Oldman. También hace unos años, un periodista le pregunto si, después de haber trabajo con Coppola, Scorsese o Nolan, le quedaba algún director con el que soñara trabajar: su respuesta fue Paolo Sorrentino, el consagrado director italiano de 'La gran belleza'. Y su momento llegaba este mismo año con 'Pathepone', una cinta en la que tiene un papel secundario pero hecho a su medida: el de un escritor atormentado y alcohólico, John Cheever. O más bien deberíamos decir que es un papel que le recuerda a sí mismo hace tres décadas, cuando, según propia confesión, "bebía hasta caerse desmayado en la habitación".
Cualquiera que haya visto las películas de Sorrentino -esta última se estrenó em nuestro país el día de Navidad- sabe de su vocación casi stendaliana por retratar la belleza. 'Parthenope' no es la excepción. No solo por la presencia de Celeste Dalla Porta, actriz italiana que ablandado hasta el duro corazón de Boyero ("una belleza prodigiosa"), sino porque las localizaciones sorrentinianas suelen ser dignas de postal. Ni en sus películas ni en la vida misma, sin embargo, la belleza es capaz de ocultar completamente la oscuridad del alma humana. Y en este caso parte de esa oscuridad la aporta el personaje del escritor, célebre por sus cuentos sobre la moral de la clase media, que fuera conocido como 'el Chejov de los suburbios'.
El tristemente célebre alcoholismo de Cheever le ha servido al actor también para reflexionar sobre la adicción que estuvo a punto de costarle la vida hace casi tres décadas. "Yo solía beber -ha dicho el actor en declaraciones recogidas por Fotogramas- y a veces, estando en alguno de los lugares más bellos del planeta, me dedicaba a emborracharme hasta caer inconsciente en mi habitación de hotel. Me importaba una mierda lo bonitas que fuesen las vistas. Arrastraba una tristeza demasiado inmensa. Y eso es lo que Sorrentino captura en 'Parthenope', el sentir de una gente bella, pero que está rota por dentro."
Para Oldman, los problemas los llevas a cuestas allí donde vayas. Y "a menos que logres sanar tus heridas interiores, no podrás escapar de tus fantasmas. Solo puedo decir que, si no hubiese dejado de beber, no estaría aquí disfrutando de haber hecho 'Parthenope'. Estaría muerto. Hay gente capaz de dejar la bebida y otra que no lo logra jamás. Cheever decía: 'Mi mano temblorosa intenta alcanzar el teléfono para llamar a Alcohólicos Anónimos, pero termina desviándose hacia una botella de whisky, ginebra o vermut'. Es la trampa del ‘Ya lo haré mañana’", sostiene