Qué cosa será que, pudiendo escoger una peli romántica, de esas que te hacen desfallecer de amor, prefiramos morirnos de miedo con escenas estremecedoras que disparan el bombeo del corazón hasta límites que parecen poco razonables. En un tris pasamos de la calma al brinco. Desearíamos huir, pero la emoción nos atrapa y ahí nos quedamos, agarrados con fuerza al asiento, con la respiración acelerada y sudando, con el cuerpo preparado para la defensa igual que si hubiese un peligro inminente. Y, sin embargo, la distancia entre la pantalla y nuestro cerebro es suficiente para que nuestro cerebro intuya que todo es ficticio. Al final, resulta que esa dosis de estrés, que es fugaz, puede resultar muy saludable, según ha concluido en sus experimentos la socióloga Margee Kerr, de la Universidad de Pittsburgh, porque permite expresar emociones tan reguladas socialmente que de otro modo no dejaríamos salir. Quien ama este género suele tener el control suficiente como para saber que el peligro no es auténtico y, por tanto, libera adrenalina en cantidades mucho más moderadas de lo que uno pueda pensar.
¿Y si, además, los ratos de pánico frente a la pantalla aportaran un poquito más de felicidad a nuestra vida? Joel Cohen, profesor emérito de la Universidad de Florida, no descarta esta hipótesis y, según publica en la revista 'Journal of Consumer Research', los amantes del género muestran niveles de felicidad más altos después de ver una película que aquellos que lo detestan. "Igual que en el mundo real -explica-, hay situaciones que despiertan emociones contradictorias: felicidad y tristeza, euforia y ansiedad. Nos deleitamos en ellas, aunque provengan de una fuente negativa. De lo contrario, las cosas podrían ser bastante aburridas".
Los humanos somos los únicos seres vivos que les seducen cosas que al mismo tiempo le espantan. Pero no todos nos comportamos igual. El psiquiatra David Zald, profesor de la Universidad de Vanderbilt (Tennessee), ha encontrado diferencias neuronales entre las personas amantes de este tipo de sensaciones y los que las rehúyen. Concretamente, en la manera de procesar la dopamina, el compuesto químico que regula, entre otras cosas, el placer y la recompensa.
Lo cierto es que el miedo nos viene de fábrica. Desde que existe, el ser humano ha experimentado esta emoción y el cine se ha inspirado en esos elementos que nos aterran en cada época. Fernando Espí Forcén, profesor de psiquiatría en la Rush University Medical Center de Chicago y autor de 'Monstruos, demonios y psicópatas', ha descubierto que la pantalla es puro reflejo de la percepción que vamos teniendo de la enfermedad mental y las conductas patológicas. Cada generación crea, explota y da forma a nuestros miedos arquetípicos. Desde los monstruos, fantasmas y posesiones demoníacas hasta los psicópatas que pululan por la ciudad. El zombi, dice, es el mejor ejemplo: "Con su marcha atáxica, su hambre voraz o falta de planificación en su comportamiento, reproduce los esquemas de personas que sufren ciertos daños neurológicos y por eso despiertan gran curiosidad".
Un último estudio, publicado hace un par de meses, señala que las historias de zombis y apocalipsis nos pueden preparar para resistir psicológicamente a la pandemia. El psicólogo Coltan Scrivner, que ha liderado el trabajo -aún pendiente de revisión- en la Universidad de Chicago, afirma que las personas que aman estas historias experimentan menos estrés y efectos negativos. "Si es una buena película, te atrae y adoptas la perspectiva de los personajes, por lo que estás ensayando sin querer los escenarios".
Hasta llegar aquí, el cine de terror ha sabido jugar hábilmente con nuestro cerebro y transformar sus formas de asustarnos siguiendo el guion de catástrofes, enfermedades, conflictos y paranoias del ser humano en cada época.
Aunque la primera película que contiene las características propias del terror es 'La ejecución de Mary Stuart' (1895), es en los años 20 cuando nace el género auténtico con cintas como 'El gabinete del doctor Caligari' (1920), de Robert Wiene, que muestra la brutalidad del villano.
En los años 30, empiezan los monstruos y el boom comercial del miedo con la primera entrega de 'Drácula' o 'El hombre lobo'. Son películas marcadas por engendros arquetípicos. Los vampiros o los hombres lobo forman parte de la tradición folclórica y las leyendas populares más antiguas. Con ellos los cineastas logran un efecto de terror puro, ancestral, a veces incluso con un legendario halo romántico.
En la década de los 50, el gusto por los monstruos clásicos pierde fuerza y el género empieza a centrarse en lo fantástico y en la ciencia ficción, echando mano de viajes espaciales, extraterrestres e insectos gigantes. Es el reflejo de una sociedad preocupada por la bomba atómica, los abusos de poder o las criaturas que puedan habitar más allá de nuestro planeta. 'Godzilla', dirigida por Ishiro Honda en 1954, inaugura una saga de películas japonesas de criaturas gigantes. Don Siegel aporta la idea de los alienígenas con 'La invasión de los ladrones de cuerpos' (1956).
El horror ahora ya no está en seres sobrenaturales ni extraterrestres, sino en la cabeza demente del ser humano. Alfred Hitchcock, mago del suspense, deja títulos icónicos, como 'Psicosis' (1960) o 'Los pájaros' (1962), que dan paso a un cine de terror mucho más sofisticado que juega con la sugestión e incorpora elementos del thriller psicológico. Era algo latente en las ciudades: personas con apariencia cotidiana resultaban ser asesinos en serie, lo que resultó un formidable recurso para perturbar aún más al espectador. En 1968, Roman Polanski estrena 'La semilla del diablo', donde lleva al límite su obsesión por la perfección. Basada en el best seller de Ira Levin, es una de las mejores películas de terror sobrenatural.
Contiene suspense, morbo y perversión en cantidades más que suficientes para atraer a ese público que estaba ávido de emociones nuevas. También en esta década, en 1968, George Andrew Romero estrena la temática de los zombis con 'La noche de los muertos vivientes'.
Junto a títulos magistrales del cine de terror, como 'El exorcista' (1973), de William Friedkin, y 'Tiburón' (1975), de Steven Spielberg, entre los 70 y 80 el género convive con estrenos entretenidos sin demasiadas pretensiones y un cine gore que exhibe el horror sin paliativos. Sangre, cadáveres, vísceras y el desequilibrio más demencial de los hombres se utilizan para anunciar que la amenaza ha abandonado los castillos y bosques encantados para alojarse en la puerta de al lado. 'La masacre de Texas' (1974), de Tobe Hooper, es un buen ejemplo. La excepción a esta época es 'El resplandor' (1980), de Stanley Kubrick, una de las cintas más escalofriantes de la historia del séptimo arte. Todo un clásico en el que el cineasta despliega su temperamento más desquiciante. Su protagonista, Shelley Duval, aún no ha podido superar las secuelas mentales que le dejaron los 13 meses de rodaje.
Drácula empieza a buscar su espacio entre los humanos y tiene nuestras mismas frustraciones. El vampiro es una de esas criaturas del cine de terror que más ha evolucionado. De monstruo pasó a romántico atormentado. Su leyenda se fraguó en la literatura, en tiempo de pandemias, pero enseguida pasó al cine y se popularizó. A partir de los 70, el vampiro se desprende de su capa y se convierte en psicópata y romántico atormentado.
En los 90 tienen de nuevo cabida los monstruos clásicos, con títulos como 'Entrevista con el vampiro', 'Drácula' o 'Sé lo que hicisteis el último verano' (1997). Hay también una vuelta al thriller que deja películas tan representativas como 'Seven' (1995), de David Fincher. Sin necesidad de escenas violentas o asesinatos explícitos, muestra siete historias de muerte aterradora y dos maneras contrapuestas de hacer la frente a la maldad del ser humano. Hombres y mujeres quedan bajo el capricho de un psicópata que se mueve por encima del bien y del mal. La oscuridad, el ambiente estremecedor de la ciudad y otros elementos logran un resultado hipnótico.
En los últimos años abundan los remakes del viejo cine de terror. Las productoras han desenterrado títulos de gran éxito entre el público adolescente, pero aplicando las nuevas tecnologías en las iluminaciones, efectos especiales y bandas sonoras. El resultado, escenas más violentas. Lo vemos en 'Saw' (2004), 'Paranormal Activity' (2008) y 'Mamá' (2013).
Además, en plena era tecnológica, el cine cataliza y expone los nuevos miedos cotidianos. Ahora nacen de la máquina, con películas como 'Unfriended' (2014), en la que una conversación grupal por video llamada se convierte en un macabro juego mortal cuando se presenta el espíritu de una joven que perdió la vida a causa del bullying de sus compañeros.