Pocas estrellas han sido tan estrellas como Mel Gibson. Hay que haber vivido sus años de gloria para comprender hasta qué punto era el actor favorito del planeta. Durante dos décadas enteras, arrasó en taquilla con dramas ('Braveheart','El año que vivimos peligrosamente', 'Conexión tequila', 'Señales'), comedias ('Dos pájaros a tiro', 'En qué piensan las mujeres'), thrillers ('Conspiración', 'Rescate') y vehículos de acción ('Arma letal', 'Mad Max')... Su cara en un póster garantizaba el éxito de una película por un motivo tan sencillo como inalcanzable para la mayoría de actores: al público le gustaba verle hacer cosas. Parecía el colega perfecto para ellos y el marido perfecto para ellas.
Gibson era el actor que mejor representaba al hombre de los 80. Canalla pero noble, mujeriego pero romántico, individualista pero leal si se echaba un compañero de aventuras. Un canon de hombre que disfrutaba de esos placeres superficiales (la rebeldía, el sexo, la soledad) siempre y cuando no atentasen contra los valores de la comunidad. El hombre de los 80 era indomable, pero en todo momento operaba según las reglas del sistema. Y el carácter del actor, más allá de sus personajes, se movía también dentro del sistema: era un bocazas, pero era inofensivo. Hasta que dejó de serlo.
La ristra de minorías, individuos y colectivos a los que Mel Gibson ha insultado con una grabadora delante se remonta a 1991. En una entrevista en Madrid para 'El país', exclamó "¿Quién va a pensar que yo soy gay con esta vestimenta? ¿Acaso hablo como un homosexual? ¿Me muevo como ellos?" y por si quedaban dudas, se levantó, se dio la vuelta y se señaló al trasero: "Esto es solo para hacer caca".
Cuatro años después, cuando las asociaciones LGTB denunciaron que el retrato que hacía en Braveheart del rey Eduardo II como un villano afeminado era en realidad un producto de la homofobia rampante de Gibson, el protagonista y director de la película respondió "que les jodan, me disculparé cuando el infierno se congele". Meses después Hollywood le dio cinco Oscars, incluyendo mejor película y mejor director, y Gibson siguió encabezando superproducciones taquilleras.
Mel Gibson estaba en el mejor momento de su carrera en 2004 ('Señales', de dos años antes, es su película más taquillera) cuando 'La pasión de Cristo' batió todos los récords de recaudación para una película religiosa, para una película en arameo y para un drama adulto.
Sus 611 millones de dólares superaron a 'El día de mañana' y 'Troya', pero este fenómeno inédito se topó con acusaciones de antisemitismo: 'La pasión de Cristo' señalaba a los judíos como artífices de la muerte del mesías, porque chantajearon al pobre Poncio Pilatos.
En realidad, esta versión de los hechos está extraída de la Biblia, pero fue desestimada por el II Concilio del Vaticano en 1959. Cuando el crítico del 'New York Times' destruyó la película definiéndola como "pornografía violenta", Gibson aseguró que quería matarlo, poner sus intestinos en un palo y después matar a su perro.
Vejar a los gays y a los críticos de cine es una cosa, pero tomarla con los judíos sí tuvo consecuencias.
Aunque el antisemitismo de 'La pasión de Cristo' podía justificarse mediante la Biblia, bramar "los putos judíos sois responsables de todas las guerras del mundo" era inadmisible bajo ningún pretexto. El 28 de julio de 2006 Mel Gibson fue arrestado por conducir ebrio y se resistió gritando la frase en cuestión y añadiendo "putos judíos, ¿tú eres judío?".
Como explicó Gary Oldman, Gibson acababa de morder la mano que le daba de comer: la mayoría de ejecutivos de Hollywood son judíos y, tras más de una década denigrando a otras minorías, este fue el exabrupto que le costó la carrera. Pocos meses después volvió a ser arrestado por conducir borracho y le gritó a la policía "Soy el dueño de Malibú y voy a joderte. ¿Qué miras, tetitas de azúcar?".
"Fui grabado ilegalmente por un policía que nunca fue procesado por su delito y que sacó beneficio económico cuando lo filtró a la prensa" fue la única respuesta oficial del actor.
A partir de entonces Gibson entró en una debacle personal que se volvió espectáculo público cuando se filtraron llamadas a su exmujer Oksana Grigorieva. "Te lo merecías", empezaba la grabación en referencia a un episodio de violencia en el que Gibson le había partido dos dientes a Grigorieva mientras ella sostenía en brazos a la hija de ambos, "y si te violase una manada de negros también sería culpa tuya, porque pareces una cerda acalorada. Voy a ir allí y voy a prender fuego a la casa, pero antes me la vas a chupar".
"Nunca he tratado a nadie mal o discriminatoriamente por su género, su raza, su religión o su sexualidad" aclaró Gibson mediante un comunicado, "no culpo a los que crean que sí lo he hecho, por lo que han escuchado en unas cintas que han sido editadas. Tienes que ponerlo todo en el contexto adecuado de una discusión irracional y acalorada tratando de salir de una relación muy insana. Es un solo momento terrible, solo me dirigía a una persona y no representa lo que creo o cómo he tratado a la gente toda mi vida".
Su agencia de representación le despidió y el equipo de 'Resacón en Las Vegas 2' se opuso a que participase en la película. Si su carrera había llegado más alto que ninguna otra durante los 90, ahora tocaba fondos también inéditos y la imagen de Mel Gibson estaba podrida por pura acumulación: quedaba en el planeta más gente a la que había ofendido que a la que no.
La terminología racista que Mel Gibson usa para referirse a los negros y a los latinos, a quienes introduce en sus ataques de ira sin venir a cuento, es el lazo que completa el retrato público de Gibson. Una persona que hace comentarios homófobos, misóginos, racistas, machistas y clasistas no es una persona que ha tenido un desliz, que ha sido malinterpretada o que se ha sacado fuera de contexto. Es un tipo muy concreto de persona que todo el mundo, a estas alturas, sabe reconocer. Y sin embargo, en su estrategia para remontar su carrera Gibson ha evitado disculparse abiertamente.
"Soy un hijo de puta muy duro y ya no podéis hacerme daño. El mayor temor de cualquiera es la humillación pública, así que multiplícalo a escala global y eso es lo que yo he sufrido. Pero lo que no te mata te hace más fuerte", explicó el actor colocándose como la víctima de todo esto.
En 2016 acudió al programa de Stephen Colbert para promocionar su última película como director, 'Hasta el último hombre', y cuando el presentador le mencionó ciertos "episodios difíciles" Gibson le corrigió "episodio", en singular. "Cometí un error", "tuve una mala noche" o "sufrí un ataque de nervios" sugerían que Gibson solo estaba dispuesto a admitir una de sus infamias. Y ni siquiera a disculparse por ella.
"¿Aprendiste algo de todo aquello y te convertiste en un hombre mejor gracias a ello?", insistía Colbert dejándole la respuesta humilde en bandeja y prácticamente emitiendo un comunicado en nombre de Gibson. "Sí" respondió el actor. "¿Hubo un momento en el que sentiste que la gente podría aceptar tus disculpas y pasaríais página?", continuó el presentador ahora casi predicando al público. "Sí. Cuando me disculpé, creo" fue la réplica de Gibson. El actor concluyó que esa mala noche, tras pasarse con el tequila, no debería definirle como persona porque "ninguna de mis acciones, antes o después, han estado en esa línea y es una pena que después de 30 o 40 años trabajando se me juzgue por una sola noche".
Un año antes de conceder aquella entrevista, Mel Gibson había agredido a una periodista escupiéndola, insultándola y golpeándola por hacerle fotografías durante unas vacaciones en Israel. Pero no importó. Él se disculpó (más o menos) ante el colectivo adecuado, los judíos, y 'Hasta el último hombre' logró seis nominaciones al Oscar, incluidas mejor película y mejor director. Pero ni siquiera hizo falta una disculpa real, Gibson respondió con evasivas, excusas, justificaciones y autocompasión. Se victimizó y fue incapaz no solo de admitir sus errores (en plural) sino de reconocer que los perpetró solo porque se sentía con el poder de hacerlo.
Que su carrera esté en vías de recuperación gracias a una media disculpa demuestra las pocas responsabilidades que se esperan de los privilegiados. En estos casos se suele abrir el debate de separar al hombre del artista (Gibson siempre fue mejor estrella que actor, pero como director es uno de los narradores visuales más viscerales y a la vez poéticos que tiene el cine americano) y se pasa por alto que a un artista, cuando trabaja en una industria multimillonaria y masiva, se le pide muy poco: que esté en el set de rodaje puntual, que tenga energía durante las entrevistas promocionales y que se muestre respetuoso con el público que le da de comer. Si ese artista opta por dinamitar sistemáticamente alguno de esos tres requisitos, el público y la industria son libres de dejar de prestarle atención.