David, un buen amigo mío, es capaz de recitar de memoria diálogos completos de 'El sargento de hierro' (Clint Eastwood, 1986). "Como alambre de espinas y meo napalm, y puedo traspasar el culo de una hormiga de un tiro a doscientos metros, así que vete a machacártela por ahí antes de que te rompa los morros" es la cita más celebrada cuando quedamos en grupo para cenar.
Otro amigo, Luis Enrique, siente devoción por los libros de historia dedicados a las guerras y los juegos de mesa ambientados en grandes batallas. Alberto le da al Fortnite sin tregua. Mi padre no era militar, pero cuando se jubiló se entregó frenéticamente a la lectura de tratados sobre la Guerra Civil (quizá porque la vivió de niño). Ambientó su biblioteca con memorabilia del conflicto: cascos, cartucheras, recortes de prensa enmarcados y hasta un proyectil de mortero que creemos desactivado. Yo mismo le regalé alguno de esos objetos, que aún conservamos en una habitación a la que llamamos, no sin sorna, el museo.
Es lo que me viene a la mente, a botepronto, cuando pienso en hombres adultos de mi entorno que sienten, o han sentido, fascinación por lo bélico. Evidentemente no todo el mundo responde a ese perfil: un servidor se negó a hacer la mili (lo que, puedes imaginar, ocasionó un severo disgusto a mi beligerante padre). Pero resulta innegable que lo relativo al universo militar genera atracción en muchos varones. Tanta como desdén en la mayoría de mujeres… Fuera del tópico de que a algunas les pone un uniforme.
De niños jugábamos con soldaditos, espadas y pistolas; nos parecía normal. ¿Qué eran, sino escaramuzas militares, el asedio y la defensa del 'Exin Castillos' y el 'Fuerte de Comansi'? Los héroes de cómic de nuestra infancia, como 'El Capitán Trueno', 'El Jabato' o 'El guerrero del antifaz', pasaban por valorosos soldados que batallaban en pos del bien. Ellas, mientras, leían 'Esther'.
Entrañaría un largo debate tratar de dilucidar si nacemos con ese gen marcial o nos lo inocula la sociedad, pero lo que está claro es que desde pequeños nos familiarizamos con las maneras y estéticas militaristas. Lo que explicaría que ya pasados los 45 algunos mantengan con ellas estrecha relación. Les pregunto a mis amigos qué les atrae de la guerra. David me dice que le seducen los tipos duros como Eastwood; intuyo que le gustaría poseer su inalterable chulería que suele identificarse como rasgo de extrema masculinidad. Alberto, el loco del Fortnite, que no es sociólogo sino informático, aporta esta hipótesis: "A los hombres nos gusta tener ratos de no hacer nada, de no pensar. Y liarte a tiros es lo más parecido a dejar la cabeza vacía".
Así que mejor le pregunto a un sociólogo de verdad. "La socialización no es otra cosa que la adquisición de una determinada cultura", diserta Abel Ros, sociólogo y politólogo, autor del blog elrincondelacritica.com. "Y esa cultura es adquirida a través de la familia, la escuela, el grupo de iguales y los medios de comunicación. Los valores de la cultura occidental han estado marcados por el patriarcado. Y ese servilismo al patriarcado ha determinado los mensajes publicitario en forma de 'niños jugando con pistolas' y 'niñas con muñecas'", explica.
Ros conecta el origen de esa simpatía con las ideas de Darwin y Marx. "La teoría darwinista ha defendido la supervivencia del más fuerte", señala. "El sistema capitalista, por su parte, lleva implícitos los valores de la superación y la competitividad". De lo que deduce que "el capitalismo, el darwinismo, el patriarcado y lo militar guardan paralelismos. La colonización del territorio está relacionada con la conquista de nuevos mercados. La selección de los soldados está basada en la selección de los mejores. Lo mismo que sucede con las empresas en la selección de sus empleados", añade.
Como consecuencia, la noción del "ganar a toda costa" ha sido reforzada por la industria de la cultura. "El cine y los vídeojuegos, entre otros, recrean los valores capitalistas y militares", afirma. De ahí la inagotable producción de películas bélicas (de la claustrofóbica 'Apocalipse now' a humorísticas como 'Teléfono rojo' o 'M.A.S.H.' pasando por históricas como 'Salvar al soldado Ryan' y recientes como '1917') o vídeojuegos como 'Call of Duty', del que se han vendido 55 millones de copias desde su lanzamiento en 2003.
Por tanto, esa educación patriarcal responde, en opinión del antropólogo, a un intento de la sociedad por perpetuar el sistema de clases: "El juego con soldaditos, pistolas y espadas recrea el espíritu de lucha y supervivencia que distingue al capitalismo de otros sistemas económicos".
Pero es que incluso aquellos ámbitos que no están directamente relacionados con la guerra se impregnan a menudo del espíritu de combate. En la jerga del fútbol, por ejemplo, son habituales términos como "contienda", "ataque", "ariete" o "cañonazo". En su libro 'Fútbol: una pugna indescifrable' (Ushuaia, 2019), el exfutbolista y exentrenador Manuel Rodríguez García se refiere a este deporte como una "lucha de tribus", y recuerda la teoría del sociólogo polaco Zygmunt Bauman en 'Retrotopía' (Paidós, 2017), según la cual, "el propósito de la tribu es determinar a quién apoyar y a quién matar".
El sociólogo alemán Gerhard Vinnai es aún más explícito en su famosa obra 'El fútbol como ideología' (Siglo Veintiuno, 2003): "En razón de su mezcla de disciplina y franca agresividad, la actividad deportiva exhibe una tradición como etapa preliminar de la actividad bélica. Numerosos encuentros de las tribus primitivas servían, al igual que los torneos de la caballería del Medioevo, directamente a la ejercitación de las capacidades guerreras. Puede considerarse a ambos como precursores de las competencias deportivas modernas".
"Todos los deportes están basados en la competitividad", nos recuerda Abel Ros. "El afán de superación, la demostración de la supremacía del uno con respeto al otro forma parte de la cultura del deporte". Por todo ello, es perfectamente posible que hasta el varón más pacífico, incapaz de matar a una mosca, se identifique en determinados momentos con el imaginario de la guerra.
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