El mundo del cine está lleno de personalidades controvertidas, pero si hay una actriz que parece encarnar a la perfección ese estereotipo de diva vanidosa del séptimo arte, esa es Faye Dunaway. La actriz, que el pasado mes de enero cumplió 81 años, se ha convertido en un mito del Hollywood de los últimos 50 años no solo por su talento interpretativo, que le hizo merecedora de un Oscar y varias nominaciones, sino también por todas las polémicas que ha protagonizado a lo largo de su larga trayectoria.
Nacida en 1941, Dunaway pasó su infancia en Baston, una ciudad rural del estado de Florida (Estados Unidas). Hija de un oficial del ejército americano ausente en el ámbito familiar y de una madre que había puesto en ella grandes esperanzas, en estos primeros años ya se forjaron los dos sentimientos que definirían el resto de su carrera: su deseo por ser “perfecta” y una ambición innata que ya entonces le hacía ser “un poco inflexiva”.
Dunaway, que tuvo claro que quería ser actriz desde antes incluso de poner un pie en el escenario, estudió teatro en la Universidad de Boston y dio los primeros pasos de su carrera interpretativa en Broadway durante los primeros años de la década de los 60.
Su debut cinematográfico llegó poco después, en 1967, con el estreno de “La Noche Deseada'' de Otto Preminger, un film por el que recibió una nominación a los Globos de Oro en la categoría “Nueva Promesa Femenina”. Ese mismo año, además, estrenó “El Suceso'', de Elliot Silverstein, y el film que lanzaría su carrera al estrellato: “Bonnie y Clyde”, de Arthur Penn.
La película de Penn le otorgó a Dunaway su primera nominación a los premios Oscar y la convirtió en la nueva musa de un Hollywood que, por aquel entonces, estaba renovándose con nuevos directores y técnicas cinematográficas.
Para conseguir el papel de Bonnie, sin embargo, la actriz tuvo que hacer grandes sacrificios, ya que Warren Beatty, el protagonista, prefería a otras intérpretes como Natalie Wood o Sue Lyon. Para demostrarle que era perfecta para el papel, Dunaway, que anteriormente había sido rechazada para participar en “La jauría humana” porque un productor consideraba que era “fea”, llegó a adelgazar hasta doce kilos a base de tomar pastillas adelgazantes, dejar de comer y moverse durante varias semanas con pesas tanto en los brazos como en los tobillos.
Esta perseverancia se puede entender mejor si atendemos a las declaraciones que concedió a la revista Esquire en una entrevista de 1999. “Bonnie es el personaje más parecido a mí en muchos sentidos: una chica de pueblo venida de la nada, hambrienta y deseando prosperar, deseando hacer algo importante, deseando triunfar”. Para triunfar en el mundo en el que todos quieren triunfar, Dunaway renunció a la mitad de su sueldo a cambio de que su nombre apareciese junto al de Warren Betty antes que el título de la película. Y funcionó.
Tras el estreno de “Bonnie y Clyde”, Dunaway encadenó varias películas que terminaron de pulir su condición de gran estrella, como “El caso de Thomas Crown”, “Chinatown”, “Los tres días del Cóndor” o “El coloso en llamas”.
Durante el rodaje de “Chinatown”, sin embargo, también se pudo ver esa otra faceta más oscura que acompañaba a su talento interpretativo: su carácter despótico.
Si bien su paso por “Bonnie y Clyde” no despertó muchas simpatías entre el elenco (según declaró Estelle Parsons, una de sus compañeras, al medio Telegraph, “a todo el mundo le caía mal Faye”, que siempre exigía que “la peinaran de nuevo” cuando ya estaban listos para grabar), fue durante la grabación del clásico de Polanski cuando se le colgó, de manera definitiva, la etiqueta de “actriz difícil”.
Detrás de esta etiqueta hay, claro, una serie de anécdotas completamente demostradas que corroboran la fiereza de su temperamento. La actriz, por ejemplo, llegó a pedir que despidieran a Polanski después de que el director le arrancase un pelo rebelde porque distraería al espectador, rompió el televisor en el que Jack Nicholson veía los partidos de fútbol durante los descansos e incluso llegó a arrojarle un vaso con orina a Polanski después de que el director no le dejase ir al baño.
“Jamás he visto semejante nivel de locura”, declaró Polanski, que la definió como “un gigantesco grano en el culo”. Dunaway, por su parte, se defendió alegando que su perfeccionismo es parte de su trabajo y criticando el “sadismo” y la “crueldad” de Polanski.
Esta mala fama, sin embargo, no impidió que se hiciese con el papel de la implacable Diana Christensen en “Network: un mundo implacable”, la película de Sidney Lumet por la que ganó su único Oscar a “Mejor Actriz Principal” y cumplió su enorme ambición de niña. “El Oscar era la epítome de lo que yo había soñado”, manifestó en su autobiografía.
Tras conseguir el premio, la actriz siguió trabajando y su mala fama fue creciendo. De ella, James Woods, el director de “La desaparición de Aimée”, dijo que era “tremendamente grosera”, y Bette White, la icónica actriz del cine clásico, la definió como una “mujer difícil” y “muy poco profesional”.
“¿Cuál es una de las peores personas que conoces en Hollywood?”, le preguntó Johnny Carson durante una entrevista. A lo que White respondió: “Faye Dunaway. Cualquier persona que puedas poner en esta silla te diría lo mismo. Es totalmente imposible”.
Además de estas críticas, el mal temperamento de Dunaway también le ha costado varios trabajos. El compositor Andrew Lloyd Webber la despidió, por ejemplo, de Sunset Boulevard poco después de que llegase para sustituir a Glenn Close, y hace unos años, en 2019, fue despedida de la obra Tea at Five por agredir a varios miembros del equipo.
Hace unos meses, se ha anunciado que la actriz participará en The Man Who Drew God, la película con la que Kevin Spacey vuelve a la gran pantalla tras haber sido acusado de abuso sexual. Veremos qué pasa, pero ya solo la película parece, cuanto menos, polémica.