En tiempos en los que las recomendaciones cinematográficas las hacía siempre un tendero y no un algoritmo, los videoclubs eran la parada obligatoria para arrancar el fin de semana. Durante los 80 y 90 vivieron su esplendor, con una avalancha de clientes frente a sus estanterías los viernes tarde que alcanzaba cifras hoy improbables. De los 7.000 videoclubs que había en España en 2005, quedan apenas unos 300 supervivientes, en datos de la Asociación Nacional de Empresarios Mayoristas del Sector Videografico en 2019. Un listado que se tambalea aún más tras el daño colateral de la Covid-19 a los pequeños comercios. ¿Cómo sobreviven los que siguen abiertos? "Reinvención", nuevos servicios, como venta de loterías, snacks o merchandising, y un grupo de WhatsApp común en el que "se aportan ideas, se comparten inquietudes y, sobre todo, apoyo", cuenta los propietarios de los videoclubs Puente y Videoteca Metropolis. Así funcionan estos negocios en 2020.
"Cogí un videoclub en pleno siglo XXI, alguno se pensaba que estaba loco". Habla Julián, propietario desde 2016 del Videoclub Puente. El local, que lleva abierto en Puente de San Miguel (Santander) bajo el mismo nombre desde 1999, lo regentaba anteriormente una pareja de la que él mismo era cliente hasta que decidieron traspasar el negocio. Su pasión por el cine y los ahorros de su trabajo como fontanero fueron el motor para lanzarse. Y la estrategia, poner más el foco en la venta de snacks, en el merchandising y un plato fuerte: una "mini sala de cine" de unos 20 metros cuadrados con 30 butacas -ahora el aforo es de 10 personas-. "Hago una cartelera mensual y también reservo la sala para eventos, cumples…", explica al teléfono. "Al final ofrezco algo que no hay cerca. No es lo mismo venirte aquí que a un centro comercial con salas grandes".
Pero su caso no es la norma y ya desde principios de los 2000 se viene acusando un declive generalizado en el sector. "En la zona quedan pocos, creo que seremos unos cuatro videoclubs en toda Cantabria que yo conozca. Los dos últimos que había cerca (en Torrelavega, a unos cinco kilómetros) cerraron hace ya un par de años", cuenta Julián. La piratería, la crisis económica y la normalización del consumo audiovisual a través de plataformas de streaming siempre salen a relucir entre las causas cuando alguno de estos comercios anuncia que echa la persiana.
Consumo acelerado, todo para ya y sin moverse del sofá. A finales de 2019, un estudio de la Asociación de la publicidad y la comunicación digital en España apuntaba que el cine y las series encabezan el consumo de contenidos audiovisuales a través de Internet. Tendencia que ha incrementado durante el tiempo de confinamiento, creciendo un 73,7% el consumo de películas y un 45,8% el de series, según AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación). Situación que muchos de estos empresarios temían como posible detonante.
Tirando de esa necesidad de reinvención forzosa a la sombra de las grandes tecnólogicas que aprieta en estos tiempos a todo pequeño comercio, Javier y Ana, de Videoteca Metropoli (Vilafrance del Penedès, Barcelona), se lanzaron con el servicio a domicilio. Al segundo mes de confinamiento, en casa y con el local cerrado -una circunstancia del todo atípica para Videoteca Metropolis, que desde que nació en 2005 ha mantenido su puerta abierta los 365 días del año- empezaron a funcionar. "El cliente fiel nos llamaba y nos pedía películas, qué ver; así que nos pusimos en marcha y a repartir cultura".
Aunque la función de videoclub sigue suponiendo la mayor parte de sus ingresos, "un 50% aproximadamente", las cuentas de Videoteca Metropolis se apoyan en servicios complementarios: venta de loterías, que ronda un 40% de sus ingresos y un 10% que consiguen como punto de recogida oficial de Amazon. "La verdad es que hemos convivido con las plataformas como Netflix o HBO, pues el estreno de una película en cualquiera de ellas es bastante más caro que venir al videoclub (llevarse una película cuesta 2,90€ y dos son 3,90€)", cuentan vía mail. A lo que hay que sumar un catálogo que, como en el caso de Julián, de Videoclub Puente, asciende hasta los 5.000 títulos disponibles. De esos, el comercio cántabro alquila una media de 700-800 al mes, rondando los 1.000 en invierno. La temporada alta de los videoclubs llega con la bajada de las temperaturas, el comienzo de las clases (en la forma en la que las conocíamos hasta ahora) y los planes de interior.
Alicia tiene 56 años, es profesora de instituto y una de las clientas más fieles del Videoclub Puente. Lleva yendo alrededor de 12 años y desde que llegó Julián es incondicional. "Este verano he ido cada día a por una película (menos los martes, que cierra)", asegura en conversación telefónica. Con la vuelta al trabajo el ritmo disminuye pero la cita se mantiene y acude en busca de recomendaciones personalizadas cada fin de semana. "La experiencia es fabulosa, el asesoramiento da gusto. Si me ve acercarme al mostrador con algo que no me va a gustar, me lo dice al momento. Me conoce. Sabe, por ejemplo, que la animación sí pero no de cualquier tipo". Además de declararse tajante contra la piratería, Alicia apunta a lo que los propios empresarios subrayan entre sus fortalezas: el trato de tú a tú. "Soy partidaria de que no te lo den todo plastificado y envuelto, como hacen las grandes plataformas, estos negocios tienen que sobrevivir".
Más allá del cliché del nostálgico aferrado al formato físico, la realidad es que gran parte de estos clientes, explican Julián, Ana y Javier, conviven en las dos realidades; compaginando el uso de las plataformas digitales con la visita al videoclub, donde la experiencia y el catálogo son diferentes, y en muchos casos más amplio. Son babyboomers en su mayoría pero también jóvenes y familias con niñosbabyboomers , aseguran los empresarios.
Ellos mismos han probado con el streaming. "He tenido cuenta en Netflix, hay que conocer al enemigo", dice Julián entre risas. Un enemigo con el que el pequeño autónomo no puede competir a efectos económicos. La empresa californiana, que cuenta con más de tres millones de usuarios en España, solo pagó 3.146 euros de impuestos en el país en su primer ejercicio fiscal -factura a sus clientes a través de una sociedad holandesa-. "Es casi lo mismo que pago yo", se queja Julián. El alquiler de películas, tanto en formato físico (en videoclubs) como en online sigue tributando con el antiguo IVA cultural (21%), mientras que las salas de cine lo hacen con una reducción al 10%.
Por el grupo de WhatsApp que comparten unos 80 propietarios de videoclubs españoles y latinoamericanos aparecen estos temas. "Lo hablamos mucho por ahí, esto de la era digital es imparable y o estás en ello apoyándote para que te sirva de algo, o estás perdido. Yo no puedo luchar contra Amazon. No solo yo como videoclub, sino cualquier otro comercio de barrio que ahora se ven en un punto parecido al que estábamos nosotros hace 10 años". Su mantra es "ofrecer algo diferente". "En el videoclub te relacionas con personas, estableces amistades", recuerda Julián. "Si seguimos así, acabaremos todos como en Wall-E, sin movernos de un sillón y que nos lo den todo mascado".