Hace 25 años Robin Wright parecía destinada a ser una estrella. Llevaba ya una década enamorando al público, primero como Kelly Capwell en 'Santa Barbara' y después como Buttercup en 'La princesa prometida'. En 1994 fue el amor platónico del mundo entero en 'Forrest Gump', pero Jenny en el fondo no era más que un objeto de deseo para Forrest, no un sujeto con identidad propia, y ese rol acabaría marcando la carrera de la actriz.
El cine se nutre de dos tipos de belleza, las enigmáticas (Julianne Moore, Joaquin Phoenix, Liv Ullman) y las literales. Robin Wright siempre ha pertenecido al segundo grupo: sus rasgos son tan armoniosos que habría sido considerada guapa en cualquier momento y lugar de la historia. Gracias a ello consiguió trabajo como modelo desde los 14 años (ella misma ha contado que a los 15 ya estaba tomando ácido en plena calle en Tokio) y a los 22 tenía 538 episodios de Santa Barbara a sus espaldas. A pesar de dar título a 'La princesa prometida', su protagonismo era mecánico porque Buttercup era el personaje menos desarrollado, menos ingenioso y menos memorable de la aventura. Una princesa que no hacía nada excepto dejarse secuestrar y dejarse rescatar.
La Jenny de 'Forrest Gump' era una reformulación del mismo arquetipo: una hermosa criatura rota a la que el héroe tenía que salvar. Cuando intentaba volar libre salía escaldada y (mientras Forrest causaba sensación luchando en Vietnam, jugando al ping-pong, pescando gambas o corriendo durante meses) ella solo intervenía en la película para ser arrasada por los movimientos contraculturales: el pacifismo, los Panteras negras o la música disco iban consumiendo su vida literalmente hasta que terminaba redimida por Forrest. Jenny no era un personaje en sí mismo sino una moraleja y, como mucho, un maniquí en el que cada espectador podía proyectar su propio amor platónico de la infancia.
En aquella época, la imagen pública de Robin Wright también estaba anulada por un hombre. La actriz había empezado a salir con Sean Penn cuando él la invitó a su suite y le abrió la puerta vestido con un sombrero de safari, un colgante de cowboy, un suspensorio y unas botas de montar. En 1991 tuvieron una hija, Dylan, y en 1993 un hijo, Hopper. Cuando promocionaba 'Forrest Gump' (cuyo rodaje se pasó amamantando a Hopper entre tomas), un perfil de Los Angeles Times describía así a la pareja: “Wright parece ejercer una influencia calmante sobre Sean Penn y desconfía de la imagen que dan los medios de su relación, una especie de bella y bestia, y de los rumores de que Penn ejerce un rol de Svengali sobre la carrera de su novia eligiéndole sus papeles”.
Penn se había pasado los 80 rompiendo cámaras de paparazzi, agrediendo a todo el que se acercase a su entonces esposa (Madonna) y entrando y saliendo de clínicas de desintoxicación por su alcoholismo. Si había alguien en esa pareja que necesitaba ser salvado, ese era Sean Penn. Robin Wright estaba al tanto e intentaba, sin demasiado tino, desactivar la rumorología: “He oído desde hace varios años esas historias de que Sean toma decisiones profesionales por mí, que él es una fuerza poderosa y yo soy apocada... Somos individuos y completamente distintos en nuestras formas de abordar situaciones y gestionar los negocios. Yo le he ayudado en muchas cosas en su vida personal, por eso podría decirse que he 'domesticado a la bestia'. La energía de Wright durante sus apariciones conjuntas (con la mirada vidriosa, la mandíbula apretada y un lenguaje corporal lánguido) solo reforzaba esta percepción de la pareja.
La maternidad llevó a Robin Wright a rechazar otros papeles de “la chica de la película” como 'Robin Hood, príncipe de los ladrones', 'La tapadera' o 'Batman Forever'. Cuando se reunió con Oliver Stone para un personaje en 'Nacido el 4 de julio', no solo declinó participar en la película sino que antes de levantarse de la mesa informó al director de que tenía un serio problema con las mujeres. Esta actitud selectiva respondía a un acuerdo con su pareja: “Crecí muy deprisa cuando era una niña, pero después crecí muy despacio como mujer. [Sean y yo] íbamos aprendiendo sobre la marcha, acordamos no trabajar nunca los dos a la vez para pasar tiempo con nuestros hijos. Él ganaba más dinero que yo en aquel momento, así que la decisión fue sencilla: él trabajaba, yo me quedaba con los niños”.
Su boda en 1996, con el cambio de nombre artístico a Robin Wright-Penn, fue llevando a la actriz a una posición desagradecida en la que solo sufría el lado negativo de la fama: no trabajaba demasiado, no conseguía papeles relevantes, pero la prensa asaltaba su vida privada a diario. Según sus propias palabras, se pasó sus 14 años de matrimonio con Penn interpretando en el cine a “esposas sentimentales, o torturadas, o afligidas, o comprensivas, a veces su marido es infiel, a veces su hijo está enfermo”. La identificación entre su vida personal (la buena esposa del canalla indomable), sus papeles más icónicos (doncellas en apuros) y su filmografía adulta (señoras que observan en silencio desde el quicio de la puerta de la cocina cómo su marido y/o su hijo atraviesan un conflicto) creó un vórtice que atrapó la imagen pública de Robin Wright y que el público asumió como lógico: ¿qué hacen las princesas después de ser rescatadas? Por lo visto, la cena.
Cuando Sean Penn ganó su segundo Oscar (Wright nunca ha estado nominada, a pesar de haber tenido posibilidades con 'Forrest Gump' o 'Atrapada entre dos hombres'), se lo dedicó a su esposa con este discurso: “La Academia de Hollywood y yo tenemos algo en común. No hemos valorado a Robin Wright como se merece”. Un año después se divorciaron y, de forma simbólica, ella se reincorporó a la autopista hacia el estrellato justo donde la había dejado.
Su primer proyecto como soltera fue 'Millennium', la adaptación de David Fincher del bestseller de Stieg Larsson. El director la convenció de volver a la televisión con 'House of Cards', una serie en la que Wright interpretaría a la enésima “esposa de” y que sería emitida por primera vez en la historia a través de una plataforma digital, de modo que nadie tenía muy claro si alguien la iba a ver siquiera. Pero tanto Claire Underwood como Netflix llegaron mucho más lejos de lo que parecía.
Aquel 2013 Wright disfrutó de las mejores críticas de su carrera gracias a 'Dos madres perfectas' (en la que Naomi Watts y ella se acostaban con los hijos respectivos de la otra) y 'El congreso'. En esta última se interpretaba a sí misma recibiendo una oferta grotesca: someterse a un escáner digital para que un estudio, que tendría todos los derechos sobre su imagen, hiciese todas las películas de Robin Wright que quisiera sin tener que contar con ella. La sátira la retrataba como a una actriz difícil (esto era ficción) que había dejado escapar demasiadas oportunidades de ser una estrella (esto no lo era). Cuando ganó el Globo de oro por 'House of Cards', Wright se refirió a sí misma como “una mujer que ha florecido tarde”.
“Siento que por fin me he graduado” explicaba, “Nunca fui a la universidad, lo cual es uno de mis mayores arrepentimientos, y me quedé embarazada a los 23. Yo misma era un bebé en aquel momento. No pude tener mi momento para preguntarme quién soy, para examinarme y explorar. Escuchaba a los demás decir 'ya estoy aquí' y yo seguía esperando a salir. Hacer 'House of Cards' ha abierto una puerta que yo desconocía y me ha ayudado a entrar en la vida adulta, como si empezase a ser una mujer a los 40. Me ha llevado mucho tiempo pero ahora me siento una persona por fin. Ahora siento que estoy preparada”. En ocasiones Wright se acercaba al creador de la serie, Beau Willimon, y le proponía eliminar un par de líneas de diálogo porque, según ella, era capaz de expresarlas con la cara. “Claire Underwood es como un busto de mármol” explicaba el director David Fincher, “su trabajo es permanecer inmóvil, de modo que el trabajo de todos los demás es orbitar en torno a ella”.
En aquella época Robin Wright se prometió a sí misma que se acabaron las esposas afligidas. Desde entonces, ha interpretado a una teniente en 'Blade Runner 2049', a una generala en 'Wonder Woman' y a una presidenta en 'House of Cards'. En la vida real Wright también se cansó de ser un objeto pasivo y fue tomando el control del barco de 'House of Cards' hasta capitanearlo en solitario para llevarlo a buen puerto. Insistió en dirigir varios episodios (un total de diez, incluido el que dio cierre a la serie), exigió cobrar lo mismo que su compañero Kevin Spacey presentando un informe que demostraba que Claire era más popular entre los espectadores que Frank y además tenía más trama que él en la cuarta temporada (él cobraba 9 millones, ella 5.5) y, cuando Spacey fue despedido tras ser acusado de abusos sexuales, Wright convenció a Netflix de no cancelar la producción y grabar una última temporada. “Teníamos que honrar nuestro compromiso” explicó la actriz, “y no podíamos dejar a 2.500 personas sin trabajo. No es justo. Ellos no habían hecho nada malo, han trabajado muy duro y yo, como productora ejecutiva, me sentía responsable”.
En esta última etapa se ha prometido dos veces, sin llegar a casarse, con el actor Ben Foster. Cuando le preguntaron por esta relación, Wright generó cientos de titulares al hablar abiertamente sobre el sexo a los 50: “Quizá no sea muy fino decir esto, pero nunca me he reído tanto, nunca he leído tanto y nunca me he corrido tanto como con Ben”.
Sean Penn y ella no disimulan que no guardan una buena relación (ella comentó que su relación consistió en aprender a amar bien para la siguiente y que ahora prefería a los hombres agradables, él aseguró que no se sintió querido en ninguno de sus dos matrimonios), pero se han reunido cada vez que sus hijos les han necesitado. Hopper, que ahora tiene 26 años, pasó una temporada en un rehabilitación por su adicción a la metanfetamina (al despertar en el hospital, su padre le dio dos opciones: dormir en la parada del autobús o en una clínica de desintoxicación) y el año pasado volvió a ser arrestado con 14 gramos de marihuana, tres de setas alucinógenas y cuatro pastillas de anfetamina.
La hija de Wright, Dylan, no se mete en problemas y trabaja como modelo. Gracias a su cuenta de Instagram el mundo se enteró de que Robin Wright se casó el verano pasado con Clément Giroudent (de 35 años, 18 menos que ella), el relaciones públicas VIP de Saint Laurent, con quien se fue de luna de miel a Ibiza. El matrimonio vive en París, donde ella describe sus días como “pasamos la mayor parte del tiempo planeando la siguiente comida”.
Robin Wright cumplió 50 años poniéndose más en forma que nunca, mientras rodaba 'Wonder Woman' en España. Ahora que tiene 53 y prepara la secuela, es de las pocas estrellas que reconocen ponerse bótox. “Las cámaras de alta definición lo requieren, tienes que hacerlo”, explica, “Creo que la mayoría de mujeres se ponen diez unidades, pero eso te congela la cara y no puedes moverla. Yo me pongo una cada seis meses, salpicada, para suavizar los contornos”. Este año por fin ha puesto en marcha su proyecto de dirigir una película, 'Land', que también protagoniza. 'La princesa prometida', la novia de 'Forrest Gump', la mujer de Sean Penn y la primera dama de Frank Underwood ha triunfado por fin gracias a sí misma: no sabemos qué fue de las demás princesas, pero esta ha acabado siendo la jefa.
Suscríbete aquí y te compartiremos las mejores historias Uppers