Guillermina Royo Villanova (1975) posee la extraordinaria habilidad de hacernos creer que nos asomamos por la mirilla de una sala que bien merece una doble cerradura "en forma de dos rombos". Esa sala es la biblioteca personal de Berlanga, siempre bajo llave y tentadoramente prohibida. Viuda del escritor y guionista Jorge Berlanga, el tercero de los cuatro hijos de Luis García Berlanga, tuvo el privilegio de compartir buena parte de los últimos nueve años de la vida del cineasta. "Acompañaba a Jorge a casa de sus padres todos los fines de semanas y pasamos algún verano en Somosaguas. Luis ya no tenía tanta energía, pero su mirada berlanguiana no languidecía. Todo a su alrededor adquiría otro tinte".
Tiene un gran sentido del humor y habla con ese mismo tono irónico, vivo e ingenioso de Berlanga. Es pintora y escritora y en mayo llega su último libro 'Tamaño natural. El erotismo berlanguiano', un verdadero homenaje al genio justo cuando se cumple el primer centenario de su nacimiento.
En sus páginas nos describe ese libidinoso universo que "sonríe en vertical", aunque es igualmente fascinante saber cómo lo descubrió ella: "Llegué a pensar que tras aquella puerta se escondía un cónclave sadomasoquista con todo tipo de instrumental. Una tarde lluviosa, Luis me pidió que le bajara algunos libros con imágenes eróticas; el plan era hacer unas risas y comentarlos como niños que hacen algo malo. Aquellos años pasamos muchas tardes ojeando y comentando ejemplares de su biblioteca erótica. Siempre me pedía títulos de ataduras y esas cosas…y los escondíamos cuando oíamos pasos por el pasillo, para darle más emoción".
El erotismo ocupó un lugar fundamental en la vida y obra de Berlanga. Fue un erudito en el arte de una lujuria que la autora define esquiva y pudorosa, que late oculta en la psique entre fantasmas y fetiches. No en vano a Berlanga se le bautizó como "erotómano santón". Son las claves para entender el libro de Guillermina y dejarnos llevar en plano secuencia, como dice el guionista Rafael Maluenda en el prólogo, "hasta el clímax en que agoniza este texto".
Lo que divertía a Berlanga era ese juego entre la imaginación y el recuerdo del amor sensual. Dice Guillermina que "fabulaba dándoselas de perverso", hasta que "esta libídine afición se convierte en un arma de transgresión a la que no puede resistirse, hecho que marcará la vida de este mediterráneo –fallero y sentimental– aspirante a libertino".
Lo suyo era provocación, pura fanfarronería con los medios de comunicación que terminan colgándole el sambenito. "El juego se le ha ido de las manos y, para algunos, termina siendo más fetiche que fetichista. El hecho de que comiencen a considerarle un Pope del erotismo no le ilusiona –porque nobleza obliga–, pero una vez lanzado al concupiscente ruedo una cosa le lleva a otra".
En su huida del sexo explícito, el único cortejo que se permitía Berlanga era el que brota del subconsciente, "un juego reservado para los que tienen una poderosa fuerza creativa, por cierto, peleada con la falta de libertad de expresión en un sistema que demoniza el erotismo. Hay que tener una mente muy sucia para pensar que el erotismo es pecaminoso, aunque paradójicamente es este complejo de culpabilidad judeocristiano el que mantiene vivo el erotismo. Berlanga es consciente de que sin prohibición y sin transgresión el erotismo no existe".
"La atracción que Berlanga siente por lo licencioso es más intelectual y subversiva que visceral. En un momento dado llega a pensar que con la edad podrá llegar a ser un libertino como Sade u otros autores que admira, pero nunca llega a esa seguridad que le permite a uno disfrutar del libertinaje. Berlanga es curioso, le atrae lo desconocido y es solo por ello que se considera un pervertido. Le excita más la expectación que en él despierta el mundo sado que la propia práctica".
Él mismo llegó a reconocer que su subconsciente era más moral que mis deseos. "En mis relaciones me freno y acabo en lo convencional", declaró.
Era devoto de los zapatos de tacón de aguja, los tobillos finos o las medias con costura vista, pero no mujeriego. "Más bien un introvertido teórico del sexo que temía y respetaba a la mujer a la que consideraba un ser superior", matiza Guillermina.
Ni siquiera lo es 'Tamaño natural', el film que da título al libro. Simplemente quiso plasmar los temores del hombre. "Aun así, sus películas están plagadas de alusiones a sus perversiones particulares, casi siempre caricaturizadas". Toda esta afición le vino de niños, más concretamente de las amigas de su madre.
Ellas fueron, según cuenta Guillermina, las responsables de su visión erótica. "Antes de que llegaran las visitas, corría a esconderse bajo la mesa camilla donde se reunían las damas. Bajo el telón del mantel, pasaba las tardes entre pantorrillas, piernas, medias y zapatos, conceptos íntimamente unidos al fetichismo". A partir de la adolescencia, este gusto evoluciona hacia una inquietud literaria que culmina en una colección erótica de más de 2.000 ejemplares.
Guillermina escogió este título para su ensayo por muchas razones. "Para empezar porque me gusta muchísimo. Es la película más profunda, desgarradora e intimista de Berlanga y define a la perfección esa visión berlanguiana de la relación hombre-mujer, que suele terminar en catástrofe para el hombre.
También porque fue atacada injustamente por las feministas en los años 70 que se tomaron muy mal que un hombre prefiriera una muñeca a una mujer. Una lectura muy fútil, porque la historia trata de la soledad de un burgués que intenta aislarse fuera de la sociedad y crear su propio universo.
El tema es que por el camino descubre que la sociedad le ha inoculado su veneno y el pobre diablo vuelve a proyectar sus fantasmas en la muñeca y reproduce una relación tradicional que termina en celos, violencia y muerte". 'Tamaño natural' es, definitivamente, el paradigma de la mujer indestructible que tanto temía Berlanga.